La niña de nieve


Sentada en el rincón de la chimenea, la anciana suspiraba quedamente mientras revolvía la sopa: nunca se había sentido tan triste. Muchos, muchos años habían pasado y habían dejado el peso de los inviernos sobre sus hombros y habían encanecido sus cabellos sin traerle siquiera un hijito. Tanto a ella como a su viejo y
querido esposo les apenaba su falta, porque fuera había muchos niños jugando en la nieve. Les resultaba duro aceptar que ninguno fuera en verdad el suyo. Pero, ¡ay!, ahora ya no les quedaban esperanzas de obtener tal bendición. No verían nunca un gorrito de piel colgado de la repisa de la chimenea, ni dos zapatillas secándose junto al fuego.

El anciano trajo un haz de leña y se sentó. Luego, mientras oía a los niños reírse y batir palmas, miró por la ventana. Allí estaban, bailando alegremente alrededor del muñeco de nieve que acababan de hacer.

Se sonrió al ver el evidente parecido que el muñeco tenía con el alcalde del pueblo, tan gordo y pomposo era.

-Mira, Marusha -le dijo a su mujer-. Ven a ver el muñeco que han hecho.

Juntos ante la ventana, se rieron al ver cuánto se divertían los niños. De repente, el anciano se volvió hacia Marusha con una brillante idea.

-Salgamos a ver si nosotros también podemos hacer un muñequito de nieve.

Pero la anciana se rió de él.

-¿Qué dirían los vecinos? Se burlarían de nosotros, seríamos el hazmerreír del pueblo. Ya somos demasiado viejos para jugar como niños.

-Sólo uno pequeño, Marusha, solamente un muñeco pequeñín. Yo me ocuparé de que nadie nos vea.

-De acuerdo, de acuerdo –dijo ella riéndose-, haremos lo que quieras, Youshko, como siempre.

Dicho esto, apartó la olla del fuego, se puso un gorro y salieron. Al pasar junto a los niños, se detuvieron y se quedaron jugando un momento con ellos, porque ahora ellos también se sentían casi como niños. Luego avanzaron con dificultad por la nieve hasta llegar a un bosquecillo; y, detrás de él, allí donde la nieve era blanca y hermosa y nadie podía verlos, se sentaron a hacer el muñeco.

Youshko se empeñó en que debía ser muy pequeño y su mujer estuvo de acuerdo en que debía tener
casi el tamaño de un recién nacido. Arrodillados en la nieve, modelaron el cuerpecito en un abrir y cerrar de ojos. Ahora únicamente les faltaba la cabeza para finalizar. Dos gordas bolas de nieve formaron las mejillas y el rostro, y una muy grande la cabeza. Luego colocaron un puñado para la nariz e hicieron dos agujeros, uno a cada lado, a modo de ojos.

No bien estuvo terminado, retrocedieron para mirarlo, riéndose y aplaudiendo como dos niños. De pronto, se detuvieron. ¿Qué había ocurrido? ¡Algo muy extraño, por cierto! Allí donde estaban los agujeros, vieron dos melancólicos ojos azules que les miraban.

Luego, el rostro del pequeño muñeco dejó de ser blanco. Las mejillas se volvieron redondas, tersas y brillantes, y dos labios rosados comenzaron a sonreírles.

Un soplo de viento barrió la nieve de la cabeza, transformándola en unos bucles muy rubios que escapaban de un blanco gorro de piel y caían sobre sus hombros. Al mismo tiempo, un poco de nieve, resbalando por el cuerpecito, cayó y tomó la forma de una bonita prenda blanca. Luego, de repente y antes de que pudieran reaccionar, el muñeco se había convertido en la más bella niñita que jamás hubieran visto. Se miraron el uno al otro de soslayo e, incrédulos, se rascaron la cabeza.

Pero aquello era tan real como la vida misma. Allí ante ellos estaba de pie la niña, toda de rosa y blanco. Estaba viva de verdad, pues corrió hacia ellos. Y cuando se agacharon para alzarla, puso un brazo alrededor del cuello de la anciana y con el otro cogió el del anciano y les dio a cada uno un beso y un abrazo.

Rieron y lloraron de felicidad y, luego, recordando súbitamente cuán reales pueden parecer algunos sueños, se pellizcaron el uno al otro. Aun así no se creyeron seguros, pues los pellizcos podían ser parte del sueño. Y, ante el temor de despertarse y que se rompiera el encanto, arroparon rápidamente a la pequeña y emprendieron el regreso a casa.

Por el camino encontraron a los niños, que todavía jugaban con su muñeco; las bolas de nieve que les lanzaron por detrás eran muy reales, pero, aun así, también podían haber sido parte del sueño. Aunque cuando estuvieron dentro de la casa y vieron la chimenea, la olla de sopa junto al fuego, el haz de leña a un costado y todo tal cual lo habían dejado, se miraron con lágrimas en los ojos y ya no volvieron a temer que todo aquello fuera un sueño.

De pronto, allí estaban el gorrito blanco de piel colgando de la repisa de la chimenea y los zapatitos secándose al calor del fuego, mientras la anciana cogía a la niña en su regazo y le cantaba suavemente una nana. El anciano puso la mano sobre el hombro de su esposa y ella alzó la vista.

-¡Marusha!

-¡Youshko!

-¡Al fin tenemos una niñita! La sacamos de la nieve, así que la llamaremos Snegorotchka.

La anciana asintió con la cabeza y luego se besaron. Cuando terminaron de cenar se fueron a la cama seguros de que, por la mañana temprano, encontrarían a la niña todavía con ellos. Y no se equivocaron.

Allí estaba, de pie entre los dos, parloteando y riéndose. Pero había crecido y su cabello era ahora dos veces más largo que la noche anterior. Cuando ella los llamó «papá» y «mamá», sintieron un placer tan grande como si fueran jóvenes y estuvieran bailando ágilmente; pero, en lugar de bailar, se abrazaron y lloraron de alegría. Aquel día lo celebraron con un gran banquete. Marusha estuvo ocupada toda la mañana cocinando todo tipo de delicias, mientras su marido daba vueltas por el pueblo para reunir a los violinistas.

Todos los niños y las niñas del lugar fueron invitados; comieron, cantaron, bailaron y se divirtieron hasta el amanecer. Mientras volvían a casa, las niñas hablaban de lo bien que lo habían pasado, pero los niños estaban muy silenciosos; pensaban en la bella Snegorotchka, con sus ojos azules y sus dorados cabellos.

Después de aquel día la pequeña de Marusha y Youshko jugó con los otros niños y les enseñaba cómo hacer castillos y palacios de nieve con salones de mármol, tronos y hermosas fuentes. Parecía que con la nieve y sus finos dedos podía hacer todo lo que quisiera, como si se construyese ella misma. Todos estaban encantados, y, sobre todo, cuando les enseñaba cómo bailaban los copos de nieve, primero con enérgicos remolinos y luego suave y delicadamente, ninguno podía pensaren ninguna otra cosa que en la Niña de Nieve.  Era la pequeña reina mágica de los niños, la alegría de los mayores y la luz de las vidas de Marusha y Youshko.

Pero ya se iban terminando los meses de invierno. Con pasos suaves y firmes se retiraban de las cumbres de las montañas y se perdían detrás del horizonte. La tierra comenzaba a cubrirse de verde, los árboles vestían su desnudez y los pájaros del año anterior cantaban las canciones de este año.

Las flores tempranas derramaban su aroma en la brisa y una ráfaga de aire cálido acariciaba las mejillas y alentaba una grata promesa en el aire. Los bosques, los prados y las fuentes estaban inquietos y conmovidos y un nuevo espíritu todo lo envolvía: Era como si la Primavera, amarrada durante el largo invierno, quisiese pegar el estirón definitivo para poder expandirse libre.

Una tarde, Marusha, sentada en el rincón de la chimenea, mientras revolvía la sopa, cantaba una canción, pues nunca se había sentido tan llena de felicidad. El anciano Youshko acababa de traer un haz de leña que dejó en el suelo. Todo parecía igual que aquella tarde de invierno cuando vieron a los niños bailando alrededor del muñeco de nieve; pero lo que hacía que ahora todo fuera diferente era Snegorotchka, la luz de sus ojos, que, sentada junto a la ventana, contemplaba la verde hierba y el follaje de los árboles. Youshko, que la estaba mirando, se dio cuenta de que su rostro estaba pálido y sus ojos tenían un tono menos azul de lo habitual.

-¿No te sientes bien, pequeña? -le preguntó.

-No, padre -respondió con tristeza-. ¡Ay, añoro tanto la blanca nieve! La hierba verde no es ni la mitad de bonita. Me gustaría que la nieve llegase otra vez.

-Pues ¡claro que sí! La nieve llegará nuevamente -contestó el anciano-. ¿Acaso no te gustan las hojas de los árboles y las flores?

-No son tan bonitas como la pura nieve blanca -y la niña tembló.

Al día siguiente ella tenía un aspecto tan triste y estaba tan pálida que sus padres se asustaron y se dirigieron una mirada de inquietud.

-¿Qué le pasa a la niña? -dijo Marusha.

Youshko movió la cabeza mirando alternativamente a Snegorotchka y al fuego.

-Hija mía -dijo al fin-, ¿Por qué no sales a jugar con los demás niños? Están todos divirtiéndose en el bosque; pero he notado que ahora nunca juegas con ellos. ¿Por qué, querida mía?

-Padre, no lo sé, pero mi corazón parece que se convierte en agua cuando el suave y tibio viento me trae el perfume de las flores.

-Nosotros iremos contigo, hija mía -dijo el anciano-, pondré mi brazo sobre ti y te protegeré del viento. Ven, te mostraremos todas las bellas flores del campo, te diremos sus nombres y tú acabarás amándolas..

Marusha retiró la olla del fuego y los tres juntos salieron de casa. Youshko rodeó a la niña con su brazo para protegerla del viento, pero no habían ido muy lejos cuando el cálido perfume de las flores llegó hasta ellos flotando en la brisa, y la Niña de Nieve tembló como una hoja. Los ancianos la besaron y consolaron y se dirigieron al campo, al lugar donde crecían las flores más bonitas.

De repente, mientras atravesaban un bosquecillo de grandes árboles, un brillante rayo de sol se cruzó como un dardo y Snegorotchka se puso la mano sobre los ojos y lanzó un grito de dolor.

Se detuvieron y la miraron. Por un momento, mientras se desmayaba en brazos del anciano, sus ojos se encontraron con los suyos. Y por su rostro se deslizaban lágrimas que, al caer, brillaban a la luz del sol.

Y comenzó a volverse más y más pequeña, hasta que al fin todo lo que quedó de Snegorotchka -Niña de Nieve, Nievecita- era una gota de rocío brillando sobre la hierba, una lágrima que había caído en la corola de una flor. Youshko la recogió con delicadez y, sin decir palabra, se la ofreció a Marusha.

En ese preciso momento los dos ancianos, Marusha y Youshko, comprendieron que su pequeña y querida niña estaba hecha simplemente de nieve y se había derretido al calor del sol.


https://sites.google.com/site/mimundolasleyendas/Home/cuentos-del-mundo/nina-de-nieve-cuento-ucraniano

Guayota el Maligno




El aire andaba espeso, turbio y ardiente. Las nubes se arremolinaban tropezando entre ellas y las aguas del mar andaban revueltas. Los animales estaban inquietos, hasta la coruja que sólo merodea en lo oscuro, voló bajo la luz. Aquellos signos presagiaban que Guayota estaba próximo. Apareció Guayota y se apoderó de Magec, el sol, dejando el cielo a oscuras. Todo fue una noche cuando aún era el día. Rogaron entonces a Achamán los guanches, para que tuviera misericordia, que devolviese al día sus luces, que su poder librase de todo daño. Achamán atendió las súplicas y acudió dispuesto a defenderlos. Guayota, con Magec prisionero, se había ocultado en los adentros de Echeyde (Teide).

Allí fue a buscarle Achamán. Cuando lo halló, el suelo se abrió en truenos, estampidos y temblores que aturdían a las islas más lejanas. fue el comienzo del combate. Por el cráter de Echeyde, Guayota arrojaba humos, peñascos encendidos, lenguas de lava, azufres y escorias con los que intentaba doblar a Achamán. Aire y cielo se convirtieron en un lamedal hirviente tan encendido en brasas que causaba espanto. Y prosiguió Guayota vomitando fuegos hasta que Achamán, al fin, logró vencerle. Como castigo a su maldad lo encerró para siempre dentro de Echeyde. Después devolvió a Magec al cielo para que siguiera iluminando la tierra, y enseguida el día volvió a ser día y se aquietaron las aguas y las nubes. Guayota, cautivo desde entonces, aún respira en lo más alto de Echeyde.


http://leyendascanarias.blogspot.com.es/search/label/Guayota%20el%20Maligno

El Torico




Según ciertas leyendas, en tiempos remotos las villas eran levantadas en el mismo lugar en el que se abatía a un animal perseguido. En el lugar del abatimiento se erigía un santuario y a su alrededor se edificaba la villa.

En alguno de esos tiempos remotos (1170), los caballeros cristianos de Alfonso II que habían ahuyentado y expulsado a los moros que tenían tomado el territorio turolense, tras recuperarlo, decidieron fundar una villa y amurallarla para así evitar nuevos y futuros ataques moros. No sabiendo donde construirla decidieron por fin que se haría allí donde se abatiese un animal.

Cierta noche, un toro se detuvo bajo una estrella llamada Actuel, en el lugar que hoy ocupa la plaza del Torico y comenzó a bramar insistentemente.
Los caballeros, aunque presos de miedo, tomaron por buena la señal que cielo y tierra les ofrecían en aquella noche estrellada y tras abatirlo decidieron construir allí su villa.

Llegado el momento de asignarle el nombre, acordaron tomar las tres primeras letras de la palabra toro “tor” y juntarlas con las tres últimas de la estrella “uel”, obteniendo así el nombre de TORUEL.


http://www.terueltirwal.es/teruel/leyendas_turolenses.html

El Bunyip y los cisnes negros




Atrás en los distantes días lejanos de la Edad del Sueño, el hijo del líder de una atrevida tribu guerrera se puso en marcha un día en busca de un presente para una doncella. No bastaba con algo corriente; las horas pasaban, hasta que llegó a una gran charca en la que retozaba felizmente un pequeño animal asombroso. Usando su red, el joven capturó pronto a la extraña bestia.

Por la forma, recordaba a un ternero o a un potro, pero su cabeza era parecida a la de un bulldog, con un hocico desafilado y amplias fauces repletas de diminutos dientes. Su cola con aletas era larga y aplanada, sus ojos brillaban como antorchas, y su cuerpo estaba recubierto con un mosaico de escamas iridiscentes. Deleitado, el joven volvió a casa con este maravilloso animal.

Sin embargo, el sabio líder de la tribu quedó horrorizado. Le ordenó a su hijo que volviera a llevar al animal a la charca, pues se trataba de un cachorro de bunyip, y cualquiera que se precipitara a raptar uno de ellos tendría que enfrentarse pronto con la terrible cólera de su madre.

Pero ya era demasiado tarde. Un espantoso rugido como el de todas las tormentas de relámpagos del verano a la vez hizo eco por la tierra, y la gente temerosa vio que los ríos y los lagos se habían levantado, sumergiendo los valles y las llanuras en una inundación completamente arrolladora. En un éxodo desesperado, la tribu salió corriendo a las montañas, pero el hijo del líder aún no había renunciado al pequeño dragón de agua.

De repente, una enorme sombra negra cayó sobre la gente que huía. Era el bunyip madre, una inmensa imagen de escamas brillantes, dientes rapaces y una rabia de reptil monstruosa.

Finalmente, dándose cuenta de su desmesurada locura, el joven abrió los brazos para liberar al cachorro de bunyip – pero ya no eran brazos. Se habían convertido en un par de alas con plumas. Dio un grito de terror, pero su grito no era el de un hombre. En su lugar, era el triste graznido de un extraño nuevo pájaro con cuello largo y delgado, pico rubí y plumaje tan negro como la sombra de la madre bunyip. Miró a sus compañeros y vio que también estaban transformados.

Al fin, la madre bunyip volvió con su cría, y las aguas volvieron a su antiguo nivel, dejando atrás lo que una vez había sido una tribu de humanos, pero que ahora era una bandada de cisnes negros, la primera que se había visto en el mundo.


http://tejiendoelmundo.wordpress.com/2011/02/07/la-leyenda-del-bunyip-y-los-cisnes-negros/#more-17947

Eguzkilore




Hace miles y miles de años, cuando los seres humanos comenzaron a poblar la Tierra, no existían ni el Sol ni la Luna. Hombres y mujeres vivían en constante oscuridad, asustados por los numerosos genios que salían de las entrañas de la tierra en forma de toros de fuego, caballos voladores o enormes dragones.

Los seres humanos, desesperados, decidieron pedir ayuda a la Tierra.

—Amalur, Madre Tierra —le rogaron—, te pedimos que nos protejas de los peligros que nos acechan.

La Tierra estaba muy atareada y no hizo caso a los seres humanos, pero tanto y tanto insistieron que al final les atendió.

—Hijos míos —les dijo—, me pedís que os ayude, y eso voy a hacer. Crearé un ser luminoso al que llamaréis Luna.

Y la Tierra creó la Luna.

Al comienzo, los seres humanos se asustaron mucho y permanecieron en sus cuevas sin atreverse a salir, pero pronto se acostumbraron a su luz.

Al igual que los seres humanos, los genios y las brujas se habían atemorizado al ver aquel objeto luminoso en el cielo, pero también se acostumbraron, y no tardaron en salir de las simas y acosar de nuevo a los humanos.

Acudieron una vez más los seres humanos a la Tierra.

—Amalur —le dijeron—, te estamos muy agradecidos porque nos has dado a la madre Luna, pero aún necesitamos algo más poderoso, puesto que los genios no dejan de perseguirnos.

—De acuerdo —respondió la Tierra—, crearé un ser todavía más luminoso al que llamaréis Sol. El Sol será el día y la Luna, la noche.

Y la Tierra creó el Sol.

Era tan grande, luminoso y caliente que los hombres tuvieron que acostumbrarse a él poco a poco, pero su gozo fue muy grande porque gracias a su calor y a su luz crecieron las plantas y los árboles.

Sin embargo, los genios y las brujas no pudieron acostumbrarse a la gran claridad del día, y entonces sólo pudieron salir de noche.

Otra vez fueron los seres humanos a ver a la Tierra.

—Amalur —le dijeron—, te estamos muy agradecidos porque nos has dado a la madre Luna y a la madre Sol, pero aún necesitamos algo más, porque aunque durante el día no tenemos problemas, al llegar la noche los genios salen de sus simas y nos acosan.

Nuevamente, la Tierra escuchó sus súplicas.

—Está bien. Voy a ayudaros una vez más, pero ésta será la última. Crearé para vosotros una flor tan hermosa que, al verla, los seres de la noche creerán que es el propio Sol y os dejarán tranquilos.

Y la Tierra creó la flor del sol, eguzkilorea, que hasta nuestros días defiende las casas de los malos espíritus, los brujos, las lamias, los genios de la enfermedad, la tempestad y el rayo.


http://mitologiadevasconia.amaroa.com/leyendas/eguzkilore

La encina del dolor




A las afueras de Tarragona existe una finca llamada Mas Morató. Cerca de la actual entrada había, hasta los primeros años del pasado siglo XX, una encina enorme, varias veces centenaria, que todo el mundo conocía como “la encina del dolor”.

Cuenta la leyenda que, hace unos siglos, vivía en la masia una familia con una hija única, “la pubilla”. También vivía con la familia un tío soltero al que daban albergue casi por compasión. Era un hombre arisco que despertaba las antipatías de cuantos le conocían.

La pubilla, hermosa y alegre, estaba enamorada de un joven, muy buena persona pero de condición modesta, vecino del cercano pueblo de la Secuita.

Al tío no le gustaba la relación ya que estaba convencido de que cuando se casara la pubilla con el joven, le echarían de casa.

Esta idea se convirtió en una obsesión y continuamente pensaba en cómo deshacer aquel futuro matrimonio.

Aprovechando que el joven iba y venía del pueblo al acabar su jornada, de noche, para visitar a su amada, el tío lo esperó oculto en la oscuridad y lo asesinó a golpes de hacha. Después arrojó su cuerpo junto a una finca cercana.

Posteriormente su extraña conducta le traicionaba constantemente y le puso bajo sospecha. Un día, viendo acercarse a los guardias, huyó y jamás volvió a saberse de él, confirmando las sospechas generales.

La muchacha, al comprender la tragedia, se sumió en una profunda desesperación. Al cabo de unos días, los payeses que con sus carros pasaban por la carretera vieron su cuerpo colgado de la gran encina.

Dicen que desde aquel día las ramas de la encina crecieron hacia abajo y la llamaron “la encina del dolor” en recuerdo de lo ocurrido.

Hoy existe el lugar, pero ni rastro de la encina.


http://www.tarragona-goig.org/tarragones/jnoguera1.htm

Las dos piedras




Cuenta la leyenda que en tiempos del joven cacique Guacumao, hijo de Canimao y Cibayara, vivía una joven de belleza extraordinaria llamada Aibamaya. La joven tenía enloquecidos a los hombres del poblado de Yucayo, para quienes conquistarla era más importante que asumir las tareas que debían favorecer a la comunidad aborigen.

Cibayara había contado a su hijo Guacumao la profecía del behíque Macorí, quien auguró que de ella nacería un hombre que convertiría en piedra a una mujer que mataba por amor. Y una noche el cacique soñó que una mano gigantesca lanzaba murciélagos y con gestos le ordenaba llevar a Aibamaya hasta una de las puntas donde terminaba la bahía, lugar hoy conocido como Punta Maya.

Al despertar narró a su madre lo sucedido, y coincidieron en que era una respuesta del dios Bagua, y que la mujer se transformaría en piedra. Guacumao llevó a Aibamaya hasta el punto indicado, y allí permanecieron por varias semanas. El amor sorprendió a ambos, y el joven cacique sintió a la vez la dicha de saberse amado y la tristeza de conocer lo efímero de su dicha.

Y desaparecieron. Nunca más se supo de ellos. Pero cuentan los pescadores que en las noches claras se ven dos rocas blancas bajo el agua del mar, que no son más que Guacumao y Aibamaya, unidos para siempre entre los linos del litoral matancero.


http://www.matanzascuba.org/leyendas/dospiedras.html

La sirena de Varsovia


Cuenta la leyenda que dos sirenas fueron nadando desde el Océano Atlántico hasta el Mar Báltico. Una de ellas atraída por unas rocas se acercó al puerto de Copenhague y allí se quedó. La otra sirena continuó nadando por el Mar Báltico hasta llegar al golfo de Gdansk desde allí continuó nadando por el río Vístula. El río la condujo a la ciudad vieja de lo que ahora es el centro de Varsovia y allí decidió quedarse.

Los pescadores de la zona ponto empezaron a notar como alguien andaba enredando las redes y liberando los peces. Los pescadores sorprendidos por su canto, no le hicieron daño. Un rico mercader pensando en el dinero que podría sacar con el canto de la sirena la secuestró un día, pero el hijo de un pescador fue a su rescate, la liberó y la trajo de vuelta a la ciudad.

La sirena agradecida, prometió que siempre defendería la ciudad y por eso aparece en el escudo de la ciudad la sirena con un escudo y una espada.


http://todopolonia.blogspot.com.es/2011/02/sirena-varsovia.html