Los Ilinizas




Cuenta la leyenda que Iliniza Sur que era esposa del nevado Iliniza Norte, se enamoró del volcán Cotopaxi y el volcán Rumiñahui avisó de la aventura, lo que destrozó al monte Corazón, hijo de los Ilinizas, cuyo doloroso llanto formó la laguna del Quilotoa.

Por eso el Cotopaxi está nublado casi siempre, se esconde porque está avergonzado por haber dañado un matrimonio.


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La mujer del velo




Luis enamoraba con poemas, con miradas insinuantes y detalles exquisitos que solo él sabía calar y dejar mella en sus enamoradas... Pues bien, Ana como otras tantas, se enamoró locamente de él, de tal forma que cuando Luis perdió el interés en ella, Ana se suicidó por amor, por ese amor verdadero que creía haber vivido. No sin antes jurar que se lo llevaría con él para estar juntos en la eternidad.

Dicen que el día de los muertos, Luis llevaba unas copas de más debido a que había bebido en un lugar de dudosa reputación, cuando de pronto vio en las sombras a una mujer de cuerpo divino y de belleza sobrehumana, solo que en el rostro llevaba un velo negro en señal de luto. Luis quería acercarse a ella, y ella se iba alejando más y más, hasta desaparecer... Todas la noches sucedía lo mismo. Él pensaba que iba a morir de amor. Y pasó una semana: fecha en la que su difunta amante suicida cumplía un año.

Al pasar por el cementerio, de nuevo vio la misma silueta de aquella bella mujer dentro del panteón pidiendo a gritos ayuda, y él, caballero, apresuró el paso en busca de la dama. Ella, al verlo dijo:

- Gracias al cielo alguien me ha escuchado.

El caballero le preguntó por qué estaba en el pateón y respondió:

- Venía a ver a mi hermana, que hoy cumple un año de muerta. Un mal hombre la enamoró y ella se mató por él, ¿Qué crees que se merece?

Por quedar bien con la hermosa dama contestó:

- Merece ser enterrado vivo con la mujer a la que hizo sufrir, para que ella lo pueda amar.

Y ella respondió:

- Pues esto ha de pasar.

Le agarró de la cintura y él, sumamente emocionado, le quitó el velo para verla... ¡¡¡Horror!!! Era Ana.  La amante estaba allí, carcomida por los gusanos que se veían en su boca y ojos. Lo hundió sumergiéndole en la tierra, cumpliendo así su deseo.

Dicen que desde entonces en ese lugar se escuchan los gritos desgarradores de un hombre mientras una mujer canta una canción nupcial.


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Leyenda del rey Pwyll




Cabalgaba por un bosque cerrado y oscuro, a la caza del ciervo, un caballero llamado Pwyll, señor de las tierras de Dyfed. Habiáse quedado sólo, y hasta la vista de sus propios perros había perdido entre tanta espesura. Por eso se extrañó y su caballó se removió inquieto cuando vió aparecer entre los árboles un ciervo a la carrera, perseguido de cerca por una manada pequeña de perros que no eran los suyos, ladrando y aullando enloquecidos. Su primer impulso fue seguirlos, pero enseguida se dió cuenta de que los perros no eran normales: tenían las orejas completamente rojas, como brasas brillantes que refulgían en medio del pelaje blanco. Todo buen galés sabe que eso es mala señal, pelirrojos son los hombres y las mujeres tocados por las hadas, y lo mejor es alejarse de ellos. Así lo hizo el cazador, pero ya era demasiado tarde. Había traspasado los límites del Reino de las Hadas, llamado Annwn, la Tierra de los Muertos.

Entre las brumas que de repente parecían trepar por los troncos apareció un hombre montado a caballo, al paso. Por los belfos, el animal humeaba aliento caliente. Bajo un yelmo de brillante plata, el extraño habló:

-Esperaba más de vos, Pwyll. Confiaba en contar con vuestros brazos en esta cacería...

-Siento haberos defraudado, señor, pero pensé que era ajeno...

-Pues hicistéis mal al no seguir vuestro primer impulso: la pieza se ha perdido.

-Lo siento de veras, señor, y si en mí está el arreglarlo, os ofrezco cuanto soy y tengo en reparación de tal afrenta, mi señor. Más decidme, ¿cuál es vuestra gracia?

-Mi nombre es Arawn, rey de Annwn, y no esperaba menos de vos. El Hado ha querido reunirnos aquí y ahora y vuestro compromiso es bienvenido y aceptado.

-Sea, mi señor Arawn. Decídme que queréis de mí.

-Puesto que aceptáis antes de escuchar, sabed que vuestra lanza deberá erguirse en vuestro brazo al término de un año. Sois el elegido para batiros en duelo contra mi enemigo, el caballero Havgan, que se ha apropiado de buena parte de mis tierras.

-De nobles es ofrecer antes de pedir, mi señor. Nunca rechacé un lance, y no lo haré al término de un año, que sea aquí donde nos reunamos.

-Sea pues este el lugar, el bosque de Glyn Cuch, pero escuchad, durante este tiempo vos seréis Arawn y yo seré vos, vos gobernaréis mis tierras y mis gentes en Annwn y yo lo haré bajo vuestra misma apariencia en vuestro reino, Dyfed. Nadie sospechará nada, pues la figura de Arawn será la vuestra, y la de Pwyll será la mía. Ese es el trato. Ahora, cabalguemos hacia nuestros nuevos destinos, y volveremos a vernos cumplido un año.

Volvió grupas el rey de Annwn, pero apenas había recorrido unos metros cuando volvió, gritando:

-Un momento, Pwyll, debéis saber que mi enemigo Havgan, goza de mágicas protecciones. Cuando os enfrentéis a él, dadle sólo un golpe, y no le déis el de gracia, pues si lo hicieráis reviviría con igual fuerza.

Corcoveaba nervioso el caballo mientras el Rey de las Hadas hablaba, y al fin arrancó al galope, perdiéndose entre los árboles, camino de Dyfed. Pwyll apenas salía de su asombro, pero la palabra estaba dada. Parecía que su montura conociera el camino, pues en breve lo llevó hacia un castillo, que supuso era el que iba a tener que gobernar durante un año bajo la apariencia física de Arawn.

Mas no había supuesto Pwyll que los problemas vendrían después de tratar con guerreros, terratenientes y ciudadanos. Esa parte fue fácil, la justicia fluía de sus manos pues tenía la verdad asentada en su mente. Lo dificil vino cuando se retiró a sus habitaciones al término del primer día.

Allí lo esperaba la mujer de Arawn, pensando que era él, y deseando, supuso, el mismo trato de todas las noches. La mujer era bella, como sólo pueden serlo las hijas de las hadas. El compromiso era gobernar un territorio, mas no mancillar sus posesiones, pensaba en su interior Pwyll, por eso se mantuvo firme, se volvió contra la pared de piedra, en silencio, sin contestar a las preguntas ni a los ruegos de la desconcertada esposa. Toda la noche la pasó así, y tras la primera noche, las siguientes, hasta cumplir el año acordado.

Entonces fue Pwyll en la figura de Arawn con sus pertrechos de combate al vado del río en medio del bosque de Glyn Cuch, y allí estaba esperando Havgan, su enemigo, impresionante con su armadura negra y su lanza inmensa. Y no se lo pensaron dos veces, que tal como se vieron se calaron los yelmos, empuñaron las picas y lanzaron a galope las monturas envueltas en bardas volando al viento. El choque fue brutal. Havgan dejó caer su lanza, estaba malherido y a duras penas se mantenía en la silla:

-Por compasión, termina lo que empezaste, remátame y vuelve vencedor- gritó el guerrero. Pero Pwyll recordó lo que le dijó Arawn y no quiso embestir de nuevo, aunque estaba preparado:

-Sé con seguridad que me habría de arrepentir si tratara de terminar contigo con otro mandoble; no habra más te digo.

Con un torva mirada, comprendiendo que su final estaba cerca, Havgan el usurpador llamó a sus criados y éstos se lo llevaron de allí. Pwyll, todavía bajo la apariencia y pertrechado con las armaduras de Arawn, recorrió todas las tierras, castillos y señoríos, y los recuperó para Annwn. Sólo entonces volvió al bosque. Ya lo esperaba allí el verdadero Arawn, sonriendo.

-Sabía que confiaba en un buen hombre y un gran guerrero. Recupera tu físico, pues has cumplido de sobras con tu palabra, vuelve a Dyfed y ve lo que allí he hecho en este año.

Volvió Pwyll a la carrera, y convocó a sus caballeros. Y les pidió que con sinceridad respondieran sobre cómo había gobernado él mismo durante un año. Y todos a una respondieron que nunca hubo mayor justicia, ni más dones de su mano, ni mejor suerte para tierras, animales y gentes. Y Pwyll agradeció en su interior a Arawn los favores recibidos.

Por su parte, Arawn regresó a su reino y lo encontró como esperaba, pero cuando se reunió con su esposa esa noche, y la abrazó, y la besó, y la cubrió de caricias como antaño, no recibió ni palabras ni caricias ni besos de ella. Y cuando le preguntó por qué era así con él, ella le respondió que no hacía más que comportarse como él había hecho durante un año. Y entonces Arawn comprendió, y le contó la verdad a su esposa, y ésta se alegró, y folgaron, y fueron felices, y ella le dijo:

-Prueba mayor de amistad no existe en el mundo. Agradece a los dioses haber topado entre los mortales con un verdadero amigo, y no lo pierdas; ni a él, ni tampoco a mí, si osárais enfrentarme de nuevo a la duda.

Ambos reyes y sus descendientes mantuvieron la amistad desde entonces, y se intercambiaron regalos: caballos de guerra, perros de caza, armaduras y cadenas. Y el rey Arawn dió a su amigo el nombre de Señor de Anwn para siempre.


http://www.aragonesasi.com/elfos/07/l02011pw.htm - Lorena Sertorio


Mórrigan, diosa de la guerra




Cuenta la mitología celta que, cerca ya de donde una cruenta batalla estaba teniendo lugar, un grupo de guerreros se detuvieron paralizados por la aparición de una figura de mujer muy delgada que los miraba fijamente llena de ira. Con el cabello gris revuelto, el gesto apretado y los pies llenos de sangre, el fantasma se encontraba subido sobre un montón de cuerpos inertes, cuerpos desfigurados de guerreros en los que ya no quedaba ni una gota de vida.

Entonces, y sin mediar palabra, la mujer profirió tales escalofriantes carcajadas que todos aquellos hombres se consumieron de pánico sin poder evitarlo. Poco a poco, la visión fue señalándolos uno a uno hasta elegirlos a todos…

Uno de los guerreros, en un acto de valor sobrehumano, consiguió articular palabra y le preguntó, en una voz casi inaudible, quién era. “Mi nombre es Mórrigan”- contestó- “soy la diosa de la guerra. A veces como mujer, otras como cuervo, otras como corneja, recorro los ríos de esta tierra limpiando el mal que los hombres dejan a su paso”

“¿Has matado tu a esos hombres que yacen bajo tus pies?”- volvió a preguntar el guerrero tras un angustioso silencio. “No, no he llegado a tocarlos”- contestó la reina fantasma-“Míralos bien de nuevo. ¿No los reconoces?. Son los que se encuentran tras de ti y así es como estarán esta misma noche. Yo sólo me acerco para limpiar la sangre que mana de sus cuerpos”.

El guerrero fijó entonces su mirada de nuevo en el montón de cuerpos que yacían ante él y reconoció a algunos de sus compañeros. Pero lo que sintió entonces no fue nada comparado con el horror sin límites que se apoderó de él cuando, entre las manos de la diosa, reconoció su propio rostro en una cabeza cruelmente decapitada.


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La muerte de Lumaluma




Lumaluma era una ballena que surgió del mar en forma de hombre en Cape Stewart, cerca de Milingimbi, en el centro de la región costera de Aernhem Land (Australia). Cuando estuvo en tierra firme, consiguió dos esposas y se dirigió hacia el oeste, llevándose con él importantes rituales religiosos llmados, mareiin, ubar y lorgun como dones para la humanidad.

Pero Lumaluna era glotón y abusó de su sagrada función: cada vez que veía comida deliciosa, como la dulce miel silvestre, o los deliciosos ñames, los declaraba mareniin (sagrados) y solo él podía comérselos.

Mientras tanto, iba enseñando los ritos haciendo sonar sus bastones al golpearlos entre sí: "¡Es bueno todo ello!"

Un día llegó a un lugar en donde se había levantado un campamento y él los esuchaba mientras talaban los árboles Al ver hogueras encendidas y comida preparada, corrió hacia ella declarando sagrada a la comida. Se comió todo solo dejando migajas para los campamentistas. Esto sucedió muchas veces hasta que comenzó a comerse hasta a los niños muertos... entonces se colmó la paciencia del pueblo de Arnhem Land y tomando sus lanzas le dieron muerte a él y a sus esposas.


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Madre de Agua



Es como una ninfa de las aguas, con aspecto de niña o de jovencita bellísima, de ojos azules pero hipnotizadores y una larga cabellera. La característica más notoria es la de llevar los piececitos volteados hacia atrás, es decir, al contrario de cómo los tenemos los humanos, por eso, quién encuentra sus rastros, cree seguir sus huellas, pero se desorienta porque ella va en sentido contrario.
Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos de los grandes ríos, quebradas y lagunas, que los niños predispuestos al embrujo de la madre de agua, siempre sueñan o deliran con una niña bella y rubia que los llama y los invita a una paraje tapizado de flores y un palacio con muchas escalinatas, adornado con oro y piedras preciosas.

En la época de la Conquista, en que la ambición de los colonizadores no solo consistía en fundar poblaciones sino en descubrir y someter tribus indígenas para apoderarse de sus riquezas, salió de Santa Fe una expedición rumbo al río Magdalena. Los indios guías descubrieron un poblado, cuyo cacique era una joven fornido, hermoso, arrogante y valiente, a quien los soldados capturaron con malos tratos y luego fue conducido ante el conquistador. Este lo abrumó a preguntas que el indio se negó a contestar, no sólo por no entender español, sino por la ira que lo devoraba.

El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el comportamiento del nativo ordenó amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde guardaba las riquezas de su tribu, mientras tanto iría a preparar una correría por los alrededores del sector. La hija del avaro castellano estaba observando desde las ventanas de sus habitaciones con ojos de admiración y amor contemplando a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.

Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento y lo pusieran en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado porque conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de su superior, más sin embargo no pudo negarse al ruego dulce y lastimero de esa niña encantadora.

La joven española de unos quince años, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera dorada, que más parecía una capa de artiseda amarilla por la finura de su pelo. La bella dama miraba ansiosamente al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar semisalvaje.

Cuando quedó libre, ella se acercó. Con dulzura de mujer enamorada lo atrajo y se fue a acompañarlo por el sendero, iternándose entre la espesura del bosque. El aturdido indio no entendía aquel trato, al verla tan cerca, él se miro en sus ojos, azules como el cielo que los cobijaba, tranquilos como el agua de sus pocetas, puros como la florecillas de su huerta.

Ya lejos de las miradas de su padre lo detuvo y allí lo besó apacionadamente. Conmovida y animosa le manifestó su afecto diciéndole: !Huyamos!, llévame contigo, quiero ser tuya.

El lastimado mancebo atraído por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió, la alzó intrépido, corrió, cruzo el río con su amorosa carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo suyo, quien la acogió fraternalmente, le suministro materiales para la construcción de su choza y les proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos. La llegada del primogénito les ocasionó más alegría.

Una india vecina, conocedora del secreto de la joven pareja y sintiéndose desdeñada por el indio, optó por vengarse: escapó a la fortaleza a informar al conquistador el paradero de su hija. Excitado y violento el capitán, corrió al sitio indicado por la envidiosa mujer a desfogar su ira como veneno mortal. Ordenó a los soldados amarrarlos al tronco de un caracolí de la orilla del río. Entretanto, el niño le era arrebatado brutalmente de los brazos de su tierna madre.

El abuelo le decía al pequeñín: "morirás indio inmundo, no quiero descendientes que manchen mi nobleza, tu no eres de mi estirpe, furioso se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a la corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes hacían esfuerzos sobrehumanos de soltarse y lanzarse al caudal inmenso a rescatar a su hijo, pero todo fue inútil.

Vino luego el martirio del conquistador para atormentar a su hija, humillarla y llevarla sumisa a la fortaleza. El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba lastimeramente. Por último la dejaron libre a ella, pero, enloquecida y desesperada por la pérdida de sus dos amores, llamando a su hijo, se lanzo a la corriente y se ahogó.

La leyenda cuenta que en las noches tranquilas y estrelladas se oye una canción de arrullo tierna y delicada, tal parece que surgiera de las aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre las espumas del cristal.

La linda rubia que sigue buscando a su querido hijo por los siglos de los siglos, es la MADRE DEL AGUA. La diosa o divinidad de las aguas; o el alma atormentada de aquella madre que no ha logrado encontrar el fruto de su amor.

Por eso, cuando la desesperación llega hasta el extremo, la iracunda diosa sube hasta la fuente de su poderío, hace temblar las montañas, se enlodan las corrientes tornándolas putrefactas y ocasionando pústulas a quienes se bañen en aquellas aguas envenenadas.


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