El padre Almeida




La leyenda cuenta que este cura todas las noches salía a tomar aguardiente. Para salir tenía que subir en un brazo de la estatua de Cristo, pero una noche mientras intentaba salir oyó que la estatua le dijo: "¿Hasta cuándo padre Almeida?" y éste le contestó: "Hasta la vuelta", y se marchó.

Una vez ya emborrachado, salió de la cantina y se encontraba paseando en las calles de Quito, hasta que pasaron seis hombres altos completamente vestidos de negro con un ataúd. El padre Almeida se desplomó, pero al levantarse vio el interior del ataúd, y el muerto era él.

Del susto huyó del lugar. Se puso a pensar que eso era una señal y que si seguía así podía morir intoxicado, entonces desde ese día ya no ha vuelto a beber y se nota la cara de la estatua de Cristo más sonriente.


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La calzada del gigante




Cuenta una antigua leyenda celta que existió un tiempo de gigantes y que en ese tiempo vivía uno de nombre Fin MacCool y de sangre irlandesa.

El gigante Finn McCool tenia un rival en Escocia, Benandonner, al que nunca había conocido. El irlandés quería probar a todo el mundo que era el más fuerte, y desafió a Benandonner a venir a Ulster para batirse en duelo, y para que no tuviera ninguna excusa y no pudiera rehuir el enfrentamiento, Finn construyó un camino capaz de sostener sus pasos y que llegara hasta tierras escocesas, concretamente hasta la isla de Staffa.

Fue entonces cuando pudo cruzar más de 120 kilómetros de recorrido sobre el mar sin que ni una gota de agua salada cayera en su cuerpo. En cuanto pisó tierras escocesas se sintió más grande aún de lo que era en realidad y osó desafiar a Benandonner, el gigante de esa otra orilla. Ahora bien, Benandonner sí que era más grande (y también más fuerte) que él así que, cuando lo tuvo frente a frente, su respuesta primera fue poner pies en polvorosa.

Sabiendo que su vecino escocés lo seguiría hasta el final de su carrera, nuestro gigante irlandés cruzó de nuevo el camino de prismas y llegó hasta su casa. Allí su esposa, de nombre Oonagh y de mente despierta, lo ayudó a meterse en una cuna para esconderlo. Cuando Benandonner llegó y entró en aquella morada, fue recibido amablemente por Oonagh, la cual le enseñó a su precioso bebé, el cual, le dijo, era mejor no despertar.

Cuando el escocés vio el tamaño del bebé pensó en lo monstruosamente grande que tenía que ser su padre y huyó presuroso sin volver la vista atrás. Cuentan que después destruyó buena parte de la calzada de piedra para que nadie pudiera volver a cruzar por ella.


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La rana sorda




Un grupo de ranas iban atravesando un bosque y dos de ellas cayeron en un hoyo muy profundo. El resto de las ranas se reunieron alrededor del hoyo. Cuando vieron que éste era muy profundo y que las dos ranas por mas que saltaban no alcanzaban la orilla se empezaron a escuchar rumores y de pronto iniciaron los gritos y les decían a las dos ranas que se dieran por muertas.

Las dos ranas ignoraron los comentarios y siguieron saltando con todas sus fuerzas para salir del hoyo. Las demás ranas siguieron gritándoles que se detuvieran, que se dieran por muertas. Finalmente, una de las ranas empezó a escuchar los gritos de las otras ranas y se dio por vencida. Se dejó caer al suelo y murió.

La otra rana continuó saltando tan fuerte como pudo. Nuevamente el grupo de ranas le gritaron que ya no sufriera intentando salir y que mejor se dejara morir. La rana saltaba más y más fuerte, y más fuerte… hasta que finalmente logró salir. Ella pensó que sus compañeras estaban animándola todo el tiempo y les agradeció el apoyo... Esta rana era sorda y no le era posible escuchar los gritos de las demás.


Moraleja:

Una palabra de aliento a alguien que esta pasando por un mal momento puede reanimarlo y ayudarlo a salir adelante… Una palabra destructiva a alguien que esta pasando por un mal momento puede ser lo único que se necesite para matarlo.

(Fábula oriental)


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El hombre que atraía el viento




Años atrás se salía a pescar a remo en trainera. Una de las traineras de Hondarribia siempre tenía problemas, porque allí donde iba. Allí llegaba el viento del Norte, el Ipar-haizea, impidiéndoles trabajar con la red, con el palangre e incluso con los aguarines para el chipirón. Y lo curioso era que los demás pescadores, incluso los más próximos a ellos, faenaban con toda normalidad.

El patrón de la trainera comentó una noche en la taberna lo que les ocurría. Fue entonces cuando un viejo arrantzale le preguntó si en la tripulación tenía alguno que silbara, y si era así ese era quien atraía el viento.

Al día siguiente, pescando enfrente de las Erretas, de repente, de forma inesperada, despertó el Mendebale (viento de Noroeste) y hubo que recoger los aparejos y emprender el regreso al puerto. Fue entonces cuando el patrón reparó en que el más joven de su tripulación silbaba una extraña canción.

Así ocurrió al otro día, y al otro, y al otro. Hasta que una tarde víspera de las fiestas de Andra Mari de Guadalupe, al amenazar galerna entre los silbidos de su pescador, le gritó desde popa el patrón: zer berriz ere haizeari deika? (¿Qué, ya estas llamando ora vez al viento?).

Y desde entonces el hombre no silbó más, y la trainera supo de sus redes colmadas, y del aparejo cuajado de peces como jamás lo había tenido.


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Las hadas del otoño




En otoño, cuando la naturaleza cambia su color y se tiñe de tonos rojizos y dorados, y los días se vuelven cada vez un poco más cortos y fríos, irrumpen en los bosques y los campos, las hadas de las flores de esta estación.

En el último día del verano, las hadas del otoño celebran el festival de la luna llena, en el que, bajo su resplandeciente luz, se reúnen sobre un campo de trigo para dar cuenta de un pródigo banquete propio de esta estación del año.

Aquí las hadas de verano entregan las varas mágicas del clima a las hadas de otoño, las que deben comenzar a recorrer el bosque utilizando sus encantos y encantamientos.

El otoño es tiempo de los últimos frutos maduros y del final de las cosechas, siendo las hadas del otoño, quienes los endulzan y colaboran en las cosechas, facilitando el trabajo a los humanos.


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El tunkuluchú




En El Mayab vive un ave misteriosa, que siempre anda sola y vive entre las ruinas. Es el tecolote o tunkuluchú, quien hace temblar al maya con su canto, pues todos saben que anuncia la muerte.

Algunos dicen que lo hace por maldad, otros, porque el tunkuluchú disfruta al pasearse por los cementerios en las noches oscuras, de ahí su gusto por la muerte, y no falta quien piense que hace muchos años, una bruja maya, al morir, se convirtió en el tecolote.

También existe una leyenda, que habla de una época lejana, cuando el tunkuluchú era considerado el más sabio del reino de las aves. Por eso, los pájaros iban a buscarlo si necesitaban un consejo y todos admiraban su conducta seria y prudente.

Un día, el tunkuluchú recibió una carta, en la que se le invitaba a una fiesta que se llevaría a cabo en el palacio del reino de las aves. Aunque a él no le gustaban los festejos, en esta ocasión decidió asistir, pues no podía rechazar una invitación real. Así, llegó a la fiesta vestido con su mejor traje; los invitados se asombraron mucho al verlo, pues era la primera vez que el tunkuluchú iba a una reunión como aquella.

De inmediato, se le dio el lugar más importante de la mesa y le ofrecieron los platillos más deliciosos, acompañados por balché, el licor maya. Pero el tunkuluchú no estaba acostumbrado al balché y apenas bebió unas copas, se emborrachó. Lo mismo le ocurrió a los demás invitados, que convirtieron la fiesta en puros chiflidos y risas escandalosas.

Entre los más chistosos estaba el chom, quien adornó su cabeza pelona con flores y se reía cada vez que tropezaba con alguien. En cambio, la chachalaca, que siempre era muy ruidosa, se quedó callada. Cada ave quería ser la de mayor gracia, y sin querer, el tunkuluchú le ganó a las demás. Estaba tan borracho, que le dio por decir chistes mientras danzaba y daba vueltas en una de sus patas, sin importarle caerse a cada rato.

En eso estaban, cuando pasó por ahí un maya conocido por ser de veras latoso. Al oír el alboroto que hacían los pájaros, se metió a la fiesta dispuesto a molestar a los presentes. Y claro que tuvo oportunidad de hacerlo, sobre todo después de que él también se emborrachó con el balché.

El maya comenzó a reírse de cada ave, pero pronto llamó su atención el tunkuluchú. Sin pensarlo mucho, corrió tras él para jalar sus plumas, mientras el mareado pájaro corría y se resbalaba a cada momento. Después, el hombre arrancó una espina de una rama y buscó al tunkuluchú; cuando lo encontró, le picó las patas. Aunque el pájaro las levantaba una y otra vez, lo único que logró fue que las aves creyeran que le había dado por bailar y se rieran de él a más no poder.

Fue hasta que el maya se durmió por la borrachera que dejó de molestarlo. La fiesta había terminado y las aves regresaron a sus nidos todavía mareadas; algunas se carcajeaban al recordar el tremendo ridículo que hizo el tunkuluchú. El pobre pájaro sentía coraje y vergüenza al mismo tiempo, pues ya nadie lo respetaría luego de ese día.

Entonces, decidió vengarse de la crueldad del maya. Estuvo días enteros en la búsqueda del peor castigo; era tanto su rencor, que pensó que todos los hombres debían pagar por la ofensa que él había sufrido. Así, buscó en sí mismo alguna cualidad que le permitiera desquitarse y optó por usar su olfato. Luego, fue todas las noches al cementerio, hasta que aprendió a reconocer el olor de la muerte; eso era lo que necesitaba para su venganza.

Desde ese momento, el tunkuluchú se propuso anunciarle al maya cuando se acerca su hora final. Así, se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el hombre muere. Y no pudo escoger mejor desquite, pues su canto hace temblar de miedo a quien lo escucha.


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