Cuenta una leyenda que hace ya muchos años, vivió en Grecia un hombre atrevido al que le gustaba la aventura. Entre los muchos viajes que realizó, dicen que cruzó todo el mar Egeo, atravesando numerosas islas griegas.
Partió de Atenas, pasó las Islas Cícladas, llegó a Creta, subió por Roda, se detuvo en Samos y cuentan que, cuando llegó a Quíos, esto es lo que le sucedió.
Cuando Hylas, que así se llamaba el aventurero, atracó en Quíos, se alejó de sus compañeros adentrándose en el bosque en busca de agua potable. No hizo el viaje en vano, pues pronto se encontró un manantial de agua fresca donde unas jóvenes jugueteaban y cantaban. Hylas no era precisamente feo y los años de viaje lo habían convertido en un hombre fuerte, por lo que no es de extrañar que una de ellas se quedara mirándolo con sus hermosísimos ojos verdes. Su mirada era tan profunda, tan intensa, tan dulce, que Hylas era incapaz de desviar sus ojos de ella. Poco a poco empezó a perder su voluntad, no sabía qué le pasaba, sólo que esos ojos le atraían hacia la joven sin poderse controlar.
Ya sin voluntad, se acercó al manantial y se metió en el agua. De pronto, unos brazos le aprisionaron alrededor de su cuerpo y sintió la presión de unas manos suaves y frías que no le permitían moverse. No podía hablar, no pudo pedir ayuda. Lo último que supieron sus compañeros es que había sido arrastrado hasta las profundidades del manantial, de donde nunca pudieron sacarlo.
Partió de Atenas, pasó las Islas Cícladas, llegó a Creta, subió por Roda, se detuvo en Samos y cuentan que, cuando llegó a Quíos, esto es lo que le sucedió.
Cuando Hylas, que así se llamaba el aventurero, atracó en Quíos, se alejó de sus compañeros adentrándose en el bosque en busca de agua potable. No hizo el viaje en vano, pues pronto se encontró un manantial de agua fresca donde unas jóvenes jugueteaban y cantaban. Hylas no era precisamente feo y los años de viaje lo habían convertido en un hombre fuerte, por lo que no es de extrañar que una de ellas se quedara mirándolo con sus hermosísimos ojos verdes. Su mirada era tan profunda, tan intensa, tan dulce, que Hylas era incapaz de desviar sus ojos de ella. Poco a poco empezó a perder su voluntad, no sabía qué le pasaba, sólo que esos ojos le atraían hacia la joven sin poderse controlar.
Ya sin voluntad, se acercó al manantial y se metió en el agua. De pronto, unos brazos le aprisionaron alrededor de su cuerpo y sintió la presión de unas manos suaves y frías que no le permitían moverse. No podía hablar, no pudo pedir ayuda. Lo último que supieron sus compañeros es que había sido arrastrado hasta las profundidades del manantial, de donde nunca pudieron sacarlo.
7 comentarios:
Hola Kassiopea! Me encanta este espacio tuyo dedicado a las leyendas, siempre quise encontrar un lugar donde se contaran estas historias mágicas, que creo, han influído mucho en la Historia real de nuestros pueblos, así que, con tu permiso, pasearé por aquí y te enlazo para tenerte cerca. Besos!!
Bienvenida Carolina, pásate cuando quieras.
Ahora me tiene intrigado pa que lo querian las ninfas
Para ********** jijijiji
Eso sospechaba yo ..... jejejejeje
Pobre Hylas. Sin querer compararme con él, lo comprendo perfectamente. Al quinto día de navegación se vuelve uno de un galante que no se lame y en puerto se tiende a abandonar la fuerza de voluntad en el primer par de ojos golosos que te crucen la mirada... Ya lo dice el dicho: Tiran más dos ojos verdes que dos carretas y aunque la proporción en mi caso no es de una novia en cada puerto, sino de una en uno de cada tres o cuatro, a veces tal abandono tiene consecuencias imprevisibles, aunque, de momento, nada en comparación con lo de Hylas. La edad y los rigores ya se encargan además de diluir más aún si cabe esa proporción, lo que sin duda contribuye a reducir el riesgo, pero por pequeño que sea, siempre está ahí.
Ahora en serio: Me recuerda a una criatura de la mitología celta de la Isla de Man, donde se cuenta a los niños la historia de Jenny Greenteeth, una variante -que será porque es inglesa, pero en vez de ninfa de ojos verdes es una bruja con verdín en los dientes- que agarra a los niños que juegan cerca de las orillas de lagos y arroyos y los arrastra al fondo con ella, donde los devora.
Un placer, como siempre, Kassiopea.
Saludos boreales,
Paulus
Pues me apunto la bruja de los dientes verdes para buscar información, Paulus.
Un saludo.
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