La diosa Luna


En el inicio, cuando los dioses aún eran mortales y adoraban a nada, existía una bella joven, la cual se llamaba Ixchel.

Había muchos hombres que la pretendían entre ellos un joven llamado Itzamná y otro cuyo nombre se desconoce, que constantemente reñían por el amor de ésta. Su hermana Ixtab decidio que pelearían hasta que uno de los dos muriera, el sobreviviente quedaría con Ixchel.

Pero Ixtab desconocía que estaba enamorada de Itzamná, y ella ya nada podía hacer. Itzamná iba a vencer a su contrincante pero en el menor descuido su oponente le hirió por la espalda y murió.
Ixchel al ver morir a su amado huyó corriendo del lugar y encomendando su alma a Ixtab se quitó la vida.

Ixtab maldijo a aquél que con trucos sucios mató a Itzamná, y su nombre jamás se conoció y nadie supo lo que sucedió con él.

Itzamná pasó a ser el Dios Sol, e Ixchel, su eterna enamorada, pasó a ser su esposa y la Diosa Luna. Ixtab como fue a quien su hermana encomendó su alma al morir, pasó a ser la Diosa del Suicidio.

Se dice que en cada Fuego Nuevo la diosa Ixchel renace del fuego y permite a las doncellas enamorarse y dar como fruto de ese amor un hijo, es por eso que también es considerada diosa del parto y la fertilidad.

El Emperador Amarillo


Después de quince años, el reinado de Huang Di, el “Emperador Amarillo”, empezó a pasar por serios apuros. Aunque sus súbditos estaban encantados con tan benevolente emperador, Huang Di empezaba a descuidar sus obligaciones imperiales y pasaba la mayor parte del tiempo dedicado al placer, hasta que su piel se volvió macilenta y sus sentidos empezaron a embotarse. Pasaron otros quince años, y con ellos llegó una época de desorden social, pero el emperador no hizo nada por remediarlo.

Finalmente, comprendido que era inútil su lucha contra la apatía que se había apoderado de él, dejó en manos de sus ministros todas las decisiones y se recluyó en una cabaña que había en el patio principal, para disciplinar su mente y cuerpo con el ayuno. Un día soñó con el reino de Hua-hsu, una tierra “a la que no pueden llegar los barcos, ni el carro, ni el pie humano”. Era aquél un lugar ideal, poblado por gentes que no conocían el deseo ni la ambición, y que cabalgaban por el aire “como si anduvieran sobre la tierra, y dormían en él como en sus mismas camas”.

Cuando despertó, Huang Di anunció a sus ministros que “es imposible la búsqueda de la Senda Tao a través de los sentidos. Lo sé, lo he descubierto, pero no os lo puedo explicar”. Huang Di experimentó una radical transformación y desde ese momento su reino gozó de orden y estabilidad semejantes a los que había visto en la región de Hua-hsu. Al morir se convirtió en un hsien, o inmortal, y sus súbditos lloraron su muerte durante doscientos años.

El clavel del aire

Corre por todo el noroeste argentino una hermosa y triste leyenda sobre el clavel del aire, planta que vive pendiendo de los troncos o ramas de añosos algarrobos o de los pelados peñascos.
Refiere la misma que durante una minga, un joven oficial español se enamoró de una indiecita conocida por Shullca, la que en ningún momento correspondió al apasionado amor de aquél. Juró entonces vengarse de la que así despreciaba su cariño, y una tarde en la que la halló sola en la sierra comenzó a perseguirla. La niña, en su desesperación, trepó a la rama más alta de un coposo algarrobo que el viento balanceaba amenazando derribarla. Pidióle el joven con buenas palabras que bajara, prometiéndole respetarla si así lo hacía. Como la niña se negara a ello, le amenazó con su puñal.
Lo que no pudo la súplica, menos logró la amenaza. Y entre despechado y furioso arrojó el arma que fue a clavarse en el pecho de la infeliz. Como un pájaro cayó el cuerpo de Shullca en el vacío y tras él, el del oficial hispano. Una gota de sangre alcanzó, empero, a humedecer el tronco del árbol. Y allí nació el clavel del aire.

Los cardones

Cuenta la leyenda que los cardones que hay en los valles, en especial en el camino a Amaicha del Valle, son indios que convertidos en plantas aún vigilan los valles y los cerros. Ellos velan por la felicidad de sus habitantes que, de esta manera, nunca más serán perturbados por extraños en conquista de tierras.

Pero más trágico es saber cómo se convirtieron en plantas. Se cuenta que en épocas de la conquista, el Inca, al ver que los españoles estaban dominando y martirizando a su pueblo, envió emisarios a los 4 puntos del imperio para organizar las tropas y así dar un golpe mortal al invasor. Para ello, los guerreros se apostaron en puntos claves por donde pasarían los conquistadores, esperando la orden de atacarlos por sorpresa, pero esta orden nunca llegó pues los chasquis enviados fueron capturados en el camino y el Inca fue capturado, torturado y muerto.

Los valientes indios esperaron y esperaron y vieron, desorbitados, pasar las tropas europeas sin recibir la orden de atacar... Pasó el tiempo y desolados, quedaron en sus puestos... La Pachamama, piadosa, los fue adormeciendo y haciéndolos parte de ella... Así comenzaron a unirse sus pies a la greda y la Madre Tierra los cubrió de espinas para evitar que los dañaran en su sueño...

Se dice que aún hoy estos estoicos vigías esperan la orden que nunca llegará...

El amante errante

Una noche de verano, oyó a lo lejos el llanto de un joven, entonces empujada por la natural curiosidad, bajó a la Tierra encarnada en un bello cisne para contemplar aquel melancólico sentimiento. Luna se acercó hasta un lago próximo al joven para poder escuchar sus lamentos:

- !Ohhhhhh¡ desolador murmullo de la Dama del Amor. ¿ Por qué primero me hechizaste con el don del amor y ahora me arrebatas a mi amada, a mi vida? ¿Por qué juegas con el destino y la existencia de los débiles hombres? Maldigo el día en el que amé con todo mi corazón y ella respondió a mis sentimientos de amor verdadero, con falsos !Te Quiero!. ¿No hay lugar en este cruel mundo para el verdadero y eterno amor? ¿ No puedo ser amado? Pero eso ya da igual, por que con la compañía de esta calurosa noche que hiela mis entrañas y con el murmullo de las aguas, quiero segar mi alma y unirme con la nada para no sufrir más.

Después de estas palabras de infinita tristeza, el joven dió fin a la larga vida que le quedaba, apuñalándose con una brillante daga. Pero antes de morir y con su última bocanada de vida susurró: "Te quiero………." Y allí acabó su melancólica existencia.

La Luna atónita y desconcertada empezó a llorar y sus lágrimas de polvo plateado se alzaron al cielo y crearon bellas estrellas. La luna en sus pensamientos de misericordia pensó: "que estas estrellas guíen y reconforten a aquellos que aman con toda su alma, pero no son amados de tal modo".

Cuenta el final de la leyenda que cada vez que no está Luna en el cielo es porque, triste y desamparada por el recuerdo del joven que murió por amor, se retira a lo mas lejano del cosmos a llorar, porque ella, aún siendo amada, nunca podrá devolver ese amor que los hombres le entregan.

El Chom

Cuenta la leyenda que en Uxmal, una de las ciudades más importantes de El Mayab, vivió un rey al que le gustaban mucho las fiestas. Un día, se le ocurrió organizar un gran festejo en su palacio para honrar al Señor de la Vida, llamado Hunab ku, y agradecerle por todos los dones que había dado a su pueblo.

El rey de Uxmal ordenó con mucha anticipación los preparativos para la fiesta. Además invitó a príncipes, sacerdotes y guerreros de los reinos vecinos, seguro de que su festejo sería mejor que cualquier otro y que todos lo envidiarían después. Así, estuvo pendiente de que su palacio se adornara con las más raras flores, además de que se prepararan deliciosos platillos con carnes de venado y pavo del monte. Y no podía faltar el balché, un licor embriagante que le encantaría a los invitados.

Por fin llegó el día de la fiesta. El rey de Uxmal se vistió con su traje de mayor lujo y se cubrió con finas joyas; luego, se asomó a la terraza de su palacio y desde allí contempló con satisfacción su ciudad, que se veía más bella que nunca. Entonces se le ocurrió que ese era un buen lugar para que la comida fuera servida, pues desde allí todos los invitados podrían contemplar su reino. El rey de Uxmal ordenó a sus sirvientes que llevaran mesas hasta la terraza y las adornaran con flores y palmas. Mientras tanto, fue a recibir a sus invitados, que usaban sus mejores trajes para la ocasión.

Los sirvientes tuvieron listas las mesas rápidamente, pues sabían que el rey estaba ansioso por ofrecer la comida a los presentes. Cuando todo quedó acomodado de la manera más bonita, dejaron sola la comida y entraron al palacio para llamar a los invitados.

Ese fue un gran error, porque no se dieron cuenta de que sobre la terraza del palacio volaban unos zopilotes, o chom, como se les llama en lengua maya. En ese entonces, estos pájaros tenían plumaje de colores y elegantes rizos en la cabeza. Además, eran muy tragones y al ver tanta comida se les antojó. Por eso estuvieron un rato dando vueltas alrededor de la terraza y al ver que la comida se quedó sola, los chom volaron hasta la terraza y en unos minutos se la comieron toda.

Justo en ese momento, el rey de Uxmal salió a la terraza junto con sus invitados. El monarca se puso pálido al ver a los pájaros saborearse el banquete.

Enojadísimo, el rey gritó a sus flecheros:

—¡Maten a esos pájaros de inmediato!

Al oír las palabras del rey, los chom escaparon a toda prisa; volaron tan alto que ni una sola flecha los alcanzó.

—¡Esto no se puede quedar así! —gritó el rey de Uxmal— Los chom deben ser castigados.

—No se preocupe, majestad; pronto hallaremos la forma de cobrar esta ofensa —contestó muy serio uno de los sacerdotes, mientras recogía algunas plumas de zopilote que habían caído al suelo.

Los hombres más sabios se encerraron en el templo; luego de discutir un rato, a uno de ellos se le ocurrió cómo castigarlos. Entonces, tomó las plumas de chom y las puso en un bracero para quemarlas; poco a poco, las plumas perdieron su color hasta volverse negras y opacas.

Después, uno de los sacerdotes las molió hasta convertirlas en un polvo negro muy fino, que echó en una vasija con agua. Pronto, el agua se volvió un caldo negro y espeso. Una vez que estuvo listo, los sacerdotes salieron del templo. Uno de ellos buscó a los sirvientes y les dijo:

—Lleven comida a la terraza del palacio, la necesitamos para atraer a los zopilotes.

La orden fue obedecida de inmediato y pronto hubo una mesa llena de platillos y muchos chom que volaban alrededor de ella. Como el día de la fiesta todo les había salido muy bien, no lo pensaron dos veces y bajaron a la terraza para disfrutar de otro banquete.

Pero no contaban con que esta vez los hombres se escondieron en la terraza; apenas habían puesto las patas sobre la mesa, cuando dos sacerdotes salieron de repente y lanzaron el caldo negro sobre los chom, mientras repetían unas palabras extrañas. Uno de ellos alzó la voz y dijo:

—No lograrán huir del castigo que merecen por ofender al rey de Uxmal. Robaron la comida de la fiesta de Hunab ku, el Señor que nos da la vida, y por eso jamás probarán de nuevo alimentos tan exquisitos. A partir de hoy estarán condenados a comer basura y animales muertos, sólo de eso se alimentarán.

Al oír esas palabras y sentir sus plumas mojadas, los chom quisieron escapar volando muy alto, con la esperanza de que el sol les secara las plumas y acabara con la maldición, pero se le acercaron tanto, que sus rayos les quemaron las plumas de la cabeza. Cuando los chom sintieron la cabeza caliente, bajaron de uno en uno a la tierra; pero al verse, su sorpresa fue muy grande. Sus plumas ya no eran de colores, sino negras y resecas, porque así las había vuelto el caldo que les aventaron los sacerdotes. Además, su cabeza quedó pelona. Desde entonces, los chom vuelan lo más alto que pueden, para que los demás no los vean y se burlen al verlos tan cambiados. Sólo bajan cuando tienen hambre, a buscar su alimento entre la basura, tal como dijeron los sacerdotes.

Premio

Desde el blog Mi Condado Literario me llega este premio. Muchas gracias.


Y yo lo paso a los siguientes blogs:

Las mil y una noches

The Pilingui's House

Pilingui's Music

Actual y Curioso

Hay muchos más blogs que me gustan y que merecen premios. Pero en esta ocasión, estos cuatro han sido elegidos por motivos de índole personal.

El santo del ojo

Vivía hace mucho tiempo un jerarca del bosque que pasaba todos sus días cazando, de modo que en los bosques resonaban los ladridos de los perros y los gritos de los sirvientes. Era un adorador de Subrahmanian, la deidad montaña del Sur, y sus ofendas eran bebida fuerte, pavos y pavos reales, aconipañados con danzas salvajes y grandes banquetes. Tenía un hijo, de nombre Robusto, a quien siempre llevaba con él en sus expediciones de caza, dándole la educación, así decían ellos, de un joven cachorro de tigre. Llegó el momento en que el jerarca se volvió débil, y pasó su autoridad a Robusto.

Él también pasaba sus días cazando. Un día un gran verraco se escapó de las redes en que había sido cogido y se largó. Robusto le persiguió con dos sirvientes. una larga y cansadora persecución, hasta que al final el verraco cayó de agotamiento y Robusto lo cortó en dos. Cuando la comitiva llegó propusieron asar el verraco y tomar un descanso, pero allí no había agua; entonces Robusto cargó el verraco sobre sus espaldas y se fueron muy lejos. Entonces vieron la colina sagrada de Kalaharti; uno de los sirvientes señaló su cumbre, donde había una imagen del dios con mechones enmarañados. «Vayamos allí a rezar», dijo. Robusto alzó otra vez al verraco y fueron más y más lejos. Pero al caminar, el verraco se volvía más y más liviano, maravillando cada vez más a su corazón. Dejó el verraco y corrió a buscar el significado del milagro.

No pasó mucho tiempo hasta que llegó a una columna de piedra, la parte superior de la cual tenía la forma de la cabeza del dios; inmediatamente ella habló a su alma, preparada por alguna bondad o austeridad de algún nacimiento anterior, de modo que toda su naturaleza cambió y no pensó en nada sino en el amor al dios que ahora veía por primera vez; besó la imagen, como una madre abrazando a un hijo perdido hace tiempo. Vio el agua que había sido vaciada recientemente sobre ella, y la cabeza se pobló de hojas; uno de sus seguidores, que venía justo detrás, dijo que esto debió haber sido hecho por un viejo brahmán devoto que había vivido cerca en los días del padre de Robusto.

Entonces vino al corazón de Robusto que él mismo debía tal vez prestar algún servicio al dios. Él no quería dejar la imagen sola, pero no tenía alternativa, y volviendo de prisa al campamento eligió algunas partes tiernas de la carne asada, las probó para ver si estaban buenas y, poniéndolas en una bandeja de hojas y cogiendo un poco de agua del río en su boca, corrió de vuelta a la imagen, dejando a sus asombrados seguidores sin palabras, dado que naturalmente ellos pensaron que se había vuelto loco. Cuando llegó a la imagen salpicó agua de su boca, hizo una ofrenda de la carne de verraco y dejó junto a ella flores salvajes de su propio cabello, rogando al dios que recibiera sus obsequios. Entonces el Sol cayó, y Robusto permaneció junto a la imagen de guardia con su arco encordado y su flecha afilada. Al amanecer fue a cazar para tener más ofrendas para poner frente al dios.

Mientras tanto el brahmán devoto que había servido al dios tantos años vino a hacer sus acostumbrados servicios matinales; trajo agua pura en vasijas sagradas, flores frescas y hojas, y recitó rezos sagrados. ¡Cómo se horrorizó al ver que la imagen había sido profanada con carne y agua sucia! Rodó de pena ante la columna (el monolito), preguntando al Gran Dios por qué había permitido la profanación de este santuario, dado que las ofrendas aceptables para Shiva son agua pura y flores frescas; se dice que hay mayor mérito en dejar una sola flor ante un dios que en ofrecer mucho oro. Para este sacerdote brahmán la muerte de las criaturas era un crimen repugnante comer carne, una inmensa abominación; tocar la boca de un hombre, una violación, y él observaba a los bárbaros cazadores como criaturas de orden inferior. Reflexionaba, sin embargo, que no debía tardar en llevar adelante su propio acostumbrado servicio; por ello limpió a la imagen cuidadosamente e hizo sus rezos corno era su costumbre de acuerdo con el rito Veda, cantó el himno convenido, circunvaló el santuario y volvió a su morada.

Durante algunos días tuvo lugar esta alternancia de los servicios a la imagen: el brahmán ofreciendo agua pura y flores en la mañana, y el cazador trayendo carne por la noche. Mientras tanto, llegó el padre de Robusto, pensando que su hijo estaba poseído, y se esforzó por hacer razonar al joven convertido; pero fue en vano, y no pudieron sino regresar a su pueblo y dejarle solo.

El brahmán no podía soportar este estado de cosas por mucho tiempo; apasionadamente llamó a Shiva para proteger su imagen de esta diaria profanación. Una noche el dios se apareció ante él diciendo: «Eso por lo que protestas es aceptable y bienvenido por mí. El que ofrece carne y agua de su boca es un cazador ignorante de los bosques que no sabe nada de tradiciones sagradas. Pero no lo observes a él, observa solamente su motivo; su rudo cuerpo está lleno de amor a mí, esa niisma ignorancia es su conocimiento de mí. Sus ofrendas, abominables a tus ojos, son puro amor. Pero tú debes observar mañana la prueba de su devoción.»

Al día siguiente Shiva mismo ocultó al brahmán detrás del santuario; entonces, para revelar toda la devoción de Robusto, hizo que pareciera que fluía sangre de uno de los ojos de su propia imagen. Entonces cuando Robusto trajo sus acostumbradas ofrendas, inmediatamente vio su sangre y gritó: «Oh mi señor, ¿quién te ha herido? ¿Quién ha hecho este sacrilegio cuando yo no estaba aquí para cuidarte?» Entonces buscó en todo el bosque para encontrar al enemigo; no encontrando a nadie, se puso a curar la herida con hierbas medicinales, pero fue en vano. Entonces recordó la máxima de los médicos, que lo mismo cura a lo mismo, e inmediatamente cogió una afilada flecha y quitó su propio ojo derecho y lo aplicó a la imagen del dios, y ¡mira! la sangre paró al instante. Pero, ¡ay de mí!, el segundo ojo comenzó a sangrar. Por un momento Robusto se sintió abatido e impotente; entonces tuvo la inspiración de que todavía tenía un medio de curarlo, y probó su eficacia. Cogió la flecha y se quitó el otro ojo, poniendo su pie contra el ojo de la imagen, para poder encontrarla cuando ya no viera.

Pero el propósito de Shiva estaba cumplido; adelantó una mano de la columna y paró la mano del cazador, diciéndole: «Es suficiente; desde ahora tu sitio estará siempre a mi lado en Kailas.» Entonces el sacerdote brahmán también vio que el amor es mayor que la pureza ceremonial, y Robusto ha sido amado para siempre como el «Santo del Ojo».

El secreto del rey Maón

Maón reinaba en Irlanda en la provincia de Leinster, y acostrumbraba a cortarse el pelo una vez al año. El hombre encargado de este trabajo, era elegido por sorteo entre la gente del pueblo, e inmediatamente después, era asesinado. La razón de ello era que Maón tenía las orejas tan grandes como las de un caballo, y no quería que nadie se enterara.

En una ocasión, la persona elegida para la tarea, fue un hombre solo, único hijo de una pobre viuda. Por sus lágrimas y ruegos el rey aceptó no matarlo, con la condición de que jurara que jamás revelaría su secreto. Así pudo el joven regresar con su madre, pero el secreto empezó a obsesionar su mente, enfermó de tal forma que estuvo a punto de morir y debieron llamar un druida para que lo atendiera. Él dijo:

“Es el secreto lo que lo está matando y no se restablecerá hasta que se lo cuente a alguien. Que busque un lugar donde se encuentren cuatro caminos, que gire a la derecha, y que le diga el secreto al primer árbol que encuentre, para poder recuperarse”.

El joven siguió las indicaciones del sabio al pie de la letra y dio con un sauce. Sobre la corteza apoyó los labios, susurró el secreto, y volvió a su casa liberado. Ocurrió, poco después, que al arpista Craftiny se le rompió su arpa y, necesitando una nueva, fue a buscar un árbol adecuado para construirla, siendo elegido el mismo sauce. Craftiny lo cortó, hizo el arpa con su madera, y esa noche tocó ante los invitados del rey. Cuando posó sus dedos sobre las cuerdas, los invitados oyeron:

“Dos orejas de caballo tiene el rey Maón”.

El rey, viendo que su secreto había quedado al descubierto, se quitó la capucha y se mostró tal cual era. Así fue como nunca más murió ningun hombre por culpa de ese misterio.

Tetis y Peleo

En aquella interesante edad en la que todavía dioses y hombres sabían, mal que bien, vivir juntos, Zeus, además de castrador de su padre Cronos, dominador del rayo y patrón del animado establo numinoso que representaban las divinidades olímpicas, venía a ser una especie de latin lover o supermacho alfa.

Un seductor como ya no los hay: barbudo, despeinado, burlón y, por lo que sabemos, nada amigo de colonias, cremas o tratamientos antienvejecimiento. Su hoja de servicios era impresionante. Pero, claro ¿qué fémina podría resistirse al soberano y más descollante figura de entre las que componían el panteón divino?

Y sin embargo, Zeus no era infalible. A veces se le resistían, ante lo cual mostraba una gran variedad de recursos y de disfraces: lluvia de oro, cisne blanco ante el cual la misma blancura se sonrojaría, soberbio toro contra el cual ni siquiera un José Tomás se atrevería…

Hay un caso en el que es Zeus mismo quien, tras unos primeros escarceos, tiene que recular, asustado. ¿Quién era la hembra capaz de arredrar al mismo Zeus, y hacerle volverse con el rabo entre las piernas? La futura madre de Aquiles: Tetis. Pero no os creáis que Tetis era una amante de la halterofilia griega. Al contrario, se trataba de una criatura hermosa y desumbrante. Digamos algo de ella.

Tetis pertenecía también al selecto club de los dioses, aunque no a aquellos que estaban en la cúspide cuando reinaba Zeus (los Olímpicos). Era una Nereida, esto es, era una de las 50 hijas de Nereo, divinidad marina, y nieta ni más ni menos que de Ponto, la personificación del primer océano terrestre. Además, las Nereidas descendían del Océano, el mar cósmico primigenio, por línea materna.

Por lo tanto, con esa renombrada genealogía marina no es de extrañar que las hijas de Nereo, entre ellas Tetis, habitasen la superficie, el fondo o los rincones de las aguas del mar. Todas estas diosas, dúctiles, ágiles, inaprensibles, tenían un fascinante poder de metamorfosis. Al parecer, esto volvía loquitos a los varones divinos.

A Tetis le salieron dos pretendientes inigualables: Zeus y Poseidón. Parece que los estamos viendo frente a frente, como gallitos en celo, dispuestos a desplegar todo tipo de argucias para llevarse el gato al agua, nunca mejor dicho. Pero, en esas, a Zeus le soplan un secreto que lo descompone. El secreto que llevaba consigo, sin saberlo, Tetis en su vientre: su hijo será muy superior al padre.

Con el oráculo (por cierto que de Prometeo) hemos topado. Zeus y Poseidón reflexionan. Si Tetis tiene un hijo con ellos o con algún otro inmortal, su soberanía corría peligro. Había que encontrarle un esposo humano y que los mortales se aguantasen si les salía un tirano (porque en todo caso, siendo de padre mortal, por mucho que el hijo lo sobrepasase no representaría ninguna amenaza para los dioses).

Peleo, rey de Ptía, fue el elegido. Tetis, sin embargo, no estaba muy por la labor de casarse con un simple mortal. Peleo tuvo que luchar por ella. Mejor dicho, luchar contra ella. Aprisionándola entre sus brazos, estableciendo un vínculo tan fuerte que ninguna de las metamorfosis de Tetis pudiese romperlo.

Peleo demostró ser un valiente esposo. No se asustó cuando Tetis se transformó en jabalí o león, ni la soltó cuando la diosa lo quemó, convertida en fuego e incluso fue capaz de seguir agarrándola cuando Tetis quiso escabullirse tomando la fluidez del agua.

El último recurso de la Nereida fue la metamorfosis en sepia. Arrojó su tinta negra, como hacen las sepias, sobre el pobre Peleo. Pero el rey, cegado y sucio, se mantuvo firme. Tetis, finalmente, tuvo que rendirse. Hubo boda y el lugar en el que ambos amantes habían mantenido tan reñida lucha pasó a llamarse cabo de las Sepias. Por cierto que aquella boda no trajo nada bueno para Troya.

(Sobre Leyendas)

El lago Engolasters

Cuenta la leyenda que hace muchos siglos, en el lugar donde hoy está el bello lago Engolasters, en Andorra, existía una población próspera, aunque con unos corazones muy duros. Un día de invierno apareció un hombre medio muerto de frío y de hambre. Rogó en diversas puertas que le dieran algo de comer y un techo donde cobijarse. Todos los habitantes le negaron la entrada. Finalmente acudió a la panadería. Allí pidió a la dueña:

“¿Puede, buena mujer, repasar con el cuchillo lo que quede en la panera y hacerme un poco de pan? ¡Es que me muero de hambre!”

Y así lo hizo la mujer, pero al ver que le salía un hermoso pan, decidió venderlo y echar al mendigo de sus aposentos. El pobre acabó marchándose de la panadería, maldiciendo y muerto de hambre y frío.

Una bella joven que pasaba por la puerta de la panadería vio lo que sucedía, y llena de misericordia le invitó a que recogiera una hogaza de pan del hostal donde vivía. El mendigo le besó las manos y le dijo:

“Gracias, chiquilla, pues tú has tenido compasión de mí; por lo tanto, vete corriendo y sólo así podrás salvar la vida”

Cuando la joven se marchó del pueblo, sonaron los truenos y una avalancha de agua se cernió sobre el pueblo, convirtiendo aquel llano en el lago que conocemos ahora.

También se dice que las brujas de Andorra ascendían hasta el lago para celebrar aquellarres, completamente desnudas. Más de un hombre de aquellos valles iba a verlas bañarse desarropadas. Cuando las brujas lo supieron hicieron un encanterio para que cualquier hombre que subiera al lugar se convirtiera, de forma inmediata, en gato negro. Cuenta la tradición que, al poco tiempo, Andorra se había llenado de gatos negros.

Izanagi e Izanami

Izanagi e Izanami fueron encargados por los demás dioses de formar las islas japonesas. Estos hundieron una jabalina adornada con piedras preciosas en el mar inferior, la agitaron y al sacarla, las gotas que de ella resbalaban formaron la isla de Onokoro.

Descendiendo de los cielos, Izanagi e Izanami resolvieron construir allí su hogar, así que clavaron la jabalina en el suelo para formar el Pilar Celestial. Descubrieron que sus cuerpos estaban formados de manera diferente, por lo que Izanagi preguntó a su esposa Izanami si sería de su agrado concebir más tierra para que de ella nacieran más islas. Como ella accedió, ambos inventaron un matrimonio ritual; cada uno tenía que rodear el Pilar Celestial andando en direcciones opuestas. Cuando se encontraron, Izanami exclamó:

“¡Que encantador! ¡He encontrado un hombre atractivo!”

Y a continuación hicieron el amor.

En lugar de parir una isla, Izanami dio a luz a un malforme niño-sanguijuela al que lanzaron al mar sobre un bote hecho de juncos. Después se dirigieron a los dioses para pedir consejo, y estos les explicaron que el error estaba en el ritual del matrimonio, ya que ella no debía de haber hablado primero la encontrarse alrededor del pilar. Así pues, ambos repitieron el ritual, pero esta vez Izanagi habló primero, y todo salió según sus deseos.

Con el tiempo, Izanagi concibió todas las islas que forman el Japón, creando, además, dioses para embellecer las islas, y después hicieron dioses del viento, de los árboles, de los ríos y de las montañas, con lo que su obra quedó completa. El último dios nacido de Izanami fue el dios del fuego, cuyo alumbramiento produjo tan
graves quemaduras en los genitales de la diosa que murió. Y todavía, mientras moría, nacieron más dioses a partir de su vómito, su orina y sus excrementos. Izanagi estaba tan furioso que le cortó la cabeza al dios del fuego, pero las gotas de sangre que cayeron a la Tierra dieron vida a nuevas deidades.

Leyenda de San Valentín

La historia de San Valentín comienza en el siglo III con un tirano emperador romano y un humilde mártir cristiano.

El emperador era Claudio III. El cristiano se llamaba Valentino. Claudio había ordenado a todos los cristianos adorar a doce dioses, y había declarado que asociarse con cristianos era un crimen castigado con la pena de muerte. Valentino se había dedicado a los ideales de Cristo y ni siquiera las amenazas de muerte le detenían de practicar sus creencias. Fue arrestado y enviado a prisión.

Durante las últimas semanas de su vida, algo impresionante sucedió. El carcelero, habiendo visto que Valentino era un hombre de letras, pidió permiso para traer a su hija, Julia, a que le diese lecciones. Julia, quien había sido ciega desde su nacimiento, era una joven preciosa y de mente ágil. Valentino le leyó cuentos de la historia romana, le enseñó aritmética y le habló de Dios. Ella vio el mundo a través de sus ojos, confió en su sabiduría y encontró apoyo en su tranquila fortaleza.

-"¿Valentino, es verdad que Dios escucha nuestras oraciones?" Julia le preguntó un día.

-"Sí, mi niña. Él escucha todas y cada una de nuestra oraciones", le respondió Valentino.

-"¿Sabes lo que le pido a Dios cada noche y cada mañana? Yo rezo porque pueda ver. ¡Tengo grandes deseos de ver todo lo que me has contado!"

Valentino le contestó:

-"Dios siempre hace lo mejor para nosotros, si creemos en Él".

-"Oh, Valentino, yo si creo en Dios", dijo Julia con mucha intensidad. -"Yo creo".

Ella se arrodilló y apretó la mano de Valentino. Se sentaron juntos, cada uno en oración. De pronto, una luz brillante iluminó la celda de la prisión. Radiante, Julia exclamó:

-"¡Valentino, puedo ver, puedo ver!"

-"¡Gloria a Dios!" exclamó Valentino.

En la víspera de su muerte, Valentino le escribió una última carta a Julia pidiéndole que se mantuviera cerca de Dios y la firmó "De Tu Valentino".

Valentino fué ejecutado al día siguiente, el 14 de febrero del año 270, cerca de una puerta que más tarde fuera nombrada Puerta de Valentino para honrar su memoria. Fue enterrado en la que es hoy la Iglesia de Praxedes en Roma.

Cuenta la leyenda que Julia plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba. Hoy, el árbol de almendras es un símbolo de amor y amistad duraderos. Cada 14 de febrero, día de San Valentín, mensajes de afecto, amor y devoción son intercambiados alrededor del mundo.

La Dama Blanca de Aubinyà

Muchas leyendas han existido sobre Andorra y sus valles. Una de las más misteriosas e inquietantes es la de la dama blanca de Aubinyà.

Nos cuenta la leyenda que en este lugar, dominando el camino hacia las tierras de Urgell, existía una torre fuerte y bien construida propiedad de un noble andorrano, que al morir la dejó en herencia a su única hija, llamada por los lugareños “la Dama Blanca”, a causa de los vestidos que solía llevar de ese color.
Por esta época, era la iglesia de Urgell la que se había atribuido el control de estas tierras, avasallando a sus habitantes con fuertes impuestos y exigencias.
La Dama Blanca es descrita como una mujer fuerte y con convicciones, así que inmediatamente de heredar la torre y las tierras de su difunto padre, prohibió en numerosas ocasiones la entrada del obispo de Urgell en los valles andorranos. Pero éste, haciendo alarde de su orgullo, entraba y salía con total impunidad aumentando a su vez las cargas sobre los indefensos campesinos.

Sucedió que una noche, tras un largo día de cobros y exigencias, la comitiva del obispo se dirigía de vuelta a la sede del obispado cargados del dinero y los bienes de los campesinos andorranos. Era una noche de luna llena y se respiraba un ambiente de tranquilidad y desasosiego mientras el obispo cruzaba el borde de un bosque junto a Aubinyà, cuando de pronto escuchó una dulce y celestial voz de mujer que emergía de entre la arboleda. El obispo bajó de su corcel y dejó que la comitiva siguiera unos pasos y éste se adentró en la negrura bosque, cuando de pronto vio a una hermosa mujer bañada por la intensa luz de la luna, vestida totalmente de blanco y haciéndole signos para que se acercara a ella. El obispo, seducido, se acercó a ella y ésta le cogió dulcemente de la mano; él la abrazó por la cintura y ambos se adentraron en la espesura del bosque. Esta fue la última vez que se vio al obispo, de nada sirvieron las batidas realizadas por sus secuaces días después en su búsqueda.

No obstante, en esas mismas fechas un gran lobo feroz comenzó a causar estragos por la zona. Pocos fueron capaces de escapar de sus fauces, y los pocos afortunados que lo consiguieron afirmaron ver en los ojos de la bestia la mirada desesperada de una persona, de un obispo…

Por eso, la Dama Blanca es considerada la protectora de los valles de Andorra.

Las hijas del lago


En Epfenbach, cerca de Sinzheim, todas las noches tres hemosas jóvenes vestidas de blanco entraban en la habitación del pueblo donde se reunía la gente para hilar.
Siempre aportaban nuevas canciones y nuevas melodías, conocían bellos cuentos y juegos divertidos. Sus ruecas y sus husos tenían también algo particular. Ninguna hiladora sabía torcer el hilo con tanta finura y agilidad como ellas. Todas las noches, al dar las once, se levantaban, hacían un paquete con sus ruecas y se retiraban, a pesar de todas las súplicas de la asamblea. Nadie sabía de dónde venían y adónde se iban. Simplemente las llamaban "las hijas o las hermanas del lago".

Los muchachos las veían con placer y varios se enamoraron de ellas, sobre todo el hijo del maestro de la escuela. Nunca se cansaba de escucharlas y de hablar con ellas. Y nada le apenaba tanto como el verlas partir tan temprano. Un día tuvo una idea. Hizo retrasar el reloj del pueblo una hora y, por la noche, entretenidos con la conversación y las bromas, nadie se dio cuenta de la hora real. Entonces, cuando el reloj dio las once, las tres jóvenes se levantaron, juntaron sus ruecas y se marcharon.

Al día siguiente, algunas personas, al pasar junto al lago, oyeron unos gemidos y vieron tres manchas de sangre en la superficie del agua. Nunca más volvieron a ver a las tres hermanas. El hijo del maestro, afectado por una languidez enfermiza, murió poco tiempo después. En las tres hermanas, dulces, amables y laboriosas, nada indicaba la frecuentación del espíritu de las tinieblas. Se recordó tan solo que los bajos de sus vestidos tenían a menudo el dobladillo mojado, única señal por la que se podía reconocer a las ondinas.

Los fantasmas de Praga

Praga es un lugar muy romántico, con un magnífico centro histórico, puentes y edificios muy elegantes. Sin embargo guarda un oscuro secreto, un pasado violento y siniestro que, aún hoy, la persigue día tras día.

Dicen que Praga es la ciudad más encantada de Europa Central. O incluso que es la ciudad más embrujada del mundo. Hay muchas rutas fantasmas que se pueden hacer por el centro histórico, para conocer a todos los inquietantes espíritus que la pueblan.

Podemos empezar con el Castillo de Praga, residencia del emperador Carlos IV y todas sus esposas en el siglo XVII. El castillo es un laberinto que conecta con varios edificios, catedrales y plazas. Hoy en día se pueden visitar las fantasmagóricas criptas del castillo, donde cuenta la leyenda que, los espíritus de las esposas de Carlos IV, discuten noche tras noche.

Muy cerca se halla el viejo Castillo Real, desde cuyas altas ventanas cayeron al vacío dos gobernadores católicos en 1618. Este incidente fue el que provocó la Guerra de los Treinta Años. Se dice que los fantasmas de ambos gobernantes deambulan por la zona en busca de venganza por las injusticias cometidas contra ellos.

El famoso escritor checo Franz Kafka se inspiró en muchas ocasiones en el antiguo Barrio Judío de Praga. En su Sinagoga miles de judíos fueron asesinados brutalmente antes y durante la Segunda Guerra Mundial. El cementerio que hay detrás de la Sinagoga alberga los restos de más de doce mil judíos asesinados.

Los cuerpos se apilaron a doce o quince metros de profundidad, ya que había una ley que impedía que los cuerpos de los judíos fueran enterrados fuera de este gueto. Cuenta la leyenda que esta zona es la más fantasmal de la ciudad y uno de los grandes destinos para quienes recorren las conocidas como rutas de fantasmas en Praga.

Creáis o no creáis en los fantasmas, siempre que viajéis a Praga sentiréis entre sus callejuelas un aire misterioso que os envolverá.

Leyenda árabe

Un mercader de joyas que vivía en la ciudad de Adén, en el Oriente, habiendo oído celebrar mucho la esplendidez y magnificiencia de Muhammad, pasó a estas partes de Andalucía para presentarle muchas y preciosas perlas.
Abi Amir, después de tomar las que más le agradaron, dio en pago al joyero su bolsa de piel llena de oro, con la cual se despidió aquél muy contento, tomando, al volverse, el camino de la Rambla o arenal en las riberas del Guadalquivir.
Era un día muy caluroso, de suerte que el mercader, llegando a la mitad de aquel camino, no pudo sufrir más el bochorno del sol y queriendo refrescarse en el río, se despojó de sus vestidos y los dejó con la bolsa en la orilla, cuando de improviso llegó un milano y creyendo que la bolsa de piel era carne, la apresó con sus garras y se remontó con ella por los aires hasta perderse de vista. El mercader viendo arrebatada su fortuna y no pudiendo estorbarlo, se afectó tanto que le sobrevino una congoja y se retiró a su posada muy abatido y doliente. Pensando en su infortunio, al cabo de dos o tres días, vínole a la memoria lo que había oído decir de la gran sagacidad de Muhammad, y volviendo a presentársele le contó lo ocurrido.

- ¿Por qué al punto que te sucedió el caso -le dijo Muhammad- no viniste a mí con la nueva y te hubiese dado remedio? Mas, ¿observaste por ventura hacia qué parte dirigió el ave su vuelo?

- Pasó -respondió el mercader- volando hacia el Oriente, sobre la cima de ese monte de la Rambla, inmediato a tu alcázar.

Entonces Muhammad llamó a los esclavos de la axxortha que asistían de continuo cerca de su persona, y les dijo:

- Traedme luego a los jeques y mayorales de la gente de la Rambla.

Marcharon los esclavos y como volviesen allí a poco con los jeques, dijo a éstos Muhammad:

- Dadme noticias al punto de ciertas personas de vuestra vecindad que han salido de repente del estado de pobreza en que vivían.

Los ancianos se miraron confusos por algunos momentos y al fin uno de ellos respondió:

- Oh señor mío, sólo tenemos noticias de un varón de los más pobres de nuestra gente, pues él y sus hijos siempre vivieron del trabajo de sus manos y han ido a pie con sus cargas, por no poder adquirir un jumento; y hoy no sólo lo han comprado, sino que él y sus hijos van vestidos con alquiceles de un precio mediano.

Oído esto por Muhammad, mandó que al otro día por la mañana compareciese en su presencia aquel rústico y encargó al mercader de joyas que volviese a verlo a la misma hora.
Llegados, pues, el uno y el otro a la hora que se les mandó, el amirí dijo al rústico estando presente el mercader:

-Sábete que yo he perdido lo que tú has hallado, ¿qué has hecho de ello?

El rústico respondió:

- Aquí está, señor mío. Y dándose un golpecito en el zaragüel, dejó caer la bolsa, a cuya vista el mercader dió un grito de alegría y no le faltó mucho para enloquecer de contento.

- Cuéntanos cómo ha pasado esto.- dijo Muhammad al rústico, el cual respondió:

- Trabajaba yo en mi huerto, debajo de una palma, cuando pasando un buitre dejó caer a mis pies esa bolsa. La recogí, y admirándome de su primor dije para mí: " Acaso el ave la habrá arrebatado del alcázar vecino". Guardela, pues, con intención de restituirla, pero mi pobreza me incitó a tomar de la bolsa diez mizcales para socorrerme con ellos y aunque confieso que hice mal, me disculpé a mí mismo reflexionando que esa cantidad sería lo menos con que la generosidad de mi señor me gratificaría por mi hallazgo.

Admiróse Abi Amir de lo que oía y dijo al joyero:

- Recoge tu bolsa y examínala bien. Dime si lo que hay en ella es lo mismo que yo te entregué.

Hízolo así el mercader y dijo a Muhammad :

- En verdad, señor mío, que nada falta de ello, sino los dinares que él mismo confiesa haber tomado y que ya se los doy por regalados.

Replicole Muhammad:

- Yo no puedo consentir que en este caso uses de largueza, ni quiero disminuirte un punto de tu alegría, sino que tu satisfacción y el premio de la honradez de este buen hombre sean completos.

Dicho esto, mandó que se diesen al mercader diez dinares en vez de los diez mizcales que había metidos en la bolsa, y otros diez al hortelano en recompensa de su tardanza en gastar el rico hallazgo que la fortuna puso en sus manos y añadió:

- Si yo empecé por preguntarte lo que habías hecho con la bolsa antes de averiguar si la habías tomado, fue para poderte dar mayor galardón premiando tu buena fe.

El mercader, tan satisfecho de haber recobrado su hacienda y admirado de la sagacidad de Muhammad, no se cansaba de darle las gracias y le dijo:

- ¡Por Allah!, oh, señor mío, que con ser tan celebrado tu nombre por todos los países, aún no ha llegado a saberse en ellos toda la grandeza de tu gobierno, ni había oído decir que tú mandabas sobre las aves de tus señoríos como mandas sobre los hombres y que ellas no esquivan tu poder, sino que respetan hasta tu vecindad.

Riose Muhammad al oír esto y afectando modestia dijo al joyero:

- Modérate en tus palabras, y Allah te perdone.

El Pont del Dimoni (Puente del Demonio - Girona)

El Pont del Dimoni era un puente del siglo XIV sobre el río Güell, que comunicaba Girona con Santa Eugenia.

Cuenta la leyenda que había una buena mujer que necesitaba cruzar el río para ir a buscar agua a la fuente. Un día se encontró con el Demonio y éste le dijo que construiría el puente que necesitaba, a cambio del alma del primer ser vivo que cruzase por el nuevo puente.

Cuando el Demonio tuvo hecho el puente, la mujer, astuta, hizo pasar a un perro por él, y el Demonio para vengarse quiso hundir el puente pero sólo consiguió llevarse una piedra haciendo que, a partir de aquel momento, pasar por el puente fuese peligroso.

Leyenda enviada por Jordi

Leyenda de la Segua

Hay varias leyendas de la Segua. Una de ellas cuenta que es una joven muy linda, que persigue a los hombres mujeriegos para castigarlos. Se aparece de pronto en el camino pidiendo que el jinete la lleve en su caballo, pues va para el pueblo más cercano. Y dicen que ningún hombre se resiste a su ruego. Hay quienes le ofrecen la delantera de la montura y otros la llevan a la polca. Para ella es lo mismo. Pero a medio camino, si va adelante vuelve la cabeza y si va atrás hace que el jinete la vuelva. Entonces aquella hermosa mujer ya no es ella. Su cara es como la calavera de un caballo, sus ojos echan fuego y enseña unos dientes muy grandes, al mismo tiempo que se sujeta como un fierro al jinete. Y el caballo, como si se diera cuenta de lo que lleva encima, arranca a correr como loco, sin que nada lo pueda detener.

Otras leyendas cuentan que las Seguas son varias. Y no faltan ancianos que aseguren que cuando ellos eran jóvenes atraparon a una Segua. Pero que una vez atrapada y echa prisionera se les murió de vergüenza. Y que al día siguiente no encontraron el cadáver, sino solamente un montón de hojas de guarumo, mechas de cabuya y cáscaras de plátano.

El Pont del Diable (Puente del Diablo - Martorell)

Cuentan los que saben de esto que hace muchos siglos existía una posada a una de las orillas del Llobregat, posada que carecía de pozo y cisterna, por lo que sus habitantes debían de desplazarse de una manera continua a la otra orilla del río, donde si podían encontrar una cristalina agua procedente de una fuente. Cierto día una doncella, que era la que se encargaba de la faena del transporte del agua de una orilla a otra, exclamó malhumorada que más le valdría entregarse al diablo que tener que cruzar el río a pie -saltando a través de unas rocas- para acercarse hasta la fuente. Como suele ocurrir en estos casos, no había acabado de decir la frase cuando se le apareció un caballero asegurándola: "Construiré el puente para tí en una sola noche para que no tengas que padecer cruzando constantemente el río si me entregas tu alma como has dicho".

La mujer aceptó la propuesta del extraño y el caballero -que como habrá adivinado el avispado lector, no era otro más que el demonio tentador en persona- se puso a trabajar inmediatamente en el proyecto. Ella contemplaba el avance de los trabajos desde la ventana de la posada, paso a paso, piedra a piedra, el maligno desarrollaba la obra de forma increible. Pero, conforme la obra avanzaba, la mujer comenzó a sentir pánico al recordar el carácter de su pacto. Cuando solo faltaba una piedra para que la obra pudiera darse por concluida fue a buscar a la ama de la casa para explicarla lo que estaba pasando.

La patrona, mujer decidida y de recursos, no lo dudó ni un momento, cogió un cubo de agua y volcó su contenido por encima del gallo de la casa. Éste, sorprendido en su sueño por tan inesperado 'regalo', se puso a cantar, con lo que despertó a los gallos de las granjas vecinas, los cuales comenzaron también a cantar.

Tal estrépito llegó a los oidos del diablo en el momento que estaba dispuesto a fijar la última piedra del puente, por lo que supuso que no había sido capaz de cumplir su parte del pacto, la de construir el puente en una sola noche. Furioso dejó caer en el suelo el último pedrusco antes de marcharse definitivamente al infierno.

Leyenda del Cuélebre

Cuenta la tradición que hace muchas centurias y en la poética ciudad de Cangas de Onís, vivía un rey con una hija joven y bella.
Todos los nobles, prendados de su hermosura, disputaban su corazón, pero la princesa a nadie correspondía, decidida a casarse únicamente por amor verdadero.

Haciéndosele imposible la espera, un día ordenó el rey que la trajeran a su presencia y con acento severo, advirtióle:

-Tienes ocho días para elegir marido, si es que no quieres exponerte a la suerte de un castigo

-Breve me lo fiáis- contestó la joven; -no me casaré hasta tanto no me sienta firmemente enamorada.

Había transcurrido el tiempo prefijado y propúsose el rey dar cumplimiento a su palabra. Invitó a la princesa a un paseo y la condujo hasta un paraje de Abamia, donde se abría una cueva de la que el vulgo contaba cosas extraordinarias: decían unos que de allí salían gemidos y suspiros; referían otros que su interior comunicaba con el mismísimo infierno; no faltando quien aseguraba que allí habitaba el misterioso cuélebre...

Abandonó el rey su montura y con curiosidad fingida acercóse a la puerta de la cueva; otro tanto hizo la princesa, momento en el que el padre aprovechó para, mirándola fijamente, conjurarla con estas palabras:

-En esta cueva te meterás, y cuélebre te harás, y el que contigo quiera casar, tres besos en la lengua te tiene que dar...

Al instante la frágil y bella princesa se convirtió en espantoso cuélebre que se deslizó pesadamente cueva adentro.

Cumplido el castigo, pesaroso, retornó el rey a palacio, sin darse cuenta de que en las proximidades de la cueva andaba un pastor, mozo apuesto, que vio el encantamiento y oyó el conjuro. Armado de valor, penetró en la cueva, y prendiendo fuértemente la cabeza del cuélebre, le dio tres besos en la lengua. Al instante se rompió el conjuro y apareció la princesita, radiante, serena y pletórica de hermosura.

Asegura la tradición que esta vez sí se enamoró la princesa de su salvador, que se casaron y que fueron reyes felices.

La joroba de los búfalos

Hace mucho tiempo, cuando el mundo era muy joven, el búfalo no tenía joroba. Él obtuvo su joroba un verano por su crueldad con los pájaros.

Al búfalo le gustaba correr por las praderas por placer. Los zorros corrían delante de él y avisaban a los animales pequeños que su jefe, el búfalo, venía.

Un día cuando el búfalo corría por las praderas, se dirigió hacia donde viven los pequeños pájaros que anidan en el suelo. Los pájaros avisaron al búfalo y a los zorros que iban en la dirección donde tenían sus nidos. Pero nadie, ni los zorros ni el búfalo, les prestó atención. El búfalo, corrió y pisoteó bajo sus pesadas patas los nidos de los pájaros. Incluso, cuando escuchó a los pájaros llorando, siguió corriendo sin parar.

Nadie sabía que Nanabozho estaba cerca. Pero Nanabozho se enteró de la desgracia sucedida con los nidos de los pájaros y sintió pena por ellos. Corrió, se plantó delante del búfalo y los zorros y los hizo parar. Con su bastón golpeó fuertemente al búfalo en los hombros. El búfalo, temiendo recibir otro golpe, escondió la cabeza entre sus hombros. Pero Nanabozho solamente dijo:

-Tú, a partir hoy, siempre llevarás una joroba sobre tus hombros. Y llevarás la cabeza gacha por vergüenza.

Los zorros, corrieron para escapar de Nanabozho, escarbaron agujeros en el suelo y se escondieron dentro. Pero Nanabozho los encontró y les castigó:

-Por ser crueles con los pájaros, siempre viviréis en el frío suelo.

Desde entonces, los zorros tienen sus madrigueras en agujeros en el suelo, y los búfalos tienen joroba.

Las Hators

Se cuenta que un faraón y su esposa estaban desesperados. Llevaban mucho tiempo esperando tener un hijo que llenase el palacio de alegría y sucediera al faraón llegado el momento. Rogaron, rezaron e hicieron ofrendas a todos los dioses, hasta que al fin sus súplicas tuvieron respuesta y tuvieron un precioso bebe varón.

Cuando las siete Hators, acudieron como de costumbre, a hacer sus profecías para el futuro del pequeño, el palacio volvió a llenarse de tristeza y rabia, ya que, afirmaron que el príncipe moriría a manos de un perro, un cocodrilo o una serpiente.

El faraón, decidido a salvar la vida de tan deseado hijo, ordenó construir un gran palacio en el desierto con la idea de alejar al príncipe de todo mal. Allí fue donde el niño vivió y creció... Y al crecer, el gran palacio se le quedó pequeño. La primera decisión importante que tuvo que tomar el rey fue la petición de su hijo de tener un perro, que al final le concedió pensando que un cachorro no podría hacerle daño.

El perro y el príncipe se hicieron inseparables, pero eso no era suficiente para que el joven, lleno de vitalidad, fuese feliz en su palacio que para él era su prisión.

Fue así como un día decidió huir con su perro hasta una ciudad en la que nadie le conocía. En esta ciudad, Naharin, la princesa había vivido también aislada en una torre de la que, por orden del rey, únicamente saldría cuando uno de sus pretendientes consiguiera de un salto llegar hasta ella.

Nuestro príncipe lo consiguió, y el rey, aunque no estaba muy contento por no conocer la procedencia del chico, tuvo que aceptar y cumplir su promesa.

Como el príncipe y la princesa compartieron sus pasados y él le confesó su procedencia y le contó la profecía de las Hators, ella siempre estaba atenta y preocupada de que nada le ocurriera, por lo que una vez mientras el príncipe dormía, ella consiguió matar a una serpiente que intentó atacarlo y a la que el perro se comió después.

Años más tarde, su perro intentó atacarle y el príncipe se tiró huyendo al río, donde se encontró con el cocodrilo que desde que él nació había luchado cada día contra las aguas que trataban de matarlo para protegerle. El cocodrilo estaba tan cansado de luchar que en vez de atacar al príncipe, le propuso no atacarle a cambio de que el príncipe le ayudase a librarse del acoso del espíritu de las aguas. Fue así como los dos juntos vencieron y él pudo salir ileso del agua. Creyéndose a salvo se tumbó a descansar en la orilla y su perro volvió a atacarle. Esta vez tubo que matarlo, y eso le hizo pensar que por fin era libre, que había vencido al destino, podría volver a ser totalmente libre y algún día suceder a su padre.

La princesa y él estaban saltando de alegría cuando la profecía de las Hators se cumplió, la serpiente había salido viva del interior del perro... y de un picotazo acabó con su vida.

La soberbia del árbol

Dicen que hace muchísimo tiempo a los árboles no se les caían las hojas Y sucedió que un anciano iba vagando por el mundo desde joven, su propósito era conocerlo todo. Al final estaba muy pero que muy cansado de subir y bajar montañas atravesar ríos, praderas y andar y andar.

De manera que decidió subir a la más alta montaña del mundo, desde donde, quizás, podría ver y conocerlo todo antes de morir.

Lo malo es que la montaña era tan alta que para llegar a la cumbre había que atravesar las nubes y subir más alto que ellas. Tan alta que casi podía tocar la luna con la mano extendida.

Pero al llegar a lo más alto, comprobó que sólo podía distinguir un mar de nubes por debajo suyo y no el mundo que deseaba conocer.

Resignado decidió descansar un poco antes de continuar con su viaje.

Siguió andando hasta que encontró un árbol gigantesco. Al sentarse a su gran sombra no pudo menos que exclamar:

—¡Los dioses deben protegerte, pues ni la ventisca ni el huracán han podido abatir tu grandioso tronco ni arrancar una sola de tus hojas!

—Ni mucho menos, —contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas—, el maligno viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie, lo que ocurre es que yo soy más fuerte y hermoso. El viento se detiene asustado ante mí, no sea que me enfade con él y lo castigue, sabe bien que nada puede contra mí.

El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello pudiese ser tan necio como lo era ese árbol.

Al rato el cielo se oscureció y la tierra parecía temblar. Apareció el viento en persona:

—¿Qué tal arbolito? —rugió el viento—, así que no soy lo bastante potente para ti, y te tengo miedo? ¡Ja, ja, ja!

Al sonido de su risa todos los árboles del bosque se inclinaron atemorizados.

—Has de saber que si hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al caminante, ¿No lo sabías?

—No, no lo sabía.

—Pues mañana a la luz del sol tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los soberbios, ingratos y necios.

—Perdón, ten piedad, no lo haré más.

—¡Ja, ja, ja, de eso estoy seguro, ja, ja ja!

Mientras transcurría la noche el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la cólera del viento.
Se despojó de todas sus hojas y flores. De manera que a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques, el viento encontró un miserable tronco, mutilado y desnudo.

Al verlo, el viento se echó a reír, cuando pudo parar le dijo así al árbol:

—En verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese sido tan cruel. ¡Qué mayor venganza para el orgullo que la que tú mismo te has inflingido! De ahora en adelante, todos los años, tú y tus descendientes que no quisisteis inclinaros ante mí, recuperaréis esta facha, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso.

Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.

Sedna, la hija del mar

Los esquimales, los inuit, como se llaman a sí mismos, desde lejanos tiempos, convivieron con la nieve, el oso, las focas, las aguas frías. Sila, divinidad invisible, era una de sus principales divinidades. Y Sedna, la Reina de las Focas, la hija del mar...

Cuenta la leyenda que alguna vez existió una muchacha muy joven y hermosa llamada Sedna.

Nadie buscaba casarse con ella cuando tuvo la edad para hacerlo. Pero un día, vio desde su cabaña, un magnífico barco que era capitaneado por un apuesto y rico cazador extranjero, el cual se enamoró inmediatamente de la doncella y ella, después de haber sido seducida con palabras llenas de promesas y tesoros, se marchó con el desconocido.

La muchacha cayó en una terrible desesperación al conocer la verdadera identidad del cazador, que no era más que un pájaro mágico que tenía la facultad de cambiar de forma y fue así como la sedujo. Mientras tanto su padre, al saber de la repentina desaparición de su hija, se aventuró a través del océano hasta que dió con ella. Cuando la encontró, Sedna estaba sola y aprovecharon para huir de ahí. Pero cuando el eminente pájaro regresó y se percató de la partida de su amada, enfurecido, partió tras ella.

El pájaro, con sus poderes mágicos, desencadenó una rabiosa tempestad al ver que el padre se negaba a regresarle a Sedna. Así, el anciano, comprendió de qué se trataba todo aquello. Había sido la voluntad sobrenatural del mar, la que reclamaba a su hija y aterrorizado hizo lo que debía hacer. Así, lanzó a Sedna fuera del barco, para consumar el sacrificio. Ella, en medio de aquella desesperación, salió a la superficie y trató de aferrarse a las orillas del barco, pero el padre le cortó los dedos con un hacha. Sedna hizo otro intento para salvarse, pero su padre siguió cortándole los dedos, uno por uno. Los primeros se transformaron en focas; los segundos en "okuj" o focas de las profundidades; los terceros en morsas y el resto en ballenas.

Así, el océano calmó la furiosa tormenta después del sacrificio y todo quedó en gran tranquilidad.

Desde entonces, Sedna, La Reina de las Focas, vivió en el fondo del océano "en una región llamada Adliden donde afluyen las almas de los muertos para someterse al juicio y a la sentencia que a todos nos espera en ultratumba".

El oso y el herrero

Había una vez un herrero que vivía en un pueblecito pirenaico. Vivía solo en su casa, pues tenía un carácter endiablado. No se trataba con nadie, sé hacia el mismo la comida y cuando no estaba encerrado en su casa, deambulaba por los bosques de alrededor.

Era un hombre alto, corpulento y con el cuerpo lleno de pelo. Hasta el hierro le tenía miedo. La gente acudía a él porque no había otro herrero en aquel lugar y lo necesitaban para herrar las caballerías, para arreglar los arados o para afilar las azadas

Una mañana, apareció por el pueblo un pordiosero pidiendo limosna por caridad. Las gentes del pueblo tenían buen corazón y en una casa le daban una tajada de pan, en otra, un trozo de chorizo, en otras unas cuantas monedas.... Y así recorriendo la aldea, llegó el mendigo también a la herrería..

Buenos días buen hombre. ¿Tenéis una limosna para este pobre caminante?. El herrero ni se movió. Y el otro repitió su petición. El fornido hombretón, que estaba de peor humor que nunca, calentaba una herradura en la fragua, sujetándola con unas tenazas. Se detuvo un momento en su trabajo y observó al mendigo de pies a cabeza. Observó que el pordiosero de pies a cabeza. Observó que el pordiosero iba descalzo y vestido con harapos, con una barba de muchos días y todo desgreñado.

El herrero se tomó su tiempo para pensar y le soltó una respuesta terrible:

¡ Toma, cálzate y vete a pastar! – le dijo, tirándole la herradura ardiendo a los pies.

El pobre mendigo, sorprendido, exhaló un quejido por el terrible impacto. Luego, terriblemente enfadado por aquel insulto, levantó al cielo su vara de fresno y mirándole fijamente le lanzó una terrible maldición:

Eres tan peludo como un oso y en oso te convertirás. Te subirás a los árboles, menos en el arto y en el abeto, porque el primero te pinchará y con el abeto patinarás.

En el mismo momento, el herrero quedó convertido en un enorme oso, lanzó un alarido y salió corriendo de la herrería en dirección al bosque.

Dicen que todos los osos pardos que había en nuestras montañas eran descendientes de aquél hosco herrero. Por eso eran unas fieras que podían caminar erguidas, como las personas y que estaban llenas de pelo, como el herrero de la leyenda. Por otra parte, es bien sabido que los osos pueden trepar a todos los árboles, menos al arto y al abeto.