El rey Frivolón y Miguelón




Al rey Frivolón lo que más le gustaba era hacer apuestas ya que la suerte parecía estar de su parte y casi siempre ganaba en todas las que hacía.

Un día paseando por los jardines de su palacio, se le ocurrió viendo una fuente, que sería bonito poder tener un poco de todas las aguas del reino.

Continuando con el paseo vió un rosal y también se le ocurrió que sería bonito que su hija pudiera tener un ramillete de flores frescas por la mañana de todas las flores del reino.

Ya casi llegando al interior del palacio, el rey se fijó en un viejo avellano plantado hace varios años por su difunta madre y pensó en lo que le gustaban las avellanas cuando era un guaje, y de nuevo se le ocurrió que lo mejor sería que su hija pudiera desayunar unas avellanas cuando fuera la estación. Lo malo era que el avellano llevaba mucho tiempo sin dar frutos, unicamente daba flores.

Cuando ya se encontraba en el castillo, dijo a su criado:

- Quiero agua de todas las aguas, flores de todas las flores y avellanas de mi madre.

El criado un poco perplejo, se preguntó quién podría traer todo aquello y cuál sería la recompensa en caso de que alguien pudiera traerlo, a lo que el rey replicó:

- Ya que no tengo mucho dinero porque lo gasto en los caprichos de mi hija, puedo dar en recompensa la mano de ella.

Y le mandó a su criado preparar la prueba. Los aspirantes se preguntaban como podrían traer aquellas cosas hasta palacio hasta que uno, decidió marchar a buscar el agua, las flores y las avellanas.

El valiente caballero se llamaba Miguel, aunque era más conocido por Miguelón. Tanto andó que encontrándose cansado se acercó a una casa que divisó la cual tenía la puerta entreabierta y decidió entrar. Había un mozu de unos catorce años que estaba dando vueltas a un pucheru con una cuchara de madera.

Miguelón le preguntó al chaval que estaba haciendo y donde estaban sus padres, por lo que pudo deducir, logró entender que sus padres salieron a recoger la lana que quedó enganchada en los bardales para pagar la cena de ayer, que se la fiaron con la condición de que tenían que pagarla hoy, ya que el chaval hablaba de una manera extraña, y pensando Miguelón que la solución a la prueba del rey podía estar allí, Miguelón se atrevió a decirle:

- Por casualidad, ¿no sabrás dónde encontrar agua de todas las aguas, flores de todas las flores y avellanas de su madre?

- Tendrías que saberlo, yo podría traerte todo eso ahora mismo- dijo el guaje.

Y así lo hizo. Y Miguelón tomando todo se dirigió al palacio.

Al llegar al palacio, le hicieron tomar un baño y mientras lo hacía estaba siendo espiado por la princesa y mientras le miraba se sintió gratamente sorprendida por la belleza del joven.

Una vez que salió, fue al encuentro con el rey al que le dijo que había encontrado lo que él había pedido. Primero le pidió las aguas y Miguelón le enseñó un frasco lleno de agua del mar, puesto que en el mar van a parar todas las aguas, incluso las menores.

Respecto a las flores, Miguelón sacó un panal de abejas y le dijo que en el panal se encontraban flores de todas las flores, puesto que con algo de cada una pusieron las abejas la miel y la cera.

Cuando llegaron al punto de las avellanas, Miguelón sacó un saquito, y al instante el rey le arrancó el saco con toda rapidez.

- Eso tengo que comprobarlo- dijo

Y al meter la mano en el saco, lanzó un grito mientras gritaba: ¡La mi madre! ¡La mi madre!

Miguelón recogió el saquito mientras sacaba con cuidado un bola de espinas y unas avellanas.

La princesa y el criado que estaban viendo toda las escena desde el fondo, empezaron a reir tan fuerte que les brotaban lágrimas en los ojos. Entonces el rey viendo que había sido muy astuto y que había ganado la apuesta, no tuvo más remedio que dar su consentimiento para el matrimonio.


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