El rey Valdemar IV, que habitó en Dinamarca frecuenta los senderos que conducen al ruinoso castillo de Gurra, y es que se dice que que en vida Valdemar estaba tan enamorado de una dama, llamada Tovehill, que cuando esta murió impidió que fuese enterrada.
Allá a donde iba, Valdemar se hacía acompañar siempre por su cadáver sin hacer caso al desagrado que esto causaba en sirvientes y vasallos. Un día, aprovechando una ocasión propicia, uno de sus cortesanos decidió examinar el cadáver para ver si encontraba la causa del retorcido apego que el rey le tenía. Comprobó que la fallecida llevaba en un dedo un extraño anillo con inscripciones mágicas. Se le ocurrió al joven que gracias a aquel anillo mágico Tovehill había conseguido y conservado el afecto del rey. ¿Acaso no tenía la dama cierta fama de hechicera? El cortesano quitó el anillo a la muerta, y al poco obtuvo la prueba de que su teoría era acertada: no pasó un día antes de que se disipase el cariño que el rey sentía por el cadáver de la dama, con lo que finalmente accedió a enterrarla.
Sin embargo, el joven lamentó haberse quedado con el anillo. El rey requería ahora su presencia constantemente, premiaba cada respuesta suya de forma exagerada y no dejaba de mirarlo, lo que al joven cortesano empezaba a resultar francamente molesto. Sospechando cuál era la causa, resolvió deshacerse del anillo mágico, para lo cual lo arrojó a un estanque de Gurra un día que pasó por allí. Desde ese momento el rey comenzó a frecuentar aquel estanque.
Como allí se sentía mejor que en cualquier otro sitio, ordenó construir un castillo junto a él, y pasaba día y noche cazando en sus alrededores. Según cuentan, un día llegó a exclamar: “¡Si se me permitiera cazar en Gurra para siempre, bien podría Dios quedarse con el Cielo!”.
Dicen que entonces se oyó una voz en el aire que le respondía: “Tu deseo ha sido cumplido”.
Dios acababa de castigar al rey Valdemar negándole el cielo. Tras su muerte, pasaría a capitanear la sobrenatural partida de caza que encanta los bosques daneses.
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1 comentario:
Curiosa leyenda... a todos nos gusta que nos tengan en cuenta, pero seguramente a mi también me acabaría agobiando que me diesen siempre la razón.
Un saludo!
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