Kasajizo

Hace mucho, mucho tiempo, en algún lugar de Japón, vivía una pareja de ancianos muy pobres. Ambos se encontraban muy tristes pues era la víspera de Año Nuevo y no tenían qué comer. En eso, la anciana dijo: “Yo, por si acaso, he hecho unos adornos para el cabello. Si los vendemos podríamos comprar comida.” El anciano le contestó: “De veras? Gracias! Voy a salir para venderlos.”

Ese día hacía mucho frío y estaba nevando bastante. En el camino a la ciudad se encontró con unos Jizo (dios del bien representado mediante una estatua de piedra puesto al costado del camino). El anciano, dirigiéndose a las estatuas de piedra dijo: “Tienen frío, no?” y retiró la nieve que tenían sobre la cabeza.

El anciano llegó a la ciudad y la recorrió por todas partes, pero no pudo vender nada. Después de transcurridas muchas horas, un hombre se le acercó y le dijo: “Hoy no es un buen día, verdad? Yo tampoco he podido vender mis kasa (paraguas). Que te parece si hacemos un cambio? Yo te doy mis kasa y tú me das tus adornos para el cabello. Si tenemos suerte, si cada uno vende cosas diferentes, a lo mejor conseguimos algo.” El anciano le contestó: “Sí, está bien. Hagamos el trueque.”

Al final del día, el anciano no pudo vender nada y decidió regresar. Camino a casa, de nuevo se encontró con los Jizo y les dijo: “Usen esto, por favor” y les puso los kasa que no pudo vender. Pero faltaba uno para el Jizo más pequeño. El anciano se quitó una toalla que tenía en la cabeza que utilizaba para protegerse de la nieve y se la puso al más pequeño.

Esa noche le contó a su mujer sobre lo ocurrido y ella le dijo: “Hiciste bien. Estoy muy contenta.” En ese momento, oyeron un ruido extraño que venía de afuera. Se asomaron y se sorprendieron al ver comida y ropas. A lo lejos se veía a los Jizo alejándose en fila. La comida y las ropas eran sus regalos. Los ancianos se pusieron muy contentos y pudieron festejar muy felices el Año Nuevo.

Leyenda de Cerro Largo

La muchacha nunca había visto algo así. El cuerpo de aquel hombre cubierto de metal reflejaba destellos hirientes del Sol que nacía más allá de la Laguna Pequeña, del Sol que aparecía cada día sobre el misterioso confín del mar. Se aproximó con curiosidad y le sonrió. El extranjero -joven, alto, de intensa palidez- le devolvió la sonrisa. Quizás venía de las lejanas montañas del Oeste, donde se extrae metal resplandeciente desde la entraña de la tierra y eso explicaría el brillo de su atuendo luminoso; pero no lucía el poncho multicolor de los collas ni tenía sus rasgos físicos. Entonces la muchacha se puso en guardia. Pensó por un momento que quizás aquel joven fuera de los nuevos invasores de los que se hablaba con preocupación; pero se tranquilizó porque, se dijo, un invasor puede mirar con codicia o deseo, pero no sonreír de esa forma. Ella le ofreció frutos y harina de pescado y él le acarició la mejilla con una mano tan pálida como su rostro. Ella le dejó hacer, entre sorprendida y complacida. Después volvió corriendo a la aldea, pero no dijo nada. Debía hacerlo, pero no contó nada.

Al día siguiente él todavía estaba allí. Había construido un pequeño refugio, las piezas de metal de su vestidura descansaban junto al fuego. Ella lo invitó a la aldea, pero él dio señales de no comprender sus palabras. Repitió la invitación en guaraní, que es la lengua más universal, y entonces él pareció comprender y se negó sonriendo. Comieron juntos y ella volvió a alejarse.

Esa noche la muchacha preguntó a los ancianos cómo eran los invasores que venían del otro lado del mar. Le explicaron que la piel era muy pálida, y que tenían en el rostro un espeso vello que les cubría la boca y el mentón. Esto último la tranquilizó: su amigo desconocido era pálido, pero tenía un rostro sin vellos. El quinto día de sus encuentros secretos él la tomó entre sus brazos y la besó en los labios. Ella había entrecerrado sus ojos y después del beso los abrió con una intensa expresión de felicidad. Pero -todavía muy próxima al rostro del hombre- observó con horror que cerca de los labios y en el mentón del fascinante extranjero se podía advertir el nuevo brote de un vello espeso y negruzco que seguramente el joven había quitado antes de su primer encuentro con ella. "¡Los invasores!" pensó, mientras se apartaba bruscamente.

De pronto, el joven dejó colgar sus brazos junto al cuerpo. Miraba al cielo y se tambaleaba, alcanzado en el corazón por una flecha. La muchacha sintió un crujir de ramas a su espalda, se volvió y se encontró con el viejo cacique que ya levantaba su maza de piedra para matarla. Cuando ella cayó al suelo, mortalmente herida, la tierra se estremeció y bramó de dolor. La felicidad, tan reciente, no tuvo tiempo de alejarse del horror recién nacido. El cuerpo que ya moría no soportó el choque de sentimientos tan intensos y se rasgó hasta las entrañas con un ruido horrísono de trueno. El cielo se oscureció y temblaron el palmar y el monte nativo, mientras los pájaros alzaban vuelo bruscamente gritando asustados. Temblando, estremeciéndose, la tierra se tragó a la muchacha. Relámpagos ininterrumpidos daban al ocaso una claridad espectral mientras una cortina de lluvia hacía invisible el horizonte.

Cuentan que al amanecer la tierra se había elevado en suaves colinas que daban forma a un inmenso cuerpo de mujer yacente. Dicen que así nació el Cerro Largo.

O boy bruon (El buey mugidor)

En una laguna que hay en Reiris, la de Carregal, se pueden oir los bramidos que da un buey que parece estar sumergido en las aguas.

En tiempos muy remotos había por allí un palacio real y a su alrededor las casas de los siervos. El rey tenía una hija querida por todos. Un invierno llegó al lugar un "mouro" anciano aterido por el frío. La hija del rey se apiadó de él y le dejó entrar a palacio a comer y calentarse. El moro se enamoró de la rapaza y la pidió en matrimonio pero el rey se negó por ser mago e infiel además de viejo y la princesa no quiso saber nada del asunto. El moro se enfadó y se marchó amenazante...

En el mismo momento empezó a temblar la tierra y todo el mundo quedó aterrado. Las casas se derrumbaban y las fuentes se desbordaban anegando el terreno. El rey, su hija y sus súbditos cuando huían, vieron al moro que desde lo alto de un peñasco contemplaba la ruina que había provocado mientras se reía cruelmente. El rey arremetió lanza en ristre contra él. Al verlo, intentó huir pero como no era joven, no podía correr y entonces se transformó en un enorme toro. Aun así el rey le iba dando caza y obligando a que se internara en el pueblo medio anegado.

Mientras, la princesa arrojaba sus joyas al agua mientras suplicaba a las buenas hadas:

"¡Ayuda os pido! ¡Que ese moro traidor y malvado no salga jamás de las ruinas y las aguas que causó con su maldad y que pene para siempre en el fondo del lago!"

El moro intentaba escapar pero no podía salir de las aguas y cada vez se hundía más hasta que desapareció entre ellas. Los habitantes del lugar se asentaron en los alrededores y aún dicen que de las aguas del lago se oye el bramido del toro en algunas ocasiones.

Leyenda enviada por Juan Carlos

La leyenda de Formigal

Según cuenta la leyenda, en la montaña de Formigal habitaron las formigas / hormigas blancas que protegieron a la diosa Culibillas. Balaitús acabó con muchas de ellas, haciendo aparecer así la nieve en Formigal.

Cubilillas era hija de Anayet y de Arafita. En aquellas elevadas cimas, donde apenas son capaces de sobrevivir algunos animales, habitaban unos insectos milenarios, las hormigas blancas, que habían elegido para vivir las laderas de Formigal.

Cubilillas pasaba largos ratos junto a ellas, disfrutando de su amistad. Cerca de allí, el gran Balaitús observaba con placer a Culibillas, y quiso hacerla su esposa. Pero Culibillas era inocente como una niña, y sus juegos se limitaban a compartir risas y alegrías con las hormigas blancas. Viéndose desdeñado una y otra vez, Balaitús decidió secuestrar a su amada. Conocedoras las hormigas de las intenciones perversas de Balaitús, abandonaron en tropel su segura morada de Formigal para proteger a su amiga. Cubrieron todo el inmenso cuerpo de la diosa y la ocultaron así de la vista de Balaitús, quien abandonó su propósito, no sin antes aplastar en su furia a miles y miles de hormigas blancas. A partir de este momento, la cima de Formigal quedó cubierta de nieve.

Culibillas, en agradecimiento, clavó un puñal en su pecho para cobijar en su interior a las hormigas que sobrevivieron a la ira de Balaitús. A este agujero se le llama aún hoy el Forato de Peña Forata, y está junto a Sallent de Gállego (Huesca). Dicen que si uno acerca el oído a él, podrá escuchar las rítmicas palpitaciones del generoso corazón de Culibillas.

El rapto de Europa

Jugaba un día la bella princesa fenicia Europa, hija de los reyes de Tiro Agenor y Telefasa, en el prado junto a otras jóvenes de la región. Admiraban entre risas a los espléndidos toros del padre de la princesa, la cual poseía tal hermosura que era motivo constante de disputa tanto entre los mortales como entre los dioses que alguna vez se habían deleitado con su presencia.

Pero he aquí que uno de los toros, sin duda el más magnífico de todos gracias a su deslumbrante color blanco, se separó del resto y se acercó a Europa, postrándose incluso ante ella. La joven, que primero se asustó, poco a poco fue sintiéndose halagada y comenzó a acariciar a la noble bestia. Momentos más tarde se hallaba sentada sobre su lomo mientras disfrutaba llena de confianza. Claro que no sabía lo que ocurriría después…

De repente el toro se lanzó a una carrera desenfrenada y saltó al mar desde el acantilado, llevándose consigo a una Europa presa del pánico. No entendía qué ocurría, no sabía qué había podido pasar, desconocía que realmente ese toro blanco no era otro que Zeus, el dios, que, loco de deseo por ella tras verla la primera vez, había urdido un plan para que ella no pudiera rechazarlo como había hecho con el resto de sus pretendientes.

Todas estas preguntas hallaron respuesta una vez que alcanzaron la isla de Creta. Allí Zeus adquirió de nuevo forma de hombre y poseyó a Europa cerca de la Fuente de Gortina, concretamente bajo un árbol que aún hoy existe y que daba plátanos como fruto, (se dice que por eso desde entonces sus hojas siempre permanecen verdes). Del encuentro entre Europa y Zeus nacieron tres hijos, los cuales tuvieron por nombres el de Sarpidón, Radamantes y Minos (futuro rey de Creta y carcelero del temido Minotauro).

Pero el dios, que tenía que regresar al Olimpo, no quiso ser del todo injusto con la joven y le hizo tres regalos valiosos: Un autómata de nombre Talo que le serviría para vigilar la costa de la isla, un perro que era siempre certero con sus objetivos de caza y una jabalina que siempre daba en el blanco. Además concertó su matrimonio con el Rey de Creta, Asterión, el cual incluso adoptó a los vástagos de Zeus como suyos.

Cuenta la leyenda que, entretanto, el padre de Europa, desesperado, caminó y caminó por todos los caminos llamando a su hija: - ¡Europa!, ¡Europa!- sin hallar nunca contestación. Y que los habitantes de esos otros lugares por los que iba pasando terminaron llamando así al continente.

Cuenta también que, tras la muerte de Europa, en su honor Zeus convirtió en constelación a la forma de toro gracias a la cual había podido raptar a la princesa, incluyéndose desde ese momento entre los signos del zodiaco.

Caga tió!

El Tió de Nadal es un personaje mitológico catalán y la base de una tradición muy arraigada en Cataluña.

En el día de la Inmaculada Concepción (esto es, el 8 de diciembre), se empieza a dar de comer cada noche a un tronco, y se tapa normalmente con una manta para que no pase frío durante la noche.

El día de Navidad o, según la casa, durante la víspera, se ponía el tió al fuego y se lo hacía "cagar". Ahora ya no se quema el tió, sino que tan sólo se le obliga a cagar repetidamente a base de arremeterle golpes de bastón acompañados de las llamadas canciones del Tió.

El Tió nunca caga objetos grandes (estos ya los traen los Reyes Magos) sino chucherías, barquillos y turrones para los más pequeños. Según la comarca caga higos secos y cuando deja de cagar (porque ya no le queda nada) caga un arenque salado, un ajo, una cebolla, o se mea en el suelo.

La tradición del Tió está emparentada con la del árbol de Navidad, también portador de regalos para los más pequeños de la casa. Es común que lleve una barretina y una cara sonriente en uno de los extremos y que se aguante con dos o cuatro patas.

El "Tió" no era en principio otra cosa que el tronco que ardía en el hogar: el fuego a tierra. Un tronco que, al quemar, daba bienes tan preciosos como el calor y la luz, y que de forma simbólica ofrecía presentes a los de la casa: golosinas, barquillos, turrones...


¡FELIZ NAVIDAD!

El lago Titicaca

Hace mucho tiempo, el lago Titicaca era un valle fértil poblado de hombres que vivían felices y tranquilos. Nada les faltaba; la tierra era rica y les procuraba todo lo que necesitaban. Sobre esta tierra no se conocía ni la muerte, ni el odio, ni la ambición. Los Apus, dioses de las montañas, protegían a los seres humanos. No les prohibieron más que una sola cosa: nadie debía subir a la cima de las montañas donde ardía el Fuego Sagrado.

Durante largo tiempo, los hombres no pensaron en infringir esta orden de los dioses. Pero el diablo, espíritu maligno condenado a vivir en la oscuridad, no soportaba ver a los hombres vivir tan tranquilamente en el valle. Él se las ingenió para dividir a los hombres sembrando la discordia. Les pidió probar su coraje yendo a buscar el Fuego Sagrado a la cima de las montañas.

Entonces un buen día, al alba, los hombres comenzaron a escalar la cima de las montañas, pero a medio camino fueron sorprendidos por los Apus. Éstos comprendieron que los hombres habían desobedecido y decidieron exterminarlos. Miles de pumas salieron de las cavernas y devoraron a los hombres que suplicaban al diablo por ayuda. Pero éste permanecía insensible a sus súplicas.

Viendo eso, Inti, el dios del Sol, se puso a llorar. Sus lágrimas eran tan abundantes que en cuarenta días inundaron el valle. Un hombre y una mujer solamente llegaron a salvarse sobre una barca de junco. Cuando el sol brilló de nuevo, el hombre y la mujer no creían a sus ojos: bajo el cielo azul y puro, estaban en medio de un lago inmenso. En medio de esas aguas flotaban los pumas que estaban ahogados y transformados en estatuas de piedra.
Llamaron entonces al lago Titicaca, el lago de los pumas de piedra.

Los amantes de Teruel

Estamos en los tumultuosos primeros compases del siglo XIII. En Teruel suenan campanas a boda; es el sonido que recibe a un caballero que, exhausto, llega a la villa por la cuesta de la Andaquilla.

Se trata del popularmente conocido como Diego de Marcilla (Juan Martínez de Marcilla según los textos históricos), que regresa rico y famoso tras tomar parte en múltiples batallas.

Diego (o Juan) está enamorado desde niño de Isabel de Segura con un sentimiento correspondido. Pero mientras que ella es de una familia importante, él es hijo segundo de otra más modesta. Sin embargo, el padre de Isabel accede a darle cinco años de tiempo para enriquecerse, tras los cuales y con este requisito podrá desposar a Isabel.

Corre el año 1.217. El mismo día que cumple el plazo, Diego regresa a Teruel. Al poco de llegar, es informado de que el ambiente festivo y engalanamiento de la villa se debe a que Isabel de Segura acaba de desposarse. La presión de la familia y un pretendiente muy principal, han acelerado el enlace.
Los sentimientos de Diego son contradictorios: cólera, pesar, desazón, rabia... Decide ir al encuentro de su amada, para escuchar de su boca que se ha casado con Pedro Fernández de Azagra, hermano del Señor de Albarracín.

Le pide un beso a Isabel, pero ella se niega porque ahora pertenece a otro hombre. Diego no resiste la negativa, es como si algo se le rompiera por dentro. Cae fulminado al suelo. Ha muerto.

Al día siguiente, las campanas de boda han trocado sus tañidos por los de funeral. Una comitiva triste y silenciosa transporta el cadáver del infortunado amante depositándolo en el templo. Cuando van a comenzar los funerales, sale de entre el gentío una mujer con la cara velada que se acerca al fallecido: es Isabel de Segura.

Destocándose, se acerca a su amado para darle el beso negado en vida, lo deposita en sus fríos labios y se desploma muriendo sobre él. La tradición asegura que murieron de amor, por eso fueron enterrados juntos, y juntos han permanecido hasta hoy.


Leyenda enviada por Magnolia

El café

Al morir el viejo maestro con el que Omar peregrinaba hacia la Meca a consecuencia del cansancio, antes de expirar le dijo que cuando se desprendiera su alma del cuerpo, se le aparecería un espectro al cual debería obedecer en todo lo que le mandara.

Así sucedió la noche siguiente, y el espectro, delante de los ojos asustados de Omar, hizo brotar una fuente de la cual debería llenar su cuenco y seguir su camino pendiente de pararse donde el agua empezara a agitarse, porque allí pasarían cosas prodigiosas.
Fue al llegar a la ciudad de Moka cuando Omar observó que el agua se agitaba, al mismo tiempo que veía cómo los ciudadanos de Moka padecían una enfermedad mortal extraña. Hombre de natural piadoso, adquirió fama de santo porque curaba milagrosamente los enfermos a quienes oraba sobre sus cabezas. Precedido por esta fama fue llamado a palacio para curar a la hija del rey. Omar curó a la princesa, pero se enamoró de ella con tanta pasión que se propuso raptarla y llevarla consigo.

El rey se enteró de las intenciones del enamorado y lo desterró al desierto, en el que, para desdicha suya, sólo había una cueva donde pasar la noche y unas pocas hierbas de mal sabor con que satisfacer el hambre.

Una mañana, Omar oyó el trino de un pájaro que estaba apoyado sobre una rama de un extraño arbusto con flores blancas y un fruto rojizo oscuro. Decidió probarlo y lo encontró tan delicioso que a partir de ese instante fue su sustento diario.

Narra la leyenda que aquella planta era un cafeto y que, con sus infusiones, Omar no sólo consiguió sobrevivir en la soledad del desierto, sino que además observó que tenía la propiedad de curar ciertas enfermedades, lo que hizo que la fama de esta planta se extendiese por todas partes. Informado el rey de este prodigio, le permitió volver a la corte y le regaló un precioso palacio.

La fundación de Vilanova

La bonita villa de la costa catalana que hoy se llama Vilanova y La Geltrú (Barcelona) fue antiguamente, en su origen, La Geltrú.

Era el señor de La Geltrú un barón de vida licenciosa y turbulenta, cruel y despiadado para con sus vasallos, irrespetuoso con las mujeres: un tirano en toda la extensión de la palabra.
Existía por aquel tiempo entre los señores feudales el derecho que llamaban de pernada.

Dice la leyenda que un mozo de La Geltrú, arrogante y orgulloso -con justo orgullo de su valor y personalidad-, se enamoró de una muchacha, también vecina de La Geltrú, y por lo mismo vasalla del barón como él.

Era la muchacha de singular belleza y discreción, y el joven, después de hablar con sus padres y llegar a un acuerdo con ellos, decidió casarse con ella, sin consultar con el señor de La Geltrú, para poder escapar de la ignominia que suponía el derecho de pernada.
Se conformó la joven pero no sus padres, que tuvieron miedo de incurrir en la cólera del caballero si se enteraba del caso. Además, había que contar con el sacerdote, quien de seguro tampoco se avendría a casarlos sin consultar antes con el señor, cuyo permiso era necesario en aquel tiempo para que sus vasallos pudieran casarse.

Viendo que no tenía escapatoria, el muchacho hizo otro plan. La Geltrú está tierra adentro, a alguna distancia del mar. Así, los dominios del barón no llegaban hasta la playa. Entonces el muchacho decidió pedir la debida autorización para casarse, pero entretanto, y a escondidas, construyó una modesta casita para él y su futura esposa, y junto a ésta, otra para sus padres en la playa, lo más cerca posible de La Geltrú, pero fuera de la jurisdicción del barón.

Cuando se dirigió a su señor para pedirle el permiso, éste se lo concedió enseguida, pero le recordó el derecho que la ley le concedía. El muchacho pareció conformarse con su mala estrella y la boda se celebró en la capilla de La Geltrú, según era la costumbre.

Se celebró un espléndido banquete, al que asistieron todos los parientes y amigos de los novios, y hasta el barón fue a tomar unos vasos con ellos.
Cuando llegó la noche, el barón de La Geltrú esperó en vano que la novia acudiera para cumplir con sus deberes de vasalla.

Enfurecido el señor, envió a dos de sus hombres a la casa de los novios con el encargo de traer a la desposada. Los hombres encontraron la casa vacía, los novios habían desaparecido y nadie sabía dónde estaban. Mandó registrar todo el pueblo de La Geltrú, pero no pudo dar con ellos.
Días después se supo que habían ido a vivir junto al mar, y que el joven, no teniendo tierras para trabajar, se dedicaba a la pesca.

Fueron muchos entonces los vasallos del barón de La Geltrú que se marcharon a construir sus cabañas a la orilla del mar, junto a la del audaz muchacho, quedando así fundada la que hoy es Vilanova (Villanueva), cuyo nombre se le dio ya con este motivo, y que ha llegado a superar en importancia a la misma Geltrú, su villa de origen.

Umiko, la hija del mar

Hace mucho, mucho tiempo, vivía en el fondo del mar del Japón una sirena llamada Amara, la esposa del genio del mar. Amara solía subir a la superficie de las aguas y allí tenderse en alguna roca desde la que pudiera contemplar la ciudad, a lo lejos. Le gustaba especialmente hacer esto de noche, cuando las luces de la ciudad casi eclipsaban a las estrellas del cielo. Envidiaba a los habitantes de la ciudad que tenían siempre esa luz que no se encontraba en el fondo del mar, y que además podían sentir en sus rostros el viento, el sol, la nieve... cosas que a ella le estaban vetadas. Así, decidió que si ella tenía una hija, no le privaría de esas sensaciones que ella se había perdido.

Poco tiempo después, este pensamiento se hizo realidad, y la sirena Amara fue madre de una pequeña y hermosa criatura. Y con gran dolor de su corazón, pero sintiéndose a la vez satisfecha por brindarle esa oportunidad a su hija, la trasladó a una montaña que había cerca de la ciudad, en la que se alzaba un templo. Y allí la dejó, en las escalinatas del templo, besándola con uno de esos besos que sólo dan las sirenas y los seres mágicos, que crean un aura de protección.

Abajo, en el pueblo, vivía un matrimonio que dedicaba su vida a la elaboración de velas que luego los peregrinos llevarían al templo. Como fuera que su pequeño negocio iba muy bien, decidieron ir ellos mismos al templo ese día a agradecerle a su dios los bienes que les había dado. Así, cogieron dos velas y se dirigieron hacia el templo, donde hicieron su ofrenda.
A la vuelta, mientras bajaban, creyeron oír un llanto débil. Buscando el origen del sonido, no tardaron en encontrar a la pequeña recién nacida, y movidos por la compasión y la responsabilidad, la recogieron. Cuando le quitaron las mantillas que la envolvían, descubrieron asombrados que no era como las otras niñas: la mitad inferior de su cuerpo era como la cola de un pez, recubierto de escamas brillantes. Era una sirena. Así pues, la llamaron Umiko, que quiere decir "la hija del mar".

Pasó el tiempo, al niña creció y llegó a hacerse una mujer de extraordinaria belleza. Su piel era suave como el melocotón, tersa, y sus ojos despedían un fulgor único que recordaba al de las esmeraldas. Su cabello largo parecía ser amigo del viento, pues ambos jugueteaban constantemente, y en fin, Umiko despertaba pasiones entre todo el que la observaba. Ella, humilde, se sentía incómoda por el efecto que causaba en los otros, con lo que les pidió a sus padres adoptivos ser quien fabricara las velas que ellos venderían, porque así no tendría más contacto con los demás que el estrictamente necesario. Y así pasó ella a encargarse de esta tarea, añadiendo además a las velas que hacía hermosos dibujos de pájaros y flores y sobre todo, paisajes marinos que de algún modo le venían a la mente. El número de compradores aumentaba sin cesar y además se extendió el rumor de que esas velas eran eficaces talismanes si uno quería emprender un viaje en barco.

Un día apareció en la tienda un mercader que pidió ver a la creadora de las velas que compraba. Al ver a Umiko, pensó que sería un gran negocio exponerla al público y quiso comprársela al matrimonio. Al principio ellos se indignaron, pero tal fue la insistencia del mercader que al final se la vendieron por una fuerte suma de dinero. Cuando Umiko se enteró les suplicó que cambiasen de idea, pero de nada sirvieron sus lamentos: el trato estaba cerrado.
Por la noche le pareció oír una voz que la llamaba, como si el mar repitiera su nombre, pero nada vio. Pasó la noche pintando su última vela. A la mañana siguiente había un carro preparado con barrotes para llevársela hasta el puerto, donde tomarían un barco que les llevaría al continente. Partieron, y en la casa quedó el matrimonio intranquilo, presintiendo que habían actuado mal y que ahora un peligro se cernía sobre ellos.

Llamaron a la puerta, abrieron y apareció una mujer vestida de blanco que quería comprar una vela. Dándole a elegir, ella escogió precisamente esa última vela que Umiko había pintado la noche anterior. Echándoles una última mirada, no sabría decir si rabiosa o despreciativa, pagó y se fue al templo, en cuya escalinata dejó la vela encendida.
La vela brilló con una luz inusualmente fuerte, inusualmente viva. Enseguida, una horrible tempestad empezó a azotar la costa. El barco en el que viajaban Umiko y el mercader intentó en vano volver al puerto, pero una enorme ola lo precipitó al fondo del mar. Mientras el barco se hundía, la última imagen que vio el mercader, que creyó estar delirando por la cercanía de la muerte, fue la de una mujer de blanco, con cola de pez, que se llevaba a Umiko de la mano. Era Amara rescatando a su hija.

Tras la tempestad, el pueblo quedó borrado del mapa, resistiendo sólo el templo y su escalinata. Y no hace mucho aún se vendían en algunos pueblos japoneses unas velas pintadas que recordaban mucho a las que pintara Umiko, la hija del mar, y que los marineros seguían encendiendo antes de emprender cada travesía...

La maldición de Laurinaga

En el siglo XV, don Pedro Fernández de Saavedra, fue nombrado señor de las Islas Afortunadas en Fuerteventura. Don Pedro, tan conquistador en el amor como en la guerra, cobró fama, nada más llegar a la isla por sus aventuras con las muchachas guanches. Se casó al poco tiempo de llegar allí con doña Constanza Sarmiento, hija de García de la Herrera, y tuvo catorce hijos, amén de todos los ilegítimos que sembró por la isla en sus frívolas aventuras.

Con el transcurso de los años, uno de los hijos de doña Constanza, don Luis Fernández de Herrera, se convirtió en un apuesto caballero, heredando todos los defectos de su padre, pero ninguna de sus virtudes. Era altanero, petulante y conquistador, pero cobarde para la guerra. Y le resultaba divertido seducir a las muchachas indígenas, que le miraban como a un héroe.

En una ocasión, se encaprichó de una bellísima doncella que había sido bautizada como cristiana con el nombre de Fernanda. A la muchacha no le disgustaba la presencia de don Luis pero no se decidió a poner en juego su reputación accediendo a sus deseos. Pasaron los meses y el galán siguió acosando a Fernanda, que cada día se sentía más dispuesta para aquel juego, hasta el extremo de aceptar una invitación de don Luis para asistir a una cacería organizada por su padre. Llegado el día, don Luis se las arregló para estar solo toda la mañana con la ya enamorada doncella. Comieron plácidamente a la sombra de un chopo y poco después el joven caballero la invitó a dar un paseo. En animada conversación llegaron a una espesa arboleda cuando ya la tarde declinaba. Don Luis, creyendo que ya había llegado el momento de prescindir de galanteos platónicos, intentó abrazar a Fernanda. Ella trató de defenderse, pero comprendiendo que le sería imposible hacerlo, pidió socorro a grandes voces. Los gritos fueron oídos por los cazadores, y advirtieron la ausencia de la pareja.

Don Pedro montó en su caballo y, en compañía de otros caballeros, picó espuelas para dirigirse hacia allí. Antes de que llegaran, pudo acudir un labrador indígena que al ver la situación de la doncella trató de defenderla de don Luis. Éste, ofendido y molesto desenvainó un cuchillo, dispuesto a quitar la vida a aquel indígena. Pero no fue posible, porque tras unos minutos de lucha el labrador pudo arrebatar el arma a don Luis. Iba a clavársela como venganza, ciego de ira, cuando don Pedro que llegaba a todo galope y había visto la escena, se precipitó con su caballo sobre el campesino que cayó con violencia al suelo y murió en el acto.

Entonces apareció de entre los árboles una anciana indígena, madre del labrador, que lanzando una mirada dolorida sobre aquel cuadro, se dio cuenta enseguida de lo ocurrido. Levantó la cabeza para conocer al causante de aquella muerte, y se encontró con la de don Pedro, el caballero que la había seducido en su juventud y del que había tenido aquel hijo que acababa de morir. La anciana al reconocerle, ciega de indignación, le hizo saber que ella era Laurinaga y que aquel cadáver era el de su propio hijo. Luego, elevando los ojos al cielo, como invocando a los dioses guanches, maldijo con voz temblorosa y acento grave aquella tierra de Fuerteventura, por ser señorío de aquel caballero don Pedro Fernández de Saavedra, causante de todas sus desgracias.

Dicen que a partir de aquel momento empezaron a soplar sobre aquellas tierras los vientos ardientes del Sahara, que se empezaron a quemar las flores y toda la isla fue convirtiéndose en un esqueleto agonizante, que según la maldición de Laurinaga, acabará por desaparecer.

Leyenda enviada por Menda

Los vikingos de Solway Firth

La frontera occidental de Escocia con Inglaterra termina en una región montañosa en la que el mar de Irlanda entra como una cuña. Este brazo de mar que penetra en tierra británica se llama Solway Firth, y algo debe de tener su agua, porque, según dicen, es escenario de pintorescas apariciones y curiosas leyendas marinas.

Cuenta una de esas leyendas que hace mucho tiempo, durante la lejana época en que los escandinavos asolaban las costas de las Islas Británicas, dos piratas daneses fueron a dar con sus drakkars a Solway Firth. Las panzas de los barcos ya rebosaban oro y joyas, por lo que sus capitanes decidieron fondear allí y proporcionar a su gente una merecida noche de descanso.

Desde la costa, los lugareños miraban con temor hacia los dos barcos de guerra. Muchos se juntaron en las iglesias para rezar, rogando a Dios que les librase de la ira de los hombres del norte. Y tal vez el Señor escuchó sus plegarias, porque esa misma noche se desató una terrible tormenta que hundió los dos drakkars junto a toda su tripulación.

Los habitantes de Solway Firth celebraron el naufragio como un acto de justicia divina. Sin embargo, la muerte no iba a ser obstáculo suficiente para detener a los vikingos: aparecieron pronto personas que afirmaban haber visto durante las noches de cielo despejado a los dos barcos de guerra navegando por el brazo de mar, con el viento hinchando sus velas y la luna reflejándose en los escudos de sus tripulantes.

Ningún lugareño se atrevió nunca a acercarse a las apariciones, hasta que mil años después, a principios del siglo XVIII, dos muchachos lo intentaron en un pequeño bote. Cuando ya estaban casi a su altura, los drakkars se hundieron de forma súbita, arrastrando con ellos la lancha de los dos jóvenes. Según la leyenda, sus restos no volvieron a salir a la superficie, y tampoco los barcos espectrales.

Ieltxu, el genio vasco que se esconde en la noche


Ieltxu es un habitante de Vizcaya que algunas leyendas sitúan en las montañas de Busturiam en una zona que suele estar permanentemente cubierta de nieblas. Pero, ¿quién es? nadie lo ha visto, nadie lo conoce, nadie puede decir cómo es. Hace ya un siglo Resurreción de Maria Azkue y el padre Barandiarán lo describieron como un ave que se presentaba de noche cuando nadie lo esperaba ni llamaba. Y cuando lo hacía, lanzaba fuego por la boca, como si de un dragón se tratara, antes de escapar, de modo que quien lo veía era arrastrado a seguirlo.

Pero cuenta la leyenda que este extraño ser es capaz de desorientar alterando las luces y las sombras de la luna. El caminante que lo sigue se despista, atravesando los bosques a los que los lleva, sin darse cuenta que en su extravío, Ieltxu lo conduce hacia abismos o desfiladeros.

Quien lo ve corre tras él, sin mirar abajo, sin fijarse en los pasos que da, hasta que ya es demasiado tarde...

La leyenda de Melusina

Raimundo de Poitou se casó con una doncella llamada Melusina a la que conoció en medio del bosque durante una noche aciaga al principio de la cual, accidentalmente, había matado a su propio tío. Melusina demostró mucha diligencia: calmó al caballero e ideó una manera de evitar las sospechas que inevitablemente recaerían sobre él. Como además era hermosa, Raimundo se enamoró de ella y le pidió matrimonio. Melusina aceptó, pero le hizo jurar que nunca intentaría verla durante un sábado ni averiguar la causa de tal prohibición. De ello dependía la felicidad de ambos.

Melusina resultó poseer muchas riquezas, y con ellas construyó a su marido un castillo, el castillo de Lusignan, al lado de una fuente a la que el vulgo llamaba Fuente de la Sed o Fuente de las Hadas. La pareja se instaló en aquella fortaleza, entre cuyos muros tuvieron nada menos que diez hijos. Por desgracia, cada uno de ellos nació con una extraña deformación: el primero era muy ancho y poseía unas enormes orejas. El segundo tenía un oído mucho más pequeño que el otro. El tercero, un ojo debajo del otro. La mejilla del cuarto estaba cruzada por lo que parecía el arañazo de un león. El quinto sólo tenía un ojo, aunque su vista parecía sobrenatural. El sexto, al que llamaron Geoffroi el del Colmillo, contaba con un único y gigantesco diente, y era muy feroz. El séptimo tenía una marca peluda en medio de la nariz, etc. Sin embargo, estas anomalías de su progenie no empañaban la felicidad de Raimundo, que seguía muy enamorado de su mujer.

Pero un día, un primo suyo, envidioso de la prosperidad del nuevo linaje, le insinuó que si Melusina no quería verle los sábados tal vez fuese porque empleaba ese día para reunirse con un amante. A lo mejor aquellos a los que llamaba hijos no eran tales, lo cual explicaría sus marcas de nacimiento. Al principio Raimundo se resistió a creerlo, pero un sábado, corroído por las sospechas, se escondió detrás de un tapiz para espiar a su esposa. La vio bañándose en una gran cuba de mármol. Se estaba peinando los cabellos como hacía habitualmente, pero de cintura para abajo, en lugar de piernas, tenía una gran cola de serpiente. En aquel momento Raimundo no sintió horror, sino una gran tristeza por haber roto el juramento que había hecho a su esposa. Decidió guardar el secreto y no decir nada de lo que había visto, ni siquiera a ella.

Sin embargo, el mal ya estaba hecho. Poco después, su hijo Geoffroi se peleó con uno de sus hermanos, Freimond, y cuando este se refugió en una abadía cercana le prendió fuego al edificio, causando la muerte de Freimond y de cien monjes. Al enterarse, Melusina acudió a consolar al conde, pero éste, presa del dolor, escupió las siguientes palabras: "¡Desaparece de mi vista, perniciosa serpiente! ¡Tú has corrompido a mis hijos!". Cuando escuchó estos reproches, Melusina se desmayó. Nada más recuperarse, saltó al alfeizar de una ventana y, tras desplegar unas alas de murciélago, se alejó volando del castillo de Lusignan.

En realidad, Melusina pertenecía al linaje de las hadas. Jean D’Arras nos cuenta que era hija del rey Elinas de Escocia y el hada Pressina, quien la había castigado a adoptar forma de serpiente por haberse portado mal con su padre. Melusina se transformaría en serpiente de cintura para abajo cada sábado hasta que encontrase un hombre que se casara con ella aceptando (y manteniendo) la promesa de no verla durante ese día de la semana. Había vagado por todo el mundo hasta llegar al bosque de Colombiers y conocer a Raimundo. De no haber sido por la desconfianza de éste, ambos habrían sido felices durante el resto de sus vidas.

Antes de abandonar el castillo, Melusina prometió que volvería a aparecer antes de la muerte de cada Señor de Lusignan para llorar y lamentar la desgracia de la Casa. Y son muchos los que aseguran haberla visto, volando por el aire o bañándose en la Fuente de la Sed, aún años después de que el último de los Lusignan hubiese fallecido.

El mar salino


Dice una antigua leyenda vikinga, que el rey Frodi, de Dinamarca, recibió en una ocasión de Hengi-kiaptr el regalo de dos piedras de molino mágicas, llamadas Grotti, que eran tan pesadas que ninguno de sus sirvientes ni sus guerreros más fuertes podían darles la vuelta.

Durante una visita a Suecia vio y compró como esclavas a las dos gigantas Menia y Fenia cuyos poderosos músculos y cuerpos habían llamado su atención. De regreso a casa ordenó a sus dos nuevas sirvientas que molieran oro, paz y prosperidad. Las mujeres trabajaron alegremente hasta que los cofres del rey rebosaban oro y la paz y la prosperidad abundaban en sus dominios. Pero el rey, en su avaricia, ni siquiera permitía a sus sirvientas descansar, por lo que estas se vengaron moliendo una guerra y provocando la muerte del rey a manos de los vikingos.

El rey vikingo Mysinger tomó las dos piedras y a las sirvientas y las embarcó en su nave, ordenando a las sirvientas que molieran sal, que era un producto muy valorado en aquel tiempo. Pero el rey vikingo se volvió tan avaricioso como el rey Frodi, no dejando descansar a las mujeres, por lo que, como castigo, tal fue la cantidad de sal que molieron que al final su peso hundió el barco. A consecuencia de esta gran cantidad de sal, el mar se volvió salino.

La reina mora de Siurana


Abd-al-azia era la esposa del valí de Siurana. Mientras se peinaba y se perfumaba, fue sorprendida por los cristianos, con la espalda y los brazos desnudos.

Cuando la vieron los cristianos, se sorprendieron por su gran belleza y le prometieron la vida si se convertía al cristianismo.

Ella les dijo que lo aceptaba, con una voz muy dulce, al tiempo que cogía un velo para cubrirse pudorosamente las espaldas. Solamente les pidió que le permitieran unos minutos para acabar de vestirse y así, poder ser bautizada.

Mientras los ilusos cristianos creían que se estaba vistiendo con sus mejores galas, bajó a las cuadras, tomó su caballo, lo montó y lo condujo hacia el precipicio. El caballo reculaba relinchando con fuerza delante del abismo.

Rápidamente, Abd-al-azia se arrancó el velo y tapó con él los ojos de esa noble bestia, al tiempo que lo castigaba en el vientre con sus talones y tiraba con todas sus fuerzas las riendas. El animal movía con desesperación su cuerpo y con fuerza mantenía sus patas encima de la roca. La reina viendo la resistencia del caballo le asestó un golpe aún más fuerte en el vientre y empezó a correr, pero de repente, justo delante del abismo se paró con suma brusquedad, dejando en la roca marcada la herradura de una de sus patas. Abd-al-azia clavó su espada en el suelo y el caballo, muy asustado, saltó y se perdió absorbido por el precipicio.

Dicen que aún hoy pueden apreciarse estas huellas en la roca.

El fantasma de Amen-Ra

Aquel año de 1.500 a.C., Amen-Ra, princesa de Egipto, tras morir, fue momificada y enterrada en un sarcófago acorde a su grado de realeza y a su tradición religiosa, en las orillas del Nilo, en Luxor.

Así permaneció durante 34 siglos, ocultos a los ojos humanos, descansando para la eternidad, hasta que en el siglo XIX, durante unas excavaciones se encontró su ataúd. Amen-Ra despertaba de su largo sueño y, con ella, su maldición.

Aquel sarcófago, con su momia, se vendió al mejor postor, un grupo de amigos ingleses. El primero de ellos, nada más recibir su nuevo objeto de colección, se marchó, ante los ojos atónitos de todos, andando en dirección al desierto. Sin más palabras, con la mirada perdida, paso tras paso, se adentró en las arenas ardientes. De él jamás se volvió a saber más por lo que se supone acabó perdiéndose en el desierto. El segundo de los compradores sufrió un accidente y le amputaron un brazo, mientras que el tercero perdió todo su dinero y acabó indigente, vagando por las calles de Londres.

El siguiente rastro que se conoce de aquella momia de Amen-Ra la sitúa en Inglaterra donde una familia adinerada la añadió a su colección. La maldición, o el castigo de la princesa, no tardaría en llegar también a esta familia. Tres de sus miembros perdieron la vida en un trágico accidente, e incluso perdieron la casa en un incendio.

Los accidentes se sucedían uno tras otro, e incluso los transportistas que trasladaron el sarcófago al Museo Británico, murieron.

Las leyendas, las extrañas historias, estaban en boca de todos, más aún cuando el espíritu de Amen-Ra comenzó a expresarse. Sollozos, gritos, golpes y arañazos rompían el amenazador silencio de la noche en el Museo. Los objetos, por la mañana, amanecían cambiados de sitio; uno de los vigilantes nocturnos murió e incluso uno de los visitantes del museo que se había atrevido a tocar el sarcófago, perdió un hijo al día siguiente de la visita.

Escondieron el sarcófago en lo más profundo de los sótanos del museo, pero aún así, los sucesos extraños no se detenían.

Cierto periódico quiso hacer un reportaje, por lo que mandaron un fotógrafo. Cuando éste reveló la foto una aparición fantasmal apareció en ella mirándolo fijamente; aquella mirada, aquellos ojos fijos en él… el fotógrafo se suicidó al día siguiente.

El museo acabó por deshacerse del sarcófago, pero curiosamente su rastro se perdió. Nadie supo nada más de Amen-Ra salvo que una experta psíquica, madame Blavatsky, cuando lo vio y analizó se aterrorizó al descubrir la maldad que encerraba.

Dicen que, comprada por unos americanos, la quisieron llevar a Estados Unidos, y dicen esas nuevas historia que Amen Ra inició su viaje a Norteamérica en abril del año 1912. Sí, aquel barco en el que dicen iba aquella momia, era el Titanic, aunque de esto último no hay ninguna confirmación.

Hoy, nadie sabe dónde está. Nadie conoce donde reposa Amen-Ra y si finalmente descansa ya… para siempre.

Las veneras de Santiago

Después de que Santiago fuese degollado, sus discípulos recogieron su cuerpo y lo pusierón encima de una barca de piedra. Navegando llegaron a las costas de Galicia a un lugar donde había una fiesta por el casamiento del hijo del señor. Había gran alegría y entre otros festejos se bafordaban (ir galopando mientras se arroja la lanza y se vuelve a recoger sin que caiga al suelo). Uno de los que bafordaban era el novio que de repente vio como su caballo se dirigía al mar y se hundía bajo las aguas. Todos vieron el prodigio y como al llegar a la barca caballo y caballero salieron sin daño de las aguas. Al volver a tierra y pisar la playa, todos vieron que tenía los vestidos y el sombrero cubiertos de vieiras y a partir de entonces todos los que peregrinan a Santiago llevan en sus ropajes la concha venera.

La concha o venera reproduce el esquema de la pata de la oca, con sus tres dedos. Por su carácter de ave peregrina que reparte su vida entre el aguan y la tierra, la oca es el signo de iniciación. Las antiguas culturas la consideraban el ave fénix, capaz de renacer de sus propias cenizas cuando en su peregrinación era abrasada por el sol. Esta atribución simbólica la convirtió en imágen de todo lo que conduce a la meta de la doctrina ocultista. En Oriente fue guía de sabios bajo la figura del Kâla-hamsa; en Occidente tiró de la barca en la que los caballeros del grial navegaban a encuentro de lo sagrado.

El juego de la Oca es una práctica iniciática. Este juego divulga la hermética Tabla de Cebes, que contiene los diálogos ético-morales de este discípulo de Sócrates. Cuando el dado cae en una casilla en la que se encuentra el ave, y avanza hasta la siguiente, de oca a oca y tiro porque me toca, el jugador se va acercando al término de la espiral. En cambio, cuando caen en la casilla de la muerte, vuelven a empezar. Es decir, que de la muerte se vuelve a la vida. Es el principio del eterno retorno. El camino de la Vía Láctea, desde los Pirineos a Finisterre, está jalonado de topónimos que se refieren a la oca o a algunas de sus variantes: el ánade, el ganso, el ánsar, el pato: Montes de Oca, con su culto ancestral a Nuestra Señora de Oca, en el Valle de Ansó, en el río Oja, San Esteban de Oca, Sta. María de Loyo, L´oie, en francés. En Valdueza, Valle de la Oca. Todo indica que este juego nació para los adeptos que habrían de emprender el camino como parte fundamental de la búsqueda del conocimiento.

Las figuras del juego nos muestran los riesgos que deberá afrontar el peregrino: cárcel, aguas contaminadas, muerte y castigos. Al final el triunfo y la gloria eterna. En épocas modernas este símbolo de los alquimistas, la concha, pasó a ser el logotipo del suplantador y de la Shell Oil Company.

Leyenda enviada por Juan Carlos

Leyenda del roble albar


Un día, hace no mucho tiempo, un hombre que se apoyaba contra un roble albar, en un viejo parque de Surray, escuchó lo que el árbol pensaba. Eran sonidos muy curiosos, pero los árboles piensan, como se sabe, y algunas personas pueden entender lo que estos piensan.

Este viejo roble, y era un roble muy viejo, se decía para sí:

-"Cómo envidio a las vacas del prado que pueden andar por todo el campo, y aquí estoy yo. Todo alrededor de mí es tan hermoso y maravilloso, los rayos del sol y la brisa y la lluvia... Y sin embargo estoy enraizado en este lugar."

Y años más tarde, el hombre descubrió que en las flores del roble albar había un gran poder, el poder de curar a mucha gente enferma, y de éste modo recolectó las flores del roble y las convirtió en medicina. Y muchísimas personas fueron curadas y volvieron a sentirse bien.

Algún tiempo después de ésto, en una calurosa tarde de verano, el hombre estaba reclinado al borde de un campo de trigo, muy próximo al sueño, y escuchó a un árbol pensar, y algunas personas pueden oír el pensamiento de los árboles. Y el árbol hablaba consigo mismo muy sosegadamente y decía:

-"Ya no envidio a las vacas que andan por los prados, ahora puedo ir a los cuatro puntos cardinales y curar a los enfermos."

Y el hombre miró hacia arriba y descubrió que era un roble albar el que estaba pensando.

La leyenda del Garoé

Cuentan las crónicas que en tiempos de la conquista hubo en la isla de Hero (Hierro), un árbol al que los naturales llamaban Garoé, y no conocían los estudiosos otro árbol similar en todo el archipiélago o tierra conocida. Éste era capaz de destilar el agua de las brumas que llegaban a él por sus grandes hojas, siendo esta recogida en unas oquedades hechas en el suelo por los bimbaches (antiguos herreños). No había más agua en Hero que la que destilaba el Garoé. Era por ello que los bimbaches adoraban a este árbol como si de un dios se tratase, velando siempre por su bienestar y seguridad. No obstante cuando vieron llegar a los conquistadores al puerto de Tecorone (hoy de "La Estaca" ) temieron por su propia libertad y reunieron en Tagoror a toda la isla, pues no era la primera vez que los barcos piratas llegaban a aquellas islas para diezmar a su población vendiéndola como esclavos en países allende el mar. En dicha asamblea se llegó a la resolución de que se debían cubrir las copas del Garoé para que no fuese descubierto por los extranjeros, ya que de no encontrar agua posiblemente se fueran, abandonando la empresa de conquistar la isla.

Todo se hizo según lo acordado, y habiendo guardado reservas de agua lo suficientemente importantes como para no volver al Garoé en varias semanas e imponiendo la horca a quien revelase tan preciado secreto, vieron como la expedición franco-española de Maciot Bethencourt comenzaba a sufrir las penalidades de la sed.

Fue entonces cuando una aborigen, Agarfa, se enamoró de un joven andaluz de dicha expedición, y dejándose llevar por el amor que le profesaba reveló el valioso secreto del Garoé sin pensar que con ello estaba condenando a todo su pueblo a perder la libertad. Estando Maciot al tanto de la buena nueva, sabía que la conquista de la isla estaba próxima. Por contra los bimbaches, viendo como su árbol sagrado estaba en manos extrañas decidieron ajusticiar a Agarfa, secuestrándola del campamento extranjero en donde se encontraba, ahorcándola al alba del día siguiente.

Días más tarde Armiche (Mencey, Rey de Hero) rindió homenaje al conquistador Maciot de Bethencourt y al poco tiempo fue cautivo junto a sus más fieles vasallos, marchando con él, la libertad y majestad del último mencey de Hero.

Leyenda enviada por Menda

El horror de la Fiura

Se dice que Fiura viene de figura, y también de furia. La figura de Fiura está inmersa dentro de la mitología chilena. Según las fuentes nos encontramos ante una mujer de aspecto horrible, que habita los bosques, acompañada de su marido y padre el Trauco. Hija de de La Condená, busca de los hombres su aliento, para disfrutar sexualmente de ellos quedando estos tullidos, pero plenamente satisfechos. En su búsqueda se apodera de los niños de las familias para criarlos como suyos, y es capaz de arrancar cabeza, manos y miembros a cualquier persona, o con su aire provocar la mayor de las epidemias.

Esta era la historia que los chilenos antiguos contaban a sus hijos para que no marcharan solos por los bosques o caminos solitarios. Según dicen tenía por costumbre bañarse en cascadas con agua limpia y pura, y desprendía dulces cánticos, con voz melódica, para atraer a sus víctimas. Se escondía por los matorrales para no ser descubierta.

También se dice que se podía seguir el rastro de Fiura por las cantidades de comida que deja a su paso, su alimento preferido son las espinosas chauras. Su fuerza y su destreza era tal, que los hombres temían combatir con ella en el bosque, ya que decían que era como atacar a una sombra.

Las familias del sur de Chile temían a la Fiura, ya que ésta adoptaba posturas imposibles y mostraba muecas a todo aquel que se encontraba con ella. Su rostro era impenetrable, con ojos tan rasgados que apenas se le veían claramente, y su enorme nariz tapaba su cara por completo. Se dice de ella que era coqueta a pesar de que su fealdad era comparable a las peores pesadillas de los hombres. Solía danzar por los pantanos, y parar para ver su feo rostro reflejado en algún charco. Para después peinarse con un peine de plata.

La leyenda de la Fiura cuenta que era imposible curar las heridas que podía crear, tan sólo en contadas ocasiones. Se trataba de un ritual que solo los machis, consejeros del antiguo pueblo Mapuche, eran los sacerdotes capaces de contrarrestar las heridas causadas por la fiereza de la Fiura. Sus ordenanzas decían que para salvar el mal causado por el ataque debían raspar su piel con piedras de mármol de iglesias antiguas. Para las deformaciones que podía causar era preciso recoger una rama de enredadera al amanecer, rama que luego era llevada hasta el enfermo y golpeada con fuerza hasta que brotase la savia. Después la rama debía ser lanzada al mar y esperar la recuperación del enfermo.

Esta leyenda está muy extendida por Chile, formando parte de su folclore y sus costumbres. Algunos cuenta que son varias las fiuras que llegaron a existir, y su poder era tal que ningún hombre podía luchar realmente contra ella, y solo los sacerdotes y magos eran los encargados de enfrentarse a su malicia.

Mezcla entre historia y mitología, la Fiura es un personaje legendario dentro de la historia antigua de Chile, sobre todo para los habitantes del sur, cercanos a la Patagonia.

La gata tricolor

Esta leyenda se remonta al siglo XII. En un monasterio en el norte del Tibet, solían estar en permanente desacuerdo, monologaban sobre cuestiones teológicas, sin escucharse ni llegar a un acuerdo, lo que creaba desunión y malestar. Fue entonces cuando el monje más viejo pidió que por tres días se ayunara a fin de preservar el espíritu del cuerpo y tranquilizar el estado de disociación que reinaba en el monasterio...

Los monjes realizaron el ayuno y la oración permanente. A la mañana siguiente apareció a las puertas del monasterio dentro de un cesto abandonado, una gata tricolor con su dos hijitas recién nacidas a las cuales amamantaba. Los monjes consideraron que el hecho podía ser una señal, y dieron cabida en el monasterio a esta pequeña familia. Era tal la abnegación, sumisión y cuidado que procuraba la madre, que por días solo hablaron de las bondades silenciosas de su "tricolor" y olvidaron las diferencias que habían tenido hacia meses.

El monje más anciano que había llamado al ayuno y a escuchar el ser interior, a fin de poder dar lugar a escuchar a los otros y así llegar a poner fin a tanto desacuerdo, consideró que estas gatitas eran una señal de cuál era el camino para llegar al entendimiento. Llamó nuevamente a sus monjes y les pidió meditar tres días sobre esto.

Así fue como el monje más joven, y por ello el que menos doctrina sobre sí tenia, acudió a él al cabo del tercer día. Le dijo: -"Sé el secreto de esta pequeña familia".

El anciano monje, considerando que el joven estaba obnubilado como todos en el monasterio, pero su experiencia era tan poca que no podía haber llegado a la respuesta con tal facilidad, simplemente cerró los ojos, extendió ambas manos y preguntó, -"¿Cuál? Dime cuál, que a todos ha calmado".

El joven respondió seguro pero apasionado por su precoz conocimiento a través de la meditación, el primero que había experimentado: -"Ella posee los tres colores, el blanco y el negro son el ying y el yang, los opuestos, nuestros opuestos, vuestros opuestos, pero en su manto está el habano, la tierra, nuestro lugar. Significa que aquí podremos concitar todas nuestras diferencias si nos ensamblamos, formando un crisol tan bello como su manto".

El anciano lo miró. Le tendió su mano y lo invitó a compartir su te. El joven lloró... Un silencio tan extenso como la vida, se esparció entre ambos.
Faltaban sorbos para terminar la taza, cuando el anciano tocándole su frente preguntó: -"¿Te has dado cuenta que son hembras las tres, qué significado tendría que no existiera un macho entre ellas?"

El joven ya no sabía si contestar o no. Se arrodilló y dijo: -"Usted y yo, tenemos algo en común, aunque las distancias del saber nos separen, ninguno de nosotros tiene el don de la vida, ninguno de nuestros monjes lo tiene, una mujer sí, por ello son hembras, traen el mensaje de lo nuevo, de la mutación, del cambio. Nosotros somos permanencia".

Esta vez, las lágrimas corrieron por la cara del maestro... Se retiró en silencio y dejó al joven extasiado en su magnifica visión.

A la mañana siguiente, dejó el monasterio en manos del joven, con la misión de preservar a la pequeña familia, partiendo hacia las montañas.

El valle del unicornio


En el Valle de Araitz se cuenta que vivía un unicornio. Cuentan que estando el rey don Sancho enfermo de tristeza, como los médicos del reino no encontraran remedio, consultaron a un ermitaño, quien aseguró que aquel mal se curaba con una pócima bebida en cuerno de unicornio. Señaló también que en el encinar de Betelu vivía uno, pero que era muy peligroso intentar darle caza, pues sólo se rendía ante personas de alma pura y doncellas que nunca hubiesen tenido penas de amor.

Una de las hijas de don Sancho, Guiomar, a pesar de que aún sufría por la partida y muerte de su amado, fue al bosque al encuentro del unicornio, el cual, al verla, la atravesó con su único cuerno, a la vez que los ballesteros del rey, apostados entre la espesura, lo atravesaban con sus flechas.

El rey bebió el brebaje en el cuerno y sanó, pero el dolor por la muerte de Giomar le partió el corazón...

El Viejo

El Viejo o el Jefe, hizo la Tierra de una mujer, y dijo que ella sería la madre de todos. De esta forma, la Tierra fue una vez un ser humano y todavía está viva. Pero se ha transformado y no la podemos ver de la forma en que vemos a una persona. Sin embargo, tiene piernas, brazos, corazón, carne, huesos y sangre. El suelo es su carne, los árboles y la vegetación son sus cabellos, las rocas, sus huesos. Y el viento, su aliento. Yace tendida y nosotros vivimos sobre ella. Tirita y se contrae cuando hace frío, se expande y transpira cuando hace calor. Cuando se mueve, tiembla. El Viejo, después de transformarla, tomó un poco de su carne he hizo esferas con ella, como hace la gente con barro y arcilla. Las convirtió en seres del mundo antiguo, que eran personas y al mismo tiempo animales.

Después, el Viejo hizo cada bola de barro un poco diferente a las demás, y las hizo girar una y otra vez. Les dio forma y vida. Las últimas que hizo eran casi iguales, y distintas a todas las anteriores. Tenían la forma de los indígenas y él los llamó hombres. Sopló sobre ellos y así obtuvieron vida. La gente y los animales fueron hechos macho y hembra, de modo que pudieran procrear. Así, todo lo viviente nació de la Tierra, y cuando miramos a nuestro alrededor, vemos por todos lados partes de nuestra Madre.

El fuego

El rasgo más esencial de la antigua adoración al fuego va unido al culto universal del hogar. Hay lugares donde se cubre el fuego todas las noches y se enciende al día siguiente con el de la víspera. Dejarle morir equivale a un sacrilegio y se paga caro. Si por descuido u otras causas llega a apagarse, es grande el disgusto que se apodera de la familia, pues la desgracia persigue ya de cerca la casa y los que la habitan. "O fogo morto", indicaba un lugar desierto. El primero de enero se limpia perfectamente el hogar, se arroja el fuego de la noche y se enciende el nuevo, que para que sea propicio, debe durar todo el año. Hay indicios de que el acto de encender el nuevo fuego revestía para nuestros antepasados todas las apariencias de un verdadero acto religioso y que se repetían entre los celtas gallegos las mismas ceremonias simbólicas que entre los arios.
En el siglo XIX, el fuego era una deidad protectora entre los montañeses de las montañas de Cervantes (Lugo) y si a alguno de ellos le torturaba o afligía pena o tribulación, acudía solo ante el hogar, avivaba el fuego y hacía sus imprecaciones:

"Tennos sempre en la prosperidad, sempre dichosos, ti que eres eterno, fermoso, sempre xoven, ¡oh fogar!"

En determinados días del año le arrojan flores (al fuego); cuando cuecen el pan le dan su porción, y pues allí como en la mayor parte de las casas campesinas de Galicia, se come alrededor del fuego, no sólo las oraciones dichas antes y después de la comida parecen serle dirigidas, sino que echan sobre él algunas cucharadas de grasa y, así que se levanta la llama, dicen que el fuego se alegra. Nada sucio se arroja a la lumbre, pero muy en especial las cáscaras de los huevos porque con ellas quemaron a San Lorenzo:

"S´hey de comél-os ovos qué o millor, non ll´ey de dál-as cáscas qué é o peor"

Entre novios, si el hombre solicita ante el fuego a la joven, ésta responde:

"Home, que nos ve o lume"

El fuego del hogar es puro, la unión de los sexos debe tener lugar lejos de su presencia.

Era cosa corriente que desde el día de Navidad hasta el 1 de enero ardiese en el hogar el gran leño al que daban el nombre de tizón de Navidad. Sus cenizas eran buenas para curar calenturas. El tizón se encendía para que el fuego fuese más vivo en aquellos días de regocijo y las almas de los antepasados viniesen a visitar a los suyos y tuviesen un más puro calor para calentarse, pues tal vez el grueso tronco que devoraba el fuego durante los días sagrados, encerraba un doble símbolo, el de la pureza y santidad del dia y el de la integridad de la familia.

... lume, lume!
Vé o pan
Deus che dé
moito gran.
Cada gran, com´un bogallo,
cada pé, com´un carballo...

Es corriente la creencia del origen divino del fuego. En Bergantiños (La Coruña), cuando uno saliva al fuego, le increpan diciendo:

"non cuspas no lume, xudio, que saleu po-la boca do anxele"

Una prueba de que se le consideró siempre como un ser vivo la tenemos en que en gallego no se dice por lo general apagar la luz o el fuego, sino matar o lume, morreume a luz, mateille o candil, etc...

Enviado por Juan Carlos

El nacimiento del Nilo

En el año de reinado número dieciocho del Rey Tcheser, la sequía arreciaba por todo Egipto debido a que el Nilo llevaba siete años sin inundarse. Por ello, cualquier grano escaseaba, los campos y los jardines no producían nada y por tanto las personas no tenían alimento. Los hombres se debilitaban, los ancianos fallecían, los niños lloraban de hambre y muchas personas se transformaron en ladrones por el poco alimento que existía.

El Rey se acordó del dios I-Em-Hetep, (hijo de Ptath), que en otra ocasión había librado a Egipto de parecido desastre, pero dicho Dios no hizo acto de presencia frente a las rezos del manadatario de Egipto. El Rey envió un mensaje preguntandole a Mater, gobernador del Sur, dónde se ubicaba la fuente del Nilo y quién era el dios o diosa del río. De esta manera Mater le habló de la maravillosa isla de Elefantina, donde yacía la primera ciudad que jamás se conoció, que de ella salía el Sol para para conferir vida a la humanidad. En esta isla también existía una cueva doble, Querti, con la forma de dos pechos, y que, de dicha cueva surgía la inundación del Nilo para bendecir la tierra con gran majestad cuando el dios Khnemu abría la puerta en la estación apropiada del año.

Al saber quién era el dios encargado del río, procedió a ofrecer sacrificios e hizo súplicas ante él en su templo. El dios lo escuchó y apareció ante el Rey angustiado, y entonces dijo:

-"Yo soy Khnemu el Creador. Mis manos descansan sobre ti para protegerte y para sanarte. Te doy un corazón... Yo soy el que te creó, soy el primitivo abismo acuoso, y yo soy el Nilo que se levanta a su antojo para conferir salud a quienes se afanan , yo soy el guía y dirigente de todos los hombres, el Todopoderoso, el padre de los dioses, Shu el poderoso amo de la Tierra".

Luego el dios le prometió al Rey que súbitamente el Nilo se levantaría todos los años como antes y que la sequía se acabaría y llegaría el bien a la tierra. También le contó al Rey lo abandonando que se encontraba su templo de adoración, fue por ello que se decretó que las tierras en cada lado del Nilo cerca de la isla donde moraba Khnemu, debían ser conservadas como la dote de su templo y el Rey ordenó que este decreto fuera tallado en una estela de piedra y se colacara en un lugar prominente como prueba duradera de su agradecimiento al dios Khnemu, el dios del Nilo.

La princesa mágica

Angus Og, digno hijo de Dagda y Boanna, y heredero del palacio de New Grange, soñaba noche tras noche con una bella doncella a la que no encontraba en sus largos días de vigilia. Dagda y Boanna, padres preocupados por la cada vez más triste expresión del rostro de su hijo, decidieron buscar a tan adorable muchacha por todos los rincones de la vieja Irlanda.

Cansados ya de buscar sin hallar rastro de ella, decidieron acudir a Bov el Rojo, experto en ciencias ocultas y rey de Munster. Tras doce meses de tensa espera, el mago Bov anunció haber encontrado a la dama de los amorosos sueños de Angus Og y propuso acompañarlo en el largo viaje hasta su encuentro.

Viajaron pues Bov y el ansioso Angus hasta el lugar indicado por el mago. El bello sueño del joven se encontraba en un lago al que llamaban Boca de Dragón. Allí unas quinientas doncellas cumplían un eterno ritual: caminar en parejas alrededor del lago unidas con cadenas de oro.

Reconoció enseguida Angus a su amada y quiso saber quién era. Resultó llamarse Caer y ser la hija del príncipe de Connacht, Ethal Anubal. Viéndose fracasados sus intentos por separar a la princesa de sus sueños del resto de las doncellas encadenadas, dirigió sus pasos ante la presencia de los reyes de Connacht, Ailell y Maev. Estos, tras escuchar los ruegos del joven Angus, mandaron una orden a Ethal para que liberara a la pura Caer, pero el rebelde Ethal se negó. Sin hallar otra opción, las tropas del rey Ailell rodearon la fortaleza del príncipe rebelde ante lo cual éste se vio obligado a explicar la razón: la dulce Caer tenía forma durante una año, pero el siguiente adoptaba forma de cisne, y así sucesivamente. Y esto se producía cada 1 de noviembre.

Ese día se presentó Angus en el lago. Se acercó lo que pudo a la princesa ya transformada en cisne y le contó cómo un sueño recurrente le había llevado hasta ella. En ese preciso instante la magia los rodeó y Angus también se convirtió en un bello cisne. La mágica doncella se rindió ante su amor y juntos viajaron hasta el palacio de Angus, emitiendo al unísono tan bello sonido que todos cuantos a su paso los escuchaban caían profundamente dormidos durante tres días.

La casa de la muerte

En Cáceres, concretamente en la calle Cuesta del Marqués, se encuentra un viejo caserón de dos plantas que alberga la Casa Museo Árabe Yusuf Al Borch.

Al museo popularmente se le conoce como "La Casa de la Muerte". Éste se hizo famoso por los sucesos extraños que se desarrollaron en su interior a principios del año 1970. Una familia se instaló en el museo pero la tranquilidad duró poco, ya que se oían golpes extraños, las ventanas se abrían y cerraban solas, los muebles se movían solos de un lado a otro...
El embrujamiento de esta construcción corría de boca en boca por la localidad extremeña, pero el rumor no fue un impedimento para que el matrimonio De la Torre, con sus dos hijos, José Luis y Ángel, se asentara en el edificio.

Pero la maldición del museo árabe recobró toda su fuerza durante el mes de agosto de 1984, cuando José Luis y Ángel fueron protagonistas de un gran número de sucesos extraños. Los adolescentes pudieron ser testigos de toda una serie de episodios paranormales que siempre, al igual que antaño, comenzaban a la misma hora.

Los chicos, en sus declaraciones a diversos medios de comunicación, explicaban:

-"Escuchábamos ruídos de pisadas, como si fueran de pies almohadillados. Más
de una vez aquellas pisadas llegaban hasta la habitación donde me encontraba y
se acercaban a la colchoneta parándose a mi lado. Recuerdo que una noche los
sonidos fueron tan intensos que salimos a la calle llenos de temor".


-"Había habitaciones en las que las puertas de los armarios se abrían y cerraban solas. Sentíamos escalofríos. Pasábamos muchísimo miedo. Nosotros no teníamos ninguna explicación lógica, ni la tenemos ahora".
Los incidentes alarmaron en un principio a los inquilinos del museo. Los prodigiosos lances no ocurrían sólo de noche, pues por el día también se desarrollaban.

Todo parece indicar según las leyendas populares, que allí hubo varios asesinatos en épocas pasadas y asocian estos hechos de sangre con todos los sucesos que acontecieron en esa casa. ¿Podría tener relación con alguna de las leyendas de la zona? Las leyendas que se narran sobre este lugar están marcadas por la muerte.