La bonita villa de la costa catalana que hoy se llama Vilanova y La Geltrú (Barcelona) fue antiguamente, en su origen, La Geltrú.
Era el señor de La Geltrú un barón de vida licenciosa y turbulenta, cruel y despiadado para con sus vasallos, irrespetuoso con las mujeres: un tirano en toda la extensión de la palabra.
Existía por aquel tiempo entre los señores feudales el derecho que llamaban de pernada.
Dice la leyenda que un mozo de La Geltrú, arrogante y orgulloso -con justo orgullo de su valor y personalidad-, se enamoró de una muchacha, también vecina de La Geltrú, y por lo mismo vasalla del barón como él.
Era la muchacha de singular belleza y discreción, y el joven, después de hablar con sus padres y llegar a un acuerdo con ellos, decidió casarse con ella, sin consultar con el señor de La Geltrú, para poder escapar de la ignominia que suponía el derecho de pernada.
Se conformó la joven pero no sus padres, que tuvieron miedo de incurrir en la cólera del caballero si se enteraba del caso. Además, había que contar con el sacerdote, quien de seguro tampoco se avendría a casarlos sin consultar antes con el señor, cuyo permiso era necesario en aquel tiempo para que sus vasallos pudieran casarse.
Viendo que no tenía escapatoria, el muchacho hizo otro plan. La Geltrú está tierra adentro, a alguna distancia del mar. Así, los dominios del barón no llegaban hasta la playa. Entonces el muchacho decidió pedir la debida autorización para casarse, pero entretanto, y a escondidas, construyó una modesta casita para él y su futura esposa, y junto a ésta, otra para sus padres en la playa, lo más cerca posible de La Geltrú, pero fuera de la jurisdicción del barón.
Cuando se dirigió a su señor para pedirle el permiso, éste se lo concedió enseguida, pero le recordó el derecho que la ley le concedía. El muchacho pareció conformarse con su mala estrella y la boda se celebró en la capilla de La Geltrú, según era la costumbre.
Se celebró un espléndido banquete, al que asistieron todos los parientes y amigos de los novios, y hasta el barón fue a tomar unos vasos con ellos.
Cuando llegó la noche, el barón de La Geltrú esperó en vano que la novia acudiera para cumplir con sus deberes de vasalla.
Enfurecido el señor, envió a dos de sus hombres a la casa de los novios con el encargo de traer a la desposada. Los hombres encontraron la casa vacía, los novios habían desaparecido y nadie sabía dónde estaban. Mandó registrar todo el pueblo de La Geltrú, pero no pudo dar con ellos.
Días después se supo que habían ido a vivir junto al mar, y que el joven, no teniendo tierras para trabajar, se dedicaba a la pesca.
Fueron muchos entonces los vasallos del barón de La Geltrú que se marcharon a construir sus cabañas a la orilla del mar, junto a la del audaz muchacho, quedando así fundada la que hoy es Vilanova (Villanueva), cuyo nombre se le dio ya con este motivo, y que ha llegado a superar en importancia a la misma Geltrú, su villa de origen.
Era el señor de La Geltrú un barón de vida licenciosa y turbulenta, cruel y despiadado para con sus vasallos, irrespetuoso con las mujeres: un tirano en toda la extensión de la palabra.
Existía por aquel tiempo entre los señores feudales el derecho que llamaban de pernada.
Dice la leyenda que un mozo de La Geltrú, arrogante y orgulloso -con justo orgullo de su valor y personalidad-, se enamoró de una muchacha, también vecina de La Geltrú, y por lo mismo vasalla del barón como él.
Era la muchacha de singular belleza y discreción, y el joven, después de hablar con sus padres y llegar a un acuerdo con ellos, decidió casarse con ella, sin consultar con el señor de La Geltrú, para poder escapar de la ignominia que suponía el derecho de pernada.
Se conformó la joven pero no sus padres, que tuvieron miedo de incurrir en la cólera del caballero si se enteraba del caso. Además, había que contar con el sacerdote, quien de seguro tampoco se avendría a casarlos sin consultar antes con el señor, cuyo permiso era necesario en aquel tiempo para que sus vasallos pudieran casarse.
Viendo que no tenía escapatoria, el muchacho hizo otro plan. La Geltrú está tierra adentro, a alguna distancia del mar. Así, los dominios del barón no llegaban hasta la playa. Entonces el muchacho decidió pedir la debida autorización para casarse, pero entretanto, y a escondidas, construyó una modesta casita para él y su futura esposa, y junto a ésta, otra para sus padres en la playa, lo más cerca posible de La Geltrú, pero fuera de la jurisdicción del barón.
Cuando se dirigió a su señor para pedirle el permiso, éste se lo concedió enseguida, pero le recordó el derecho que la ley le concedía. El muchacho pareció conformarse con su mala estrella y la boda se celebró en la capilla de La Geltrú, según era la costumbre.
Se celebró un espléndido banquete, al que asistieron todos los parientes y amigos de los novios, y hasta el barón fue a tomar unos vasos con ellos.
Cuando llegó la noche, el barón de La Geltrú esperó en vano que la novia acudiera para cumplir con sus deberes de vasalla.
Enfurecido el señor, envió a dos de sus hombres a la casa de los novios con el encargo de traer a la desposada. Los hombres encontraron la casa vacía, los novios habían desaparecido y nadie sabía dónde estaban. Mandó registrar todo el pueblo de La Geltrú, pero no pudo dar con ellos.
Días después se supo que habían ido a vivir junto al mar, y que el joven, no teniendo tierras para trabajar, se dedicaba a la pesca.
Fueron muchos entonces los vasallos del barón de La Geltrú que se marcharon a construir sus cabañas a la orilla del mar, junto a la del audaz muchacho, quedando así fundada la que hoy es Vilanova (Villanueva), cuyo nombre se le dio ya con este motivo, y que ha llegado a superar en importancia a la misma Geltrú, su villa de origen.
2 comentarios:
Anda,pues esto no creo yo que sea mucha leyenda, eh? No dudo tengas más de realidad que de ficticio.
Seguramente tendrá mucho de cierto. En otras zonas no lo sé, pero por lo que he leído me consta que en Cataluña el derecho de pernada era algo muy habitual en la época feudal.
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