En palabras de nuestros cronistas, era el obispo de Santiago, Ataúlfo, hombre "señalado en linaje, letra y santidad". Habíale distinguido el rey Bermudo II con su confianza y a él recurría en demanda de consejo, cuando los negocios del Estado lo requerían. Esta predilección real despertó celos en ciertos nobles gallegos que, conspirando contra él, enviaron emisarios al monarca para avisarle de que el prelado era de raza mora y de que mantenía secretas embajadas con ellos encaminadas a entregarles Galicia.
Pecó el rey de ingenuidad e irritado contra el arzobispo, que así pagaba su confianza en él depositada, le envió propio a caballo para que, en el plazo de una semana, compareciera en Oviedo.
Pecó el rey de ingenuidad e irritado contra el arzobispo, que así pagaba su confianza en él depositada, le envió propio a caballo para que, en el plazo de una semana, compareciera en Oviedo.
Púsose el obispo en camino, olvidando sus mucho años y, tras cien penalidades, llegó una mañana a Oviedo. Entró en la basílica de San Salvador, asistió al rezo de las Horas y celebró la santa misa.
Supo el rey de la llegada del prelado y, dolido de que no hubiera ido directamente a Palacio, ordenó que dispusieran un toro bravo en la plaza de la basílica del Señor San Salvador para que arremetiera contra el prelado cuando saliera de sus rezos.
Encerraron, pués, el toro en la plaza y, cuando el mitrado salió del templo, con paso sereno y el rostro rebosante de paz, "el toro llegó al obispo humilde y tan manso que parecía le quería besar los pies"; asióle el obispo por los cuernos y quedóse con ellos en las manos. Revolvióse el animal, tornóse presto y fiero y arremetió con brio contra los calumniadores, encaminándose luego al campo.
Volvió el arzobispo Ataúlfo al templo, dio gracias a Dios por el prodigio y colocó los cuernos sobre el altar.
Supo el rey de la llegada del prelado y, dolido de que no hubiera ido directamente a Palacio, ordenó que dispusieran un toro bravo en la plaza de la basílica del Señor San Salvador para que arremetiera contra el prelado cuando saliera de sus rezos.
Encerraron, pués, el toro en la plaza y, cuando el mitrado salió del templo, con paso sereno y el rostro rebosante de paz, "el toro llegó al obispo humilde y tan manso que parecía le quería besar los pies"; asióle el obispo por los cuernos y quedóse con ellos en las manos. Revolvióse el animal, tornóse presto y fiero y arremetió con brio contra los calumniadores, encaminándose luego al campo.
Volvió el arzobispo Ataúlfo al templo, dio gracias a Dios por el prodigio y colocó los cuernos sobre el altar.
El rey, que había presenciado el espectáculo desde los balcones de su reál alcázar, supo entonces de la justicia divina y de la inocencia del virtuoso pastor de almas.
Aseveran los cronistas que "los cuernos estuvieron colgados mucho tiempo en la capilla mayor de esta iglesia, auque ahora no hay noticia de ellos".
Aseveran los cronistas que "los cuernos estuvieron colgados mucho tiempo en la capilla mayor de esta iglesia, auque ahora no hay noticia de ellos".
4 comentarios:
hacia rato no veia un blog tan refrescante e ingenioso,un abrazo desde miami ,Estados Unidos,felicidades
Quien sabe donde habrán ido a parar los cuernos del toro.
jajaj qué bueno
Atalulfo de Ubrique ???? :)
Publicar un comentario