La Fuente de Almanzor




La Fuente de Almanzor dista de Almedíjar unos 4 kilómetros aproximadamente, y desde el año 1959, en el que se canalizó hasta el pueblo, se ha convertido en la fuente que lleva sus aguas a toda la población.

Según la leyenda, la fuente debe su nombre al rey Almanzor, sobrenombre de un morisco de Algar de Palancia llamado Garbau, que se había puesto al mando de la Rebelión que los Moriscos de la Sierra Espadán llevaron a cabo en 1526.

Se cuenta que dicho rey, se hallaba sumamente preocupado por la escasez de agua que acuciaba a la población musulmana que se había aglutinado en Almedíjar, última plaza en ser reconquistada de las ubicadas dentro del estado de sitio al que estaba sometida la zona en el verano de 1526, puesto por las tropas cristianas, que trataban de abortar el amotinamiento.

Hasta ella se habían trasladado los labradores y pastores que huían de las batallas acompañados de sus esposas, esclavas e hijos, junto a carboneros, artesanos y cazadores que formaban el grueso de la soldadesca morisca, que no superaba los 4000 hombres.

Ante tanta responsabilidad, un día fue el propio Almanzor quien decidió tomar parte en una batalla para tratar de romper el cerco cristiano, y tratar de ganar terreno rico en agua. Pero en la lucha, una flecha hizo blanco en su pecho, dejando al caudillo morisco gravemente herido.

Prontamente sus correligionarios le llevaron de retorno a Almedíjar para recibir atención especializada. Era mucha la sangre que desprendía Almanzor, y al poco los curanderos se quedaron sin agua con la que poder limpiar sus heridas, debido a la sequía.

Una esclava cristiana, que contemplaba la exasperante situación en las que se hallaba su opresor, al que admiraba en secreto, decidió hacerse notar; así que se acercó a los curanderos y les dijo:

- Señores, yo puedo satisfacer vuestros anhelos y conducíos al agua, aunque a cambio, vos me tendréis que conceder el deseo que yo os pida.

Tanto los curanderos como sus consejeros miraban al monarca para que fuera él quien tomase la decisión, pues desconfiaban de la cristiana, pero era tanta la necesidad del líquido, que comentaron que no estaría de más el intentarlo. Finalmente, sonriendo sentenció el monarca:

- Es valiente la chiquilla, y si la escucho, me arriesgo a que los hombres se rían y me tachen de ingenuo, y a que mi salud empeore. Pero vamos a seguirla, y sabremos si es cierto.

Nada más lejos de la realidad. La cautiva deseaba tanto o más que los propios médicos la recuperación de Almanzor, pues en ello le iba el único medio de encontrar la libertad. Así que, con una escolta de 15 soldados, y el propio rey tras de sí, salieron de Almedíjar siguiendo hacia arriba el cauce del barranco que besaba sus murallas.

Al poco, divisan junto al camino un enorme castaño, al cual le echa el ojo Almanzor, que ordenó que pronto lo talasen para hacer leña. Mas la cristiana que lo oye, se gira en redondo y replica:

- Cristiana soy, mi señor, pero bisnieta de hebreos, que por defender su vida, hasta su arado perdieron. Ese castaño que alza junto al camino sus siete brazos al cielo para adorar a su Dios, lo plantó mi bisabuelo. Respétalo pues, Almanzor, que por Alá te lo ruego, y que lo admiren los hombres hasta el final de los tiempos.

- Hablas con voz de profeta, esclava. - respondió el asombrado Almanzor- Pero por tu valentía lo dejaremos con vida para que dé sombra a mis nietos. Pero se habrá de llamar Castañera y no Castaño, pues pervive por tu genio.

En estas conversaciones estaban, cuando llegaron a un paso estrecho, que pronto viene a mostrar el nacimiento de una fuente, para gran júbilo de sus descubridores. Aquellas frescas aguas restablecieron en poco tiempo la salud de Almanzor, y la de toda la población, que ya empezaba a enfermar por falta de medidas higiénicas.

El gran Almanzor, fiel a la promesa, y agradecido por los servicios de aquella joven cautiva cristiana, se dispuso a concederle cualquier petición que ella formulara. Pero no fue ni oro ni joyas lo que quería aquella joven. Una vez más, la joven volvió lo volvió a sorprender:

- Señor Almanzor, bien sabes que a lo largo de los siglos cristianos, hebreos y árabes han convivido pacíficamente a la sombra de estos montes. Espadán abrazó a todos, pero ahora es un señor de lejos quien ha dictado que los de mi religión y los de la vuestra no puedan seguir viviendo juntos. Esa ley ha causado en vosotros un gran dolor, pues os aparta de vuestras tierras y familias, pero también a nosotros, que igualmente hemos sufrido esas pérdidas.
“Mis padres y hermanos, a causa de este enfrentamiento, tuvieron que irse al otro lado de la sierra, donde supongo rezarán para que esto termine pronto, y yo regrese pronto, aliviando así sus penas de corazón. Así pues, mi señor, simplemente te pido ser libre, que me devuelvas con los de mi mismo credo, y lo más prontamente posible, al lado de mis añorados y amados padres.

Aquella petición llena de verdad y sentimiento, consiguió enternecer al rey, y aunque sintió pena por la pérdida de tan fiel y valiente esclava, no faltó a su palabra, y accedió a su petición.

- Cristiana, grandes verdades dices, y aunque llevo puesta una coraza de guerrero, guardo corazón de hombre. Coge tus cosas, ve con los tuyos, y que Alá te guíe y acompañe.

Cuando cesaron las guerras, el suceso protagonizado por la cristiana y el fiero Almanzor corrió como un reguero de pólvora, y como recuerdo de aquel honroso hecho, de Almanzor se llamó en adelante tanto la fuente, como el barranco que recoge sus aguas. Es curioso que este mismo barranco, tan solo unos metros más abajo del lugar donde recoge las aguas de la fuente cambie su nombre por el de Íbola, y que tras rebasar la población, vuelva a cambiar de denominación, siendo ahora la Rambla de Almedíjar, que termina su curso en el río Palancia, a la altura de Soneja.


Leyenda e imágenes enviadas por José A. Planillo

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