El rapto de Europa

Jugaba un día la bella princesa fenicia Europa, hija de los reyes de Tiro Agenor y Telefasa, en el prado junto a otras jóvenes de la región. Admiraban entre risas a los espléndidos toros del padre de la princesa, la cual poseía tal hermosura que era motivo constante de disputa tanto entre los mortales como entre los dioses que alguna vez se habían deleitado con su presencia.

Pero he aquí que uno de los toros, sin duda el más magnífico de todos gracias a su deslumbrante color blanco, se separó del resto y se acercó a Europa, postrándose incluso ante ella. La joven, que primero se asustó, poco a poco fue sintiéndose halagada y comenzó a acariciar a la noble bestia. Momentos más tarde se hallaba sentada sobre su lomo mientras disfrutaba llena de confianza. Claro que no sabía lo que ocurriría después…

De repente el toro se lanzó a una carrera desenfrenada y saltó al mar desde el acantilado, llevándose consigo a una Europa presa del pánico. No entendía qué ocurría, no sabía qué había podido pasar, desconocía que realmente ese toro blanco no era otro que Zeus, el dios, que, loco de deseo por ella tras verla la primera vez, había urdido un plan para que ella no pudiera rechazarlo como había hecho con el resto de sus pretendientes.

Todas estas preguntas hallaron respuesta una vez que alcanzaron la isla de Creta. Allí Zeus adquirió de nuevo forma de hombre y poseyó a Europa cerca de la Fuente de Gortina, concretamente bajo un árbol que aún hoy existe y que daba plátanos como fruto, (se dice que por eso desde entonces sus hojas siempre permanecen verdes). Del encuentro entre Europa y Zeus nacieron tres hijos, los cuales tuvieron por nombres el de Sarpidón, Radamantes y Minos (futuro rey de Creta y carcelero del temido Minotauro).

Pero el dios, que tenía que regresar al Olimpo, no quiso ser del todo injusto con la joven y le hizo tres regalos valiosos: Un autómata de nombre Talo que le serviría para vigilar la costa de la isla, un perro que era siempre certero con sus objetivos de caza y una jabalina que siempre daba en el blanco. Además concertó su matrimonio con el Rey de Creta, Asterión, el cual incluso adoptó a los vástagos de Zeus como suyos.

Cuenta la leyenda que, entretanto, el padre de Europa, desesperado, caminó y caminó por todos los caminos llamando a su hija: - ¡Europa!, ¡Europa!- sin hallar nunca contestación. Y que los habitantes de esos otros lugares por los que iba pasando terminaron llamando así al continente.

Cuenta también que, tras la muerte de Europa, en su honor Zeus convirtió en constelación a la forma de toro gracias a la cual había podido raptar a la princesa, incluyéndose desde ese momento entre los signos del zodiaco.

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