Hércules y el león




Un temible león está asolando a Nemea. Devora personas. Extermina rebaños. Destruye plantaciones. Tiene la piel invulnerable y habita una caverna con dos salidas. Nació de dos monstruos: Equidna y Ortro. Y su descendencia es también monstruosa.
Capturar a la fuera es el primero de los trabajos que el medroso Euristeo impone a Hércules.
Sin temor, a pecho descubierto y con la voluntad de vencer, el héroe parte hacia Nemea. Sólo piensa en su próximo enemigo.
Llegado a su destino, empieza a buscar al león por todas partes. La gente no quiere ni siquiera pronunciar el nombre de la fiera, como si el nombrarla pudiera hacerla aparecer de un momento a otro. Hércules penetra en la floresta. Marcha días y días. Y no halla nada.
Por fin, un día, da con una caverna parecida a la descripción hecha por Euristeo. Allí está el escondijo del animal. Escondido detrás de un arbusto, ve como el león sale de su gruta, llevando en el hocico un cadáver humano, aún sangrando.
Hércules se aproxima por detrás del animal. Pero no lo ataca. Espera a que el enemigo se vuelva y lo encare, ojo a ojo, miedo a miedo. Entonces dispara una flecha, pero no consigue herirlo: la piel del león es invulnerable.
El ataque, entretanto, atemoriza a la fiera y la lleva a refugiarse en la caverna. Rápidamente, el héroe penetra también en la guarida y cierra una de las salidas.
Después embiste contra el adversario, empuñando la maza. El león retrocede, hasta quedar enteramente pegado a la pared. Siempre agitando la maza, Hércules se aproxima cada vez más. Sujeta al animal con sus manos poderosas. Y se entabla una feroz lucha cuerpo a cuerpo. Lo domina. Finalmente, lo estrangula y lo arroja al suelo.
Cuando se convence que el león ya no respira, usa las mismas garras de la fiera para arrancarle piel y cabeza, que más tarde le servirán de armadura y casco.
En posesión de sus nuevas armas, feliz y cansado, Hércules lleva el cadáver a la puerta de la ciudad. El heraldo corre hasta el rey para contarle la victoria del héroe en su primer trabajo.
Y Júpiter transforma al león en una constelación que marca en el cielo, perpetuamente, la gloria de Hércules.


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