Esta leyenda se remonta al siglo XII. En un monasterio en el norte del Tibet, solían estar en permanente desacuerdo, monologaban sobre cuestiones teológicas, sin escucharse ni llegar a un acuerdo, lo que creaba desunión y malestar. Fue entonces cuando el monje más viejo pidió que por tres días se ayunara a fin de preservar el espíritu del cuerpo y tranquilizar el estado de disociación que reinaba en el monasterio...
Los monjes realizaron el ayuno y la oración permanente. A la mañana siguiente apareció a las puertas del monasterio dentro de un cesto abandonado, una gata tricolor con su dos hijitas recién nacidas a las cuales amamantaba. Los monjes consideraron que el hecho podía ser una señal, y dieron cabida en el monasterio a esta pequeña familia. Era tal la abnegación, sumisión y cuidado que procuraba la madre, que por días solo hablaron de las bondades silenciosas de su "tricolor" y olvidaron las diferencias que habían tenido hacia meses.
El monje más anciano que había llamado al ayuno y a escuchar el ser interior, a fin de poder dar lugar a escuchar a los otros y así llegar a poner fin a tanto desacuerdo, consideró que estas gatitas eran una señal de cuál era el camino para llegar al entendimiento. Llamó nuevamente a sus monjes y les pidió meditar tres días sobre esto.
Así fue como el monje más joven, y por ello el que menos doctrina sobre sí tenia, acudió a él al cabo del tercer día. Le dijo: -"Sé el secreto de esta pequeña familia".
El anciano monje, considerando que el joven estaba obnubilado como todos en el monasterio, pero su experiencia era tan poca que no podía haber llegado a la respuesta con tal facilidad, simplemente cerró los ojos, extendió ambas manos y preguntó, -"¿Cuál? Dime cuál, que a todos ha calmado".
El joven respondió seguro pero apasionado por su precoz conocimiento a través de la meditación, el primero que había experimentado: -"Ella posee los tres colores, el blanco y el negro son el ying y el yang, los opuestos, nuestros opuestos, vuestros opuestos, pero en su manto está el habano, la tierra, nuestro lugar. Significa que aquí podremos concitar todas nuestras diferencias si nos ensamblamos, formando un crisol tan bello como su manto".
El anciano lo miró. Le tendió su mano y lo invitó a compartir su te. El joven lloró... Un silencio tan extenso como la vida, se esparció entre ambos.
Faltaban sorbos para terminar la taza, cuando el anciano tocándole su frente preguntó: -"¿Te has dado cuenta que son hembras las tres, qué significado tendría que no existiera un macho entre ellas?"
El joven ya no sabía si contestar o no. Se arrodilló y dijo: -"Usted y yo, tenemos algo en común, aunque las distancias del saber nos separen, ninguno de nosotros tiene el don de la vida, ninguno de nuestros monjes lo tiene, una mujer sí, por ello son hembras, traen el mensaje de lo nuevo, de la mutación, del cambio. Nosotros somos permanencia".
Esta vez, las lágrimas corrieron por la cara del maestro... Se retiró en silencio y dejó al joven extasiado en su magnifica visión.
A la mañana siguiente, dejó el monasterio en manos del joven, con la misión de preservar a la pequeña familia, partiendo hacia las montañas.
Los monjes realizaron el ayuno y la oración permanente. A la mañana siguiente apareció a las puertas del monasterio dentro de un cesto abandonado, una gata tricolor con su dos hijitas recién nacidas a las cuales amamantaba. Los monjes consideraron que el hecho podía ser una señal, y dieron cabida en el monasterio a esta pequeña familia. Era tal la abnegación, sumisión y cuidado que procuraba la madre, que por días solo hablaron de las bondades silenciosas de su "tricolor" y olvidaron las diferencias que habían tenido hacia meses.
El monje más anciano que había llamado al ayuno y a escuchar el ser interior, a fin de poder dar lugar a escuchar a los otros y así llegar a poner fin a tanto desacuerdo, consideró que estas gatitas eran una señal de cuál era el camino para llegar al entendimiento. Llamó nuevamente a sus monjes y les pidió meditar tres días sobre esto.
Así fue como el monje más joven, y por ello el que menos doctrina sobre sí tenia, acudió a él al cabo del tercer día. Le dijo: -"Sé el secreto de esta pequeña familia".
El anciano monje, considerando que el joven estaba obnubilado como todos en el monasterio, pero su experiencia era tan poca que no podía haber llegado a la respuesta con tal facilidad, simplemente cerró los ojos, extendió ambas manos y preguntó, -"¿Cuál? Dime cuál, que a todos ha calmado".
El joven respondió seguro pero apasionado por su precoz conocimiento a través de la meditación, el primero que había experimentado: -"Ella posee los tres colores, el blanco y el negro son el ying y el yang, los opuestos, nuestros opuestos, vuestros opuestos, pero en su manto está el habano, la tierra, nuestro lugar. Significa que aquí podremos concitar todas nuestras diferencias si nos ensamblamos, formando un crisol tan bello como su manto".
El anciano lo miró. Le tendió su mano y lo invitó a compartir su te. El joven lloró... Un silencio tan extenso como la vida, se esparció entre ambos.
Faltaban sorbos para terminar la taza, cuando el anciano tocándole su frente preguntó: -"¿Te has dado cuenta que son hembras las tres, qué significado tendría que no existiera un macho entre ellas?"
El joven ya no sabía si contestar o no. Se arrodilló y dijo: -"Usted y yo, tenemos algo en común, aunque las distancias del saber nos separen, ninguno de nosotros tiene el don de la vida, ninguno de nuestros monjes lo tiene, una mujer sí, por ello son hembras, traen el mensaje de lo nuevo, de la mutación, del cambio. Nosotros somos permanencia".
Esta vez, las lágrimas corrieron por la cara del maestro... Se retiró en silencio y dejó al joven extasiado en su magnifica visión.
A la mañana siguiente, dejó el monasterio en manos del joven, con la misión de preservar a la pequeña familia, partiendo hacia las montañas.
2 comentarios:
Sin comentarios.
Eso quiere decir que te ha gustado o que no??
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